Metáfora del Estado español
Este año he hecho una excepción en mi costumbre de pasar del día de la constitución. He de admitirlo, me pudo el morbo de ver a los representantes de la soberanía nacional hacer el paripé en el día más simbólico de la democracia española bajo el estado de alerta. Ha sido la guinda del pastel en el año de la pérdida de la inocencia. Y no es que me considerara crédulo o iluso. Nunca aprecié el refrito constitucional. Era de los que, con la boca pequeña, decía que no me tragaba lo del estado de derecho tal y como estaba montado. Digamos que tenía una sospecha fundada del tinglado aunque de alguna forma, aceptaba el discurso oficial puesto que creía en la posibilidad remota de la autocorrección del sistema.
De un tiempo a esta parte he cambiado. La sospecha devino en certeza y si algo he sacado de positivo de esta crisis es que ahora veo la cara real del poder sin maquillajes con todas sus cicatrices y hasta oler su aliento fétido. Es en este sentido en el que contemplé el teatrillo del Congreso de los Diputados el pasado 6 de diciembre. Un Congreso en donde el mármol veteado se me hizo de polyspán y cartón-piedra y al que observé como a la falsa careta del poder en el suelo. Ahí estaban los monigotes de diferentes colores hablando de la vigencia del texto antes de terminar de amortajar lo que otros mataron el “estado social y democrático…la libertad, la justicia, la igualdad…”(Art.1 título preliminar).
El año ha sido tozudo en pruebas. Todos los poderes están en escombros: el ejecutivo, y el legislativo, que de hecho en España nunca han estado diferenciados, y el judicial. Los consejos de administración de los bancos dictan a los gobiernos la agenda como si de protectorados coloniales se trataran. Por no hablar, del manoseo nauseabundo de la diplomacia americana española y mundial en los asuntos más variados, ya no tan ajenos a la ciudadanía gracias a Wikileaks a la que nunca darán el Nóbel. Así nadie tendrá que impedirle que vaya a recogerlo.
Sí, se han caído las caretas. Los Reyes Magos, el ratoncito Pérez y ahora la mala fábula de democracia de Cuéntame y Victoria Prego, y así la edad la inocencia ha dado paso a la edad de la conciencia. La de la madurez de quien no se resigna a actuar contra el poder real mientras pisotea la careta de quien sólo le sirve de cuartada.
Finito de Gamonal
Finito de Gamonal
sí señor, así se escribe.
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