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miércoles, 16 de septiembre de 2015

¡Burgos como nunca se ha visto!

Por María Rejas Redondo. Historiadora del Arte



Pinturas de Luis Valpuesta en el Real Monasterio de San Agustín (hasta el 30 de septiembre 2015).


Rudolph Arnheim, en su libro ‘Arte y percepción visual’ afirma que “Todo aspecto debe su existencia a la luminosidad y al color”. Luis Valpuesta lo demuestra con cada una de las obras que este septiembre está exponiendo en el Real Monasterio de San Agustín en Burgos. 

Las formas y el color acompañan a la vida, acumulándose y enriqueciéndose, en las costumbres cotidianas, los paisajes, los objetos artesanales o industriales que nos rodean. En el caso de Valpuesta su vida se trazó con colores muy particulares; hijo de emigrantes españoles, nació en Caracas en 1952, entra en el dibujo y la pintura de manera autodidacta y esa afición infantil comienza a hacerse pública progresivamente. Primero formando parte del equipo de escenografía del colegio donde estudió, posteriormente como profesor de dibujo técnico y, más tarde, trabajando como diseñador gráfico. 

El lenguaje pictórico de Luis Valpuesta se ha forjado en esos paralelos del trópico; sus obras, realizadas en formatos y técnicas muy variadas, tienen ese pulso vital de realismo mágico. Destacan por la brillantez de la luz, la fuerza del color y la vibración de las formas. Sus temas subliman lo cotidiano y homenajean lo sencillo. 

En las propuestas pictóricas que nos hace se llega a percibir que su cuna en las artes plásticas la mecieron las gentes, las costumbres multiculturales, los paisajes, el color y la luz de su Venezuela natal. 
Así lo plasma en su primera gran obra en acrílicos, un mural para la parroquia salesiana de ‘La Dolorita’ de Caracas, situada en el barrio del mismo nombre. 
En ese mural las figuras centrales son una Virgen Dolorosa de piel oscura y estricto negro, acompañada de un Cristo resucitado de piel blanquísima y hábitos luminosos.

Con ese equipaje de luz y el brillo, Valpuesta llega a España en 1992 para descubrir, interpretar y plasmar, a su estilo, la tierra de sus mayores. Los acrílicos de Luis, debajo de su apariencia simple, juguetona y ocasionalmente transgresora, se apoyan sobre un sólido sustrato técnico. 

De Giotto (1266-1337) toma la frescura y sencillez al representar los edificios de su época. De los impresionistas sus técnicas para lograr el brillo y la máxima luminosidad a los colores. Del Pop-Art, de los años 50 y 60, su inspiración en temas cotidianos, pero ahora tratados con otros cánones muy alejados de las férreas normas academicistas y, en más de una ocasión, muy cercanos al comic. Valpuesta trasciende estas influencias reconocibles. 

La vibración que da a sus composiciones aportan la energía y el movimiento de la pincelada de los posimpresionistas y sus arriesgadas obras. Estar ante las obras de Luis nos lleva a evocar recuerdos que nos llaman al juego, a la alegría de vivir, y a la inocencia conectando así con los principios reivindicativos de la vanguardia. 

A su manera, Luis Valpuesta ha ido embebiendo, aprendiendo y, sobre todo, disfrutando hasta forjar un lenguaje propio, contundente, reconocible, minucioso que tiene una secuencia muy definida en su elaboración. Empieza con la elección del tema, saber ver; continua con el dibujo sinuoso y con un manejo especial de la perspectiva; finalmente, para llegar a contar esa historia con precisión, llena esos contornos con trazos de colores repletos de luz. 

Yo hago mías las palabras de Rudolf Arnheim (1904-2007), cuando estamos ante una obra de Luis. Con ellas “apreciamos no sólo una forma fantástica sino la particular calidad cromática de la misma”. Lo doy por cierto porque la selección adecuada de los colores es un problema clave de la producción plástica. Valpuesta mezcla y prepara cada uno de los colores que incorpora a sus obras; incluso, para dejar el testimonio de ello, en el reverso de cada cuadro, traza toda la escala cromática utilizada.


Luis Valpuesta conecta con esta nueva perspectiva de los clásicos, porque en las pinturas de Luis el color se vive; va a lo emocional, lo que sientes al ver sus cuadros se entiende desde las palabras de Eva Heller (1948-2008), en su obra Psicología del color en la que explica cómo actúan los colores sobre los sentimientos y la razón: “Quién nada sabe sobre los efectos universales y el simbolismo de los colores, jamás podrá emplearlos adecuadamente”. 
Luis lo sabe y por eso conecta con el espectador y sus cuadros conversan con el espectador.

Siguiendo esa vocación de diálogo, Luis ha desarrollado su vida profesional relacionada con la docencia, el marketing y las nuevas tecnologías. Valpuesta tiene obras en España, Estados Unidos, Italia, Suiza, Alemania, Holanda, Brasil, Chile, Colombia, Venezuela, Camboya, Filipinas, y Nueva Zelanda. 
Su obra gráfica ha servido en muchas ocasiones, para realizar campañas de formación o publicidad, de ámbito nacional. 
Y para cerrar el perfil de este autor, hay que mencionar que a partir de los cursos de escultura y vaciado de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid (2011 y 2015) ha incorporado algunas obras escultóricas de pequeño formato. 

Siguiendo a Samuel Beckett (1906-1989) cuando dijo: “Cada palabra es una innecesaria mancha en la oscuridad y la nada”, todas mis palabras sobre la obra de Luis se me antojan ahora innecesarias. 
Les invito a que construyan las suyas disfrutando sus obras, empapándose de su propuesta de color y luz. 
Obras de una cualidad poderosamente vivificadora y que, en los tiempos que vivimos, lejos de toda oscuridad son enérgicamente necesarias.