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jueves, 22 de marzo de 2012

El Barón rampante de Italo Calvino

Leyendo este libro me ha parecido curioso comprobar cómo cada época histórica se ve fascinada por el mito del Buen salvaje y queda seducida por la inocente idea de la bondad intrínseca de la naturaleza humana; parece irresistible la tentación de mirarnos a nosotros mismos desde los ojos del salvaje y descubrir aspectos de la humanidad que la sociedad reprime. Durante el último siglo, en absoluto inocente, tampoco nos hemos visto librados del influjo de la figura del salvaje en el imaginario popular: Tarzán, KingKong, El Barón Rampante… se convierten con su salvajismo en seres verdaderos, en estado puro, y al mirarlos nos hacen sentir  que dentro de cada uno de nosotros aún sobrevive algo de un pasado primitivo.

“Una persona se fija voluntariamente una difícil regla y la sigue hasta sus últimas consecuencias, ya que sin ella no sería él mismo, ni para sí ni para los otros” tal es el argumento que según su autor, Italo Calvino, vertebra la historia de Cósimo Piovasco de Rondó, el barón rampante, que en 1767, a los edad de doce años y como protesta por no querer comer un plato de caracoles se sube a una encina y anuncia su intención de no volver a bajar de los árboles nunca más, promesa que cumple hasta su muerte. Calvino crea así un territorio imaginario que nace en Ombrosa, villa natal de Cósimo, situada en la región de Liguria al norte de Italia y se extiende hasta el límite de la masa arbórea, hasta los límites del mundo del protagonista, que quedan conformados por su postura vital de hombre- pájaro.

A diferencia de otros casos, Cósimo no vive apartado de sus semejantes como el Buen Salvaje de Rousseau, ni en extrañas regiones ignotas como los indios de Bartolomé de las Casas, sino que tras su decisión se queda a vivir entre los suyos, separado de los acontecimientos de su antiguo hogar por la distancia que marca la altura de un árbol, compartiendo su nueva dimensión con los que se quedaron abajo. Poco a poco, a medida que su aspecto se torna como el de un animal, va convirtiéndose en un héroe activo y el resto de mundo parece endurecido y osificado frente a la ligereza y levedad que él ostenta. Preocupado por el bienestar de otros, rodeado de contrabandistas, piratas, francmasones, se cartea con los enciclopedistas y participa en los sucesos de la Revolución Francesa; ante él, el propio Napoleón exclama: ¡si yo no fuera el Emperador Napoleón, habría querido ser el ciudadano Cósimo Rondó!
Seguro que muchos sabrán dar explicación a la atracción que la figura del salvaje lleva siglos ejerciendo sobre nosotros, yo en esta ocasión me conformo con decir que sea cual sea su causa, merece la pena abandonarse un momento a ella.


4 comentarios:

  1. Excelente libro y excelente entrada. Felicidades

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  2. Este espacio me anima no sólo a orientar mis lecturas, si no a reflexionar con algo más de hondura sobre ellas. Extraño encuentro entre la anturaleza y la civilización que efectivamente se redescubre en cada nueva generación, me pregunto ahora, ¿cómo estamos planteando el debate en nuestro tiempo actual hipersofisticado? ¿acaso la "crisis" no tiene que ver con la hipercomplejidad, la hipersofisticación, y no sería conveniente replantearnos un retorno a cierta sencillez de formas y fondos? Ya sabemos lo que dice la canción: "Antes muerta que sencilla...

    Esperanza Abril

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  3. muy bien, me parece un acierto haber entrado a hacer unas breves anotaciones sobre el libro en cuestion, no muy conocido, pero los que lo conocemos nos hace reflexionar en los tiempos salvajes que andamos viviendo.Saludos amigos.

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  4. ¿que dia es la entrevista entre Napoleón y Cosimo?

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