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viernes, 1 de noviembre de 2013

El Bumerán de Javier Lacalle


Por Lucas Mallada

Apunto a Javier Lacalle, porque representa, a mi modo de ver la máxima autoridad en
la ciudad, pero esta saeta podría ir dirigida a otros muchos, también en otras muchas capitales de provincia, e incluso de las diferentes plazas Colón.

La técnica del bumerán, ancestral, representa la tradición de una cultura milenaria ensayada en la caza como fuente de sustento, o en la defensa.

Cuando se lanzan a los cuatro vientos proclamas incendiarias, guerracivilistas y que pretenden, más que ofender a los contrarios, agrupar a los propios dentro de un círculo de axiomas identitario e irrenunciable, que juega con el argumento de la ciudadanía aproximándolo al siempre vísceral e irracional sentimiento nacional, frente a “otros” que han tomado el sanguinario camino de la lucha armada asimétrica, tienes que asumir consecuencias inesperadas. Abrir la Caja de Pandora.

El dolor, como sentimiento, siempre es respetable, y su manifestación como incomprensión también; al menos nos queda eso como ciudadanos. Sea cual sea nuestra identidad política, religiosa o nacional.

El domingo, 27 de octubre, en la Plaza Mayor, bien iluminada, se juntaron un buen puñado de personas y la mayor parte de los representantes electos del Partido Popular local, eso sí, como ciudadanos, o eso decían. Algunos quieren estar en misa y repicando; no tienen remedio, como Javier Lacalle. Y, desde fuera, parecía un burdo intento de utilizar, una vez más el dolor y la incomprensión de los otros para fines electorales, una vez más. O lo que es peor, tratar de neutralizar, con su masiva presencia (también estaba Juanvi), las críticas y el rechazo, justificable o no, que nacía de muchas gargantas. Voces que, con razón, se sienten manipuladas por una opción política que siempre ha jugado con el hecho terrorista y las reivindicaciones de otros nacionalismos, al Santiago y cierra España.

La apelación a los sentimientos es eficaz e indispensable cuando las razones de la convivencia y la ciudadanía son insuficientes para unos objetivos políticos. Siembran lo que recogen. Hablan de imposibles, generan expectativas que no se podían cumplir y, ahora, algunos ciudadanos desengañados exigen lógicamente lo que creían les pertenecía moralmente: ¡el castigo eterno para los desalmados!.

En este caso las manipulaciones, las elipsis explicativas, las informaciones sesgadas, el echar en cara siempre a los otros, se les ha vuelto en contra. Las torpes explicaciones de Javier Lacalle a los medios de comunicación eran un claro ejemplo de eso. Por una vez, su propia receta, su avieso bumerán les ha dado en los morros, y puede que les deje una cicatriz por la que supure su afición…

            Agur violentos, agur manoseadores de la opinión pública….

                                              
                                             

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