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jueves, 24 de diciembre de 2015

Después del 20D, ¿Cambiar la realidad o "cambiar la hora"?



Por Mariano G. Hernández y Acacio Puig

El 20D nos lega un nuevo mapa parlamentario que adecenta el campo de juego. Sin embargo no es prudente olvidar que mientras unxs juegan al balón y otrxs animan a sus equipos, el Estadio se mantiene sitiado por los amos del chiringuito: las instituciones internacionales –financieras, militares y políticas- esas instituciones que blindan los mercados es decir al sistema. Y es  ese blindaje el que fundamenta la  necesidad de las “labores extraparlamentarias”.
En cualquier caso “habrá partido” en las Cortes. Nuevas caras y puede que nuevas propuestas.
Nuestra aproximación a la nueva situación abierta el 20 D obvia los escaños (están en la prensa desde el 21D),  los programas (las amenazas climáticas, bélicas y sociolaborales, porque ya hubo ocasión de ilustrarse durante los calentones de campaña). También dejamos de lado un asunto que solo preocupa al poder: el de la gobernabilidad. De modo que apuntaremos en este artículo solo tres  de los aspectos que nos interesan, referidos a la gente (al enorme sector que apunta deseos de transformación social), a la vigente ley electoral (que rompe la igualdad política) y a la convergencia frente a la competencia suicida entre corrientes que se reclaman del anticapitalismo.

1.-Las propuestas conservadoras-involucionistas arrastraron a unos diez millones de personas en tanto que el resto, quienes apoyaron propuestas no conservadoras ni involucionistas, superan los 12 millones de personas: esa es la fotografía de la “lucha de clases institucionalizada” (aunque muy difusamente “antagonista”)…pero esa es la foto de las gentes que destacamos, porque son las que tienen más potencialidades transformadoras del futuro.
El malestar social traducido en votos ha sido pues la expresión de una mayoría de población. Habría que añadir además a otros cientos de miles, dadas las circunstancias en que casi dos millones de personas que viven fuera del país han visto obstaculizado (negado) su derecho al voto por correo por una legislación (instrumentada por el gobierno PSOE y mantenida por el gobierno PP) tan aberrante como defensiva del bipartidismo.

Y sin embargo, expresar el malestar mediante el voto, frente a las consecuencias de las políticas de derechas siendo formidable, es todo punto insuficiente para cambiar la realidad. Cierto que supone una ruptura con la inercia histórica del país, sacudirse el miedo “a señalarse” (una valentía que avanza también en el medio rural) pero  inercia que sigue apuntalada por la auténtica “mochila” que arruga al electorado: la escisión entre dirigentes y dirigidos, la oligarquización de la política y sus instancias, la fractura entre los actores que mandan y los espectadores que solo intermitentemente toman la palabra y pasan a la acción. Espectadores inmersos en el presente, tendentes a ignorar el pasado y con serias dificultades para  ser protagonistas del  futuro.

Por eso son tan magros los saldos organizativos de las luchas. Sin lecciones de las mismas ni objetivos, sus resultados no van a suturar la enorme brecha entre la organización estable del pensamiento para la acción (en sindicatos, asociaciones, partidos, grupos de afinidad…) y el pasional arrebato activista. Sin saldo organizativo, sin pensamiento transformador en la mochila, la involución acecha siempre.

2.-Tocará también pelear de otro modo contra una ley electoral que contribuyó a atar el pacto constitucional de 1978, una ley al servicio de la gobernanza y el bipartidismo.
Aunque legislatura tras legislatura partidos minoritarios como IU han integrado el rechazo a esa ley en su discurso institucional, su derogación sigue en mantillas y solo será posible si la crítica desborda el redil de las Cortes y se incorpora al debate social y la lucha por un nudo de la libertad  democrática como es la defensa de la igualdad política.

Los “restos” son de quienes los trabajan y constituye un robo al electorado el que votos rojos engorden grupos parlamentarios azules (como lo contrario, evidentemente). Esto es así porque los restos en cada demarcación se adjudican como premio a las primeras candidaturas.
Se trata pues de un derecho individual  que machaca la ley D’hondt y que hace desaparecer en la práctica el viejo principio válido tanto en democracia directa como en democracia representativa: una persona un voto. Y nadie desea regalar  su voto salvo a quienes decide votar.
De modo que frente a “la gobernanza” solo una representación  estrictamente proporcional en el legislativo, devolverá a la ciudadanía ese derecho básico, permitiendo que votos y candidaturas se armonicen…caiga quien caiga.

3.-La competitividad es una enfermedad capitalista.
Nos decantamos por el apoyo mutuo frente a la sobrevivencia de los más fuertes, es decir –en esto- optamos por Kropotkin frente a Darwin, porque el paradigma darwinista se generalizó para justificar la evolución del contexto político y económico del capitalismo (el “derecho” del pez grande a comerse al chico) con las constatables consecuencias catastróficas para la especie y la vida en el planeta.

Es esa malsana “competitividad” la que destruye el quehacer colectivo y solo las excepciones de En Marea, Es el Moment, En Comú y Compromis, ofrecen una vía para abordar otro futuro institucional. Es decir que la petulancia inicial de Podemos con “hemos venido a ganar” y las diatribas contra “la sopa de letras”, que gozaron de un potente apoyo mediático,  solo se vieron forzadas por la cruda realidad de los hechos al cambio sobre la marcha. Y solo gracias a eso el punto de partida de Podemos en 2016 son más de cinco millones de apoyos y 69 asientos en las Cortes. Todo lo cual no resta valor a esos millones de apoyos electorales a unos proyectos ni conservadores ni involucionistas y que objetivamente se sitúan en el campo de la izquierda.

En cuanto a Unidad Popular-IU (que en apoyos reales y diputados ha obtenido un aceptable resultado si añadimos a los dos representantes por Madrid otros dos por En Comú y uno más por En Marea) sigue siendo un proyecto político a considerar (y reformular) desde las propias novedades introducidas en su propuesta electoral porque, al menos por la letra y el entusiasmo de su militancia, no solo no han sido barridos del mapa sino que forman parte del arco anticapitalista en sentido amplio (nos gustaría que con  decisión y coherencia, a pesar  de las justificadas reservas derivadas del pasado político de esa formación y de su reciente “experiencia” andaluza).
Un arco, dicho sea de paso, que entendemos se extiende también por derecho propio, al espacio anarcosindicalista y libertario que como sabemos, sigue siendo oficialmente contrario a la política electoral.

Nos parece pues que las convergencias en debate y propuestas de acción común son, además de una necesidad, una saludable demanda social. Sin mestizaje de pensamientos, propuestas y acción, no hay futuro (ni social, ni institucional).
Se trata pues de ponerse manos a la obra, desde la diversidad-fraternal. Porque hay dos modos de disentir: desde el apoyo mutuo y desde la  competitiva supervivencia del más fuerte y llevamos tiempo comprobando que la segunda opción solo nos conduce a  catástrofes.
Para concluir hablaremos de “la pequeña izquierda”, la que por programa y voluntad política se autodefine como izquierda revolucionaria (y de la que  procedemos quienes esto escribimos aunque hoy formemos parte del archipiélago de anticapitalistas sin partido).

Hemos estudiado los manifiestos ante el 20 D de numerosas organizaciones de matriz comunista revolucionario (que apoyaron candidaturas distintas o se abstuvieron en estas elecciones)  y entendemos que siendo todas básicamente coincidentes en el análisis de las luchas de los últimos años y en los ejes esenciales de sus alternativas, nada justifica su dispersión ni  tampoco su “competitividad”. Menos aún, su resignado refugio en aquello de “lo que habría que hacer”. 

Los programas tienen la función de ser “guías para la acción” y no solo manuales de propaganda destinados a complacernos, dormir en los libros, webs y folletos. De modo que “lo que habría que hacer” urge hacerlo junto a otrxs, aunque eso suponga eliminar barreras autodefensivas y liderazgos anquilosados, porque en definitiva del análisis concreto de la situación concreta debe nacer la voluntad, la lucidez y la pedagogía que amplíe el espacio social de acción. 
Crear ámbitos de encuentros estables, permeables y con incidencia ante los avatares del resto de organizaciones, nos parece la mejor tarea del período para  la pequeña izquierda militante. Para eso deben servir las denostadas “mochilas”, al menos, cuando llevan herramientas útiles para ayudar a escalar la cima. Y para nosotros, la cima sigue siendo una sociedad de libres e iguales, en un mundo vivo y habitable.



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