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sábado, 12 de marzo de 2011

Cuentos de hoy.

Había una vez un extraño lugar en el que un terrible Monstruo de siete lenguas se había apoderado de las palabras de la gente. Los viajeros que, de tanto en tanto, se dejaban caer por aquellos lares, asistían perturbados a la sorprendente aquiescencia de los lugareños, y aquellos que optaban por quedarse no tardaban en terminar tan confundidos como los propios nativos. Y es que era tal la reiterada e incontenible verborrea de la “Bicha”, que por todos los rincones reverberaban una y otra vez sus perseverantes cantinelas.

Los habitantes de aquel “lugar” estaban perplejos y creían definitivamente que la culpa del Monstruo que habitaba entre ellos era enteramente suya y afirmaban sin remilgos que debían alimentarlo y sostenerlo hasta con su propia sangre, que debían trabajar más por menos, como les exigían desde todos los altavoces colocados en la plaza pública, que debían sacrificar el futuro de sus hijos y hasta de sus nietos, todo por el mayor bienestar y placer del Leviatán, ya que uno solo de sus bufidos resultaría insoportable.

Los hombres y mujeres que allá vivían, creían ingenuamente que su mundo era el único posible, eso les repetían cansinamente desde pantallas situadas en sus casas, en los metros, autobuses, en las calles, mensajes dirigidos por rostros amables que penetraban en sus mentes hasta configurar verdades incuestionables.

A veces, incluso decían, la Tarasca, salía de sus profundidades, con formas imprecisas y sin embargo mutantes: terrorismo, islamismo, desabastecimiento, golpes de estado, inseguridad, enfermedades, violencia juvenil, desempleo, las invasiones de los otros…,  en aquellas ocasiones reinaba el miedo y la confusión y todos clamaban por el orden y el retorno a la normalidad de las cadenas, que por otra parte, sólo las veían los extranjeros, y eso sí, mientras no permanecieran mucho tiempo en aquel insólito lugar. Entonces, cuando se agitaba el Monstruo y sus melifluas lenguas seducían a los temblorosos habitantes, ellos mismos cerraban la boca, o los ojos, o los oídos, a aquel que hubiera dicho, visto u oído algo diferente a los discursos de las “siete lenguas” que en su ímpetu llegaban a ocultar el ulular del viento.  

Tal era la condición en el reino del temor, que la normalidad se había impuesto, y ya nada extrañaba. Las palabras y las frases habían cambiado de sentido y a los trabajadores les llamaban “capital humano”; a la voraz destrucción de los recursos naturales le decían: “desarrollo sostenible”; se recortaban derechos laborales para poder trabajar; como había mucho desempleo se prolongaba por ley la vida laboral; hablaban de desarrollo y crecimiento, olvidándose de la desigualdad; se instalaban cámaras en las calles para “evitar la violencia”, hurtando la transparencia y el acceso de los ciudadanos a los consejos de dirección de entidades financieras, empresariales o públicas donde se tomaban las decisiones que tanto agradaban a la Alimaña; y así en cada una de las materias que podamos mentar, los asuntos se daban la vuelta como un calcetín, aplicando la milenaria ley del poder omnívoro unido a la injusticia.

Algunos, muy pocos, recogidos en rincones, al abrigaño de la sordina rutinaria ya conocida, elaboraban y compartían herméticos epigramas, que saboreaban con fruición el placer nervioso que proporciona lo prohibido.  

A pesar de todo y de forma inesperada, de repente, en la otra orilla del mar, al otro lado del reino de la Gran Sierpe, retumbaron los tambores de la dignidad. Provenían de aquel lugar del que prevenían a los nativos, de dónde no podía llegar nada nuevo, ni por supuesto bueno, allá precisamente resonaban con dolor, desgarro, pero también con frescura las notas de un nuevo pentagrama en el que las notas batían al miedo y las gentes se levantaban unos junto a otros deseando construir algo más humano y en el que todos tuvieran su espacio, su lugar y su lengua para expresarse y ser escuchado. Y ese clamor iba creciendo y creciendo…. ¿Lo escucharían los súbditos de la Hidra y tomarían finalmente su destino en sus propias manos, enfrentándose a la fatalidad impuesta por el insaciable Monstruo de la plutocracia?

Acaso pronto tengamos respuestas…

2 comentarios:

  1. ostia, sin palabras me he quedado.Qué imaginación!.
    muy bueno.

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  2. Ojalá que acabe bien y sean felices y coman perdices, pero si no hacen nada esos habitantes de ese terrible país me parece que lo tienen algo crudo.
    A propósito, lo que no dice el cuento es por dónde cae ese país, es que se parece mucho al sitio donde vivo.

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