Recuerdo de forma vívida mis primeros
Juegos Olímpicos, los de Los Ángeles 84. Tenía 9 años, y durante dos
semanas y media deserté de las calles, de las chapas, la peonza, las
canicas, o lo que estuviera de moda entre la chavalería del barrio.
Recuerdo saltar junto a mi padre en el salón de casa cuando Abascal
ganó la medalla de bronce de los 1.500, trasnochar para ver los
partidos de la selección española de baloncesto de Corbalán, Epi,
y Villacampa, y alucinar con Carl Lewis y su peinado. Tampoco se me
olvida la magra cosecha de medallas conseguidas por los deportistas
españoles: cinco, muy lejos de países cercanos como Francia,
Italia, o el Reino Unido. Era, hasta cierto punto normal. No
quedaban tan lejos los tiempos de Mariano Aro, ni la asonada de
Tejero. En las calles del barrio sonaban los Chichos y los
Chunguitos a todo volumen desde los radiocassettes de los Simca 1200,
héroes de una parte de la juventud que imitaba su música y sus
adicciones.
Los Juegos Olímpicos que siguieron a
los de Los Ángeles no los viví con la misma intensidad, ni siquiera
los de Barcelona. Sólo se pierde la virginidad una vez.
Lo del
“Citius, altius, fortius” nunca fue conmigo, ni siquiera lo del
“mens sana in corpore sano”, ya sea porque no destaqué en ningún
deporte, porque en el barrio correr siempre fue considerado de cobardes, o porque
también detestaba el latín ¿Qué le vamos a hacer? No sé si por
justificar esta falta de competitividad física intrínseca, o por
cierto desarrollo de un pensamiento crítico empecé a desconfiar del
circo olímpico y del deporte de élite. ¿De verdad son los
deportistas ejemplos para la sociedad? ¿Deben los más jóvenes
seguir los pasos de gente que durante años sacrifica todo, familia,
amigos y vicios para conseguir lanzar una bola de metal más lejos
que los demás? O ¿Para hacer un salto de trampolín con dos
tirabuzones, mortales agrupados y carpados? Seguramente yo no sea
buen ejemplo para nadie, pero francamente no me parece que una
persona cuyo principal objetivo en la vida haya sido mejorar el
ángulo, la rotación, y la velocidad con que debe proyectar un
cacharro al que llaman martillo tampoco lo sea. No me parecen
ejemplo de equilibrio ni físico ni mental. Los deportes de élite,
y su gran ceremonia, los Juegos Olímpicos, no tienen nada que ver
con la salud física y mental de sus protagonistas, ni con el
espíritu de Coubertain sino que es la sublimación bien almibarada
de una de las máximas del capitalismo, la competición por la
competición. El "mejor" es recompensado con oro, aunque sea haciendo
algo tan inútil como tirar escupitajos. No importa que no valga
para nada, acaso para autodesidratarse, sino lanzarlos más
arriba, más rápidos, más fuertes, o que hagan más arabescos en
el aire.
Algunos deportistas de élite, que se nos venden como ejemplos para toda la sociedad, no son sino esclavos más o menos voluntarios de la competitividad al servicio del ego propio, de un país, o de una marca. Y para lograr el tan ansiado éxito se someten a disciplinas que se asemejan a la tortura. Hace unos días la saltadora china Wu Minxia ganó la medalla de oro en la prueba de trampolín de 3 metros sincronizados. Sin embargo ese mismo día su familia le comunicó que sus abuelos paternos habían muerto y que su madre llevaba ocho años luchando contra el cáncer. Al parecer no le comunicaron la noticia para que no interfiriera en su exigente entrenamiento. ¿No es esto un claro ejemplo de deshumanización? La pobre campeona, ha ganado cuatro medallas de oro, pero no pudo despedirse de sus abuelos, no ha sido mejor tratada que un caballo de carreras.
Quizás no esté de más que tras esta sublimación de la histeria olímpica, recordemos el consejo lleno de mesura que le dio la ex-gimnasta rusa Larisa Latynina que detentaba el récord de medallas olímpicas a Michael Phelps: "Sólo quiero desearle que tenga una vida normal, que es lo más importante. La vida es la vida. Todo el mundo tiene altos y bajos, pero lo más importante es ser un ser humano normal".
David Arena.
Aunque pudiera no estar totalmente de acuerdo con las opiniones del autor, me parece un estupendo artículo; enhorabuena. De lo mejorcito que he leído en este desconcertante blog...
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