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jueves, 16 de julio de 2015

Agustín García Calvo

Por Juan Vallejo

Hace unos días, en la última página de El País, en una columna firmada por Félix de Azúa, (recientemente elegido Académico de la Española, sillón "H", el que ocupó Martín de Riquer) hablaba de una de las personas más inteligentes que había conocido en su vida. 

Se refería a Agustín García Calvo, el poeta, el filósofo; dramaturgo, ensayista y sobre todo gramático y pensador nacido en Zamora en 1926, ciudad en donde falleció el 1 de noviembre de 2012.  No puedo estar más de acuerdo con estas palabras de Azúa, cuya inteligencia no le va a la zaga al sabio García Calvo -no en vano fue discípulo suyo, como lo fueran toda una pléyade de filósofos y ensayistas como Fernando Savater, el cual salió trasquilado de la amistad del catedrático de latín de la Complutense de Madrid-. 



Viene esto a cuento de mi amistad con este hombre que fue premio nacional de ensayo, de literatura dramática y premio al conjunto de toda una obra entre docenas de premios que le situaron, sitúan, entre uno de los hombres más sabios del XX-XXI.  Y digo esto, con la benevolencia de ustedes que soportan mis colaboraciones en este medio, por referirme a mí mismo en esta historia que paso a contarles.



Por los años noventa, Diario 16 Burgos (del cual fui miembro del Consejo editorial, dirigido por el inolvidable José Luis Estrada, cuyas cenizas descansan a orillas del lago de Sanabria, su tierra), periódico en el que colaboré desde mi residencia habitual en Madrid, vía fax entonces, tuvo la osadía de crear un suplemento cultural llamado El Dorado de Castilla, cuyo alma mater fue la redactora Jefe del diario, Esther Bajo, compañera del director y magnífica periodista, ahora residente en León donde fueron "autoexiliados" a la Crónica de León, una vez fracasadas las andanzas del Diario XXI, y otros periódicos que dieron en desembocar en el Correo de Burgos, actualmente en vigor.  En este medio hay algún periodista que trabajó en el desaparecido Diario 16 Burgos; el director actual, por ejemplo.   El semanario cultural, Dorado de Castilla, salió setenta semanas. Les remito a una edición recopilatorio de dicho suplemento, realizada por Carlos de la Sierra y Fernando Barriuso en 2013 con CD incluido. En este medio publiqué algunas vivencias con amigos del alma como Maese Calvo y Agustín García Calvo entre otros.



En 1993, Hacienda le pidió a Agustín García Calvo 10.800.000 pesetas. Impuestos de una herencia entre la que se encontraba su casona de la rúa de los Notarios 13, donde vivía y tenía su editorial, Lucina, cuyo logotipo es una mariquita.  Esta cantidad desorbitada, le pilló a Agustín sin un duro, cosa habitual en él. Ácrata, epicúreo y revolucionario, no se le ocurrió otra cosa que poner sendos anuncios en los periódicos nacionales, el País, Diario 16, pidiendo ayuda.  Esto originó un sinfín de controversias. Lo cierto es que al autor del Sermón del Ser y no Ser, le llegó algo menos de la mitad, fruto de los donativos, de lo que la Hacienda pública le pedía. Le ofrecieron colaborar en muchos medios para paliar el impuesto, lo cual aceptó. De aquellos artículos fascinantes, guardo buena memoria.



Mi admiración profunda hacia el autor de La baraja del rey don Pedro, venía desde el destierro fuera de España que Franco ordenó a tres profesores: Enrique Tierno Galván, José Luis Aranguren, que fue luego director de Cuadernos para el diálogo, y Agustín García Calvo, prolijo colaborador de la revista de Occidente fundada por don José Ortega y Gasset. De mis asistencias al Ateneo Republicano de Madrid en el cual, el autor de tantas canciones y soliloquios, nos deleitaba con sus geniales y profundas conferencias. Decidí colaborar con la multa y el impuesto que Hacienda le había cargado a Agustín. Le envié seis lienzos de mediano formato para que los hiciera dinero en cualquier subasta o galería. Evidentemente, García Calvo no me conocía de nada. Esto fue en 1993. Pasaron un par de años y el Ayuntamiento socialista de Zamora patrocinó una retrospectiva de mi obra. Abril-mayo de 1995.  La obra se colgó en un marco incomparable, los claustros del Colegio Universitario: un antiguo monasterio de dos claustros superpuestos, cuyos cuadriláteros estaban potentemente iluminados por la luz cenital que invadía, a través de las galerías, sus paredes. En su tiempo fue Cuartel de la Guardia Civil, cárcel, etc (es curiosa esta metamorfosis de los monasterios devenidos a espacios expositivos del arte. 
Recuerdo a Maese Calvo en mis exposiciones de los claustros del monasterio de san Juan en Burgos, las cuales visitaba con frecuencia, cuando me contaba su prisión en el mismo, cómo allí le atrapó un reúma que le combó la espalda hasta su muerte. Otro republicano burgalés que salvó la cabeza de milagro. 

Algún día contaré esta historia, ésta y las confidencias de Modesto Ciruelos que me animaba a buscar cielos más propicios que el de la Caput Castellae ).  Ubicado en la rúa de los Notarios, en el número 1, este espacio expositivo de Zamora, era visitado forzosamente y también recorrido por los alumnos que accedían a las aulas, lo que dotaba a la exposición de una singular alegría por la juventud y ocurrencias de los chavales ante las obras que expuse. 


Y allí apareció Agustín. Sin dar ruido. Con su atuendo particularísimo. Tres camisas llevaba el poeta superpuestas, de colores malva, violeta y morado. Inspirador de Podemos, sin duda. Sus patillas en forma de hacha enmarcaban un rostro poderoso, coronado por una cabellera canosa, abundante, por donde Einstein parece que enredara el talento del autor de las versiones rítmicas de las canciones de Georges Brassens, de la versión rítmica de la Iliada, su libro de cabecera; del Sueño de la noche de verano, de Macbeth, etc. Allí nació una amistad que duró hasta su muerte. 


Agustín no me agradeció el envío. No recibí carta alguna. Pero lo iba a hacer de una forma muy especial. Me pidió que le acompañara a su casa estudio después de recorrer detenidamente la obra.  Una casona inmensa con escenario donde recitaban sus obras Agustín y sus amigos pues, para él, la poesía debía ser recitada, decida, hablada, Sonora, con ritmo, golpeando el estrado si cabe, "palabras que no se sabe de dónde vienen ni a dónde van". Por allí solía ir Amancio Prada y Chicho Sánchez Ferlosio a poner música a las canciones que escribía García Calvo. Una vez llegados a su casa, me presentó a uno de sus hijos, el cual nos preparó un café y unas pastas caseras, Agustín me llevó a conocer dónde escribía. Una habitación con una ventana que daba a la estación del ferrocarril, en la parte trasera de la casona. En esta sala no había más que una mesa con una silla en el centro, sin libro alguno. Todo de una sobriedad increíble. Unos lápices y sus plumas de tinta violeta posaban junto a unos papeles la mesa. Un asiento castellano de tres plazas y poco más. El dormitorio del genio, estaba aledaño a este estudio. Tenía un baldaquino y un fresco en el techo pintado con un tema romántico, del que me pidió opinión. Pero el asombro me lo causaron los cuadros míos que estaban colgados en las paredes de la escalera que accedía a la parte superior de la casa.  Mira, dijo Agustín. ¿Conoces estos cuadros? Me quedé estupefacto al observar cómo Agustín había preferido conservar la obra de un pintor que desconocía, al cual ahora había tenido la oportunidad de saludar.




A partir de ahí nuestra conversación derivó por los territorios de la Comuna antinacionalista que fundó en Zamora y de otras historias que sería prolijo enumerar. Pero lo que nunca olvidaré es el momento en el que me trajo su versión de la Ilíada que conocía de memoria. Una edición bellísima que me dedicó con una de sus tintas violetas: ahora me parecen grafías propicias para caminar por la epopeya, por los mitos y los dioses que jugaban con Agustín a esto de desnudar las palabras.  Esta dedicatoria que aquí reproduzco, es una de las joyas más hermosas que tengo en mi biblioteca. Está reproducida en el libro, Vallejo en Burgos, en el apartado de la Mitología, catálogo de la Antológica que el ayuntamiento de Burgos de la era Olivares, patrocinó.  En el 2013, en la sala FEC de Burgos, en una monográfica: Misticismo abstracto, colgué un cuadro-homenaje a Agustín. Hacía seis meses que había fallecido, era un lienzo, un óleo, una Ilíada de gran formato; casi tres metros de alto, con esta dedicatoria como título.



Tengo en mis manos el Sermón del Ser y no Ser de Agustín. Una edición de 1995, que leo con frecuencia y de cuyos versos finales ( son 2016 ), me voy a servir para concluir este artículo, no sin antes decirles que este inmenso poeta dio voz a un sentir anónimo, popular, que rechaza los manejos del poder.

"Bendito aquel que venga con la mano en alto
y borre las cenizas de la muerte, un día
que la red de oro de par en par se abre al aire
Y se pierden los murciélagos por el hondo cielo"


4 comentarios:

  1. Muchas gracias, Vallejo, por esta semblanza tan vívida del maestro Agustín, una persona que fue la personificación de la razón común en este país que, como diría Machado, embiste cuando se digna usar de la cabeza. Salud

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  2. Gracias a ti, amigo, por leer estas frases alusivas a un ser incomparable, cuya sabiduría nos empequeñece y nos hace vàlidos como seres humanos, rebeldes.

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  3. Saludos Vallejo. La próxima vez que nos veamos por Burgos, nos saludaremos?

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  4. Muchos saludos, Juan, por tus aportaciones y los recuerdos que en mí despiertan. A pesar del paso del tiempo, ese voraz y vil enemigo que nos devora como diría Baudelaire, te tengo siempre muy cerca, tus dos cuadros me acompaañan y me recrean día a día aquí a mi lado.

    Esteban Ferna´ndez

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