El 6 de julio
pasado, la central nuclear de Santa María de Garoña, se desconectaba de la red
eléctrica, tras una larga parada,y mantener en vilo a la población e
inquietando a la prensa local claramente pronuclear.
Al final la presión
de los colectivos sociales, sindicatos, partidos políticos , etc...unido a la
altísima inversión que deberían realizar, cercana a los 200 millones de euros
en remiendos, reformas y seguridad, más la construccion de una torre de refrigeración,
como ordena el Consejo de Seguridad Nuclear para continuar con la actividad de
producción de energía, más las tasas que imponen desde la Unión Europea, han
hecho que tras 42 años, la central nuclear más antigua y achacosa de España
cierre.
Atrás han quedado
decenas de marchas, manifestaciones y protestas, sanciones y detenciones
policiales, que a lo largo de todos estos años se han realizado, insistiendo
siempre en el cierre definitivo, un plan de reactivación económica para
la zona y el definitivo impulso al ahorro, la eficiencia, el desarrollo y la
expansión de las energías renovables, tecnologías creadoras de empleo y
con menor o nulo impacto medioambiental.
Sería difícil
abstraerse de las terribles catástrofes, que a lo largo de las últimas décadas
ha ocasionado la energía nuclear de uso civil en distintas partes del planeta y
en países donde su control "absoluto" hacía impensable un accidente,
tras Harrisburg, llegó del este la de Chernobil y cuando la energía nuclear
estaba recuperando credibilidad y confianza, tras un tsunami en el
país del sol naciente apareció Fukusima, estos días de nuevo en plena
actualidad al morir de cáncer el director de esta planta nuclear, derrumbando
el mito que desde sectores económicos y políticos se esfuerzan cada día en
hacernos creer que la energía nuclear es ilimitada, barata y segura.
El cierre de Garoña
debe poner sobre la mesa el debate reposado sobre el modelo energético que
queremos y que estamos dispuestos a pagar, desde el punto de vista
socio-ambiental y económico, pues el fin de la actividad nuclear no significa
que ya no haya problemas sin resolver, la gestion milenaria en el tiempo de los
residuos nucleares y sus consecuencias, encontrándonos con la paradoja que tras
unos beneficios económicos absolutamente desproporcionados el conjunto de la
sociedad a través de Enresa, ha de pagar la construcción y custodia
de un cementerio atómico, en este caso y si la lucha no lo impide en Villar de
Cañas, Cuenca, ¿les suena de nuevo esta cantinela?, por eso es necesario que
tras el cierre de Garoña, el resto de las 7 centrales que quedan en nuestro
país cierren.
Como quedó claro
después de la marcha, Paca, la compañera antinuclear de Extremadura, animó a
seguir en la lucha de la razón, la lucidez y el futuro sostenible para todos, donde
el siguiente paso sea el cierre de la central nuclear de Almaraz.
Por un convenio justo, con el planeta y la sociedad, acabemos con la pesadilla
nuclear.
A ver si es cierto. El PP mantiene la esperanza. Más vale que fuera pensando en crear un plan alternativo para la comarca
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