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domingo, 27 de noviembre de 2011

Un vistazo por aquí, una miradita por allá


Muchas personas practicantes del nudismo, en especial las pertenecientes al sector femenino y maternal, consideran que la peor plaga que ataca a las playas nudistas son los mirones o voyeurs, esos pobres seres enfermizos que se llegan con sigilo y sobresalto a las playas y otros lugares donde los nudistas nos entregamos a nuestras expansiones, buscando la visión fugaz de un cuerpo hermoso que satisfaga su permanentemente insatisfecha libido. 

 
Los hay de varias clases, aunque es bueno advertir que todos ellos son tan inofensivos cuan molestos, no más que ratoncillos curiosos por más que las señoras, siempre tan celosas de su intimidad y de la de sus vástagos —aun las nudistas más convencidas— los vean como sucios verracos libidinosos prestos a arrojarse sobre ellas y sobre sus crías. Aunque justo es decir que nada hay de esto. No se tienen noticias de que jamás un mirón haya atacado a un nudista ni haya devorado a un niño desnudo.


Tanto es así que los más abundantes de todos, digámoslo ya de una buena vez como ejercicio de mea culpa, somos los propios nudistas ¿o acaso pensaban que paseabámos por la playa leyendo un libro de horas, que jamás se nos desviaba la vista golosa hacia una muchacha de belleza virginal o que para nuestro mal no hacíamos odiosas comparaciones de tamaños? ¡Quiá! La diferencia con los mirones profesionales, con aquellos que vienen ex-profeso a mirar, es que nosotros contemplamos un culo maravilloso con el mismo deseo y afán de posesión con que contemplamos un Ferrari o una Harley Davidson, según sean las tendencias motorizadas del espectador, mientras que ellos sólo encuentran satisfacción sexual y corrediza en esas visiones fugaces. Pero vayamos, tal como habíamos dicho, con la taxonomía del mirón. 


Está en primer lugar el paseante. Este es el más caradura de todos. Puede presentarse solo o en cuadrilla. En este caso, los caballeros van delante y las señoras, con aire cohibido, detrás. Llevan puesto el traje de baño hasta los sobacos y caminan por la orilla de la playa con aire desenvuelto, como si sólo estuviesen dando un paseo higiénico y todo aquello no fuese con ellos. Pero tan pronto como descubren un grupo de hermosas adolescentes o de bellos muchachitos tomando el sol o jugando con las olas, se detienen y fingen haber descubierto una concha de enorme interés, o un barco enemigo en lontananza cuyas intenciones hubiera que vigilar mirando de reojo a las (o los) jovencitas o jovencitos, por hacer la distinción de género tan cara a las clases progresistas de nuestro país. En cualquier caso, montan una verdadera representación teatral para contemplar con disimulo a las muchachitas (o a los muchachitos) mientras el corazón se les escapa al galope por la boca. Cuando el objeto, o los objetos, de su contemplación se percatan de sus maniobras y comienzan a dirigirles miradas de mala hostia, estos desdichados prosiguen su paseo hasta hallar otra pieza digna de su atención. Los mirones paseantes del segundo subtipo, es decir, los que se presentan en pandilla, suelen además ir provistos de máquinas de fotos o teléfonos móviles con los que, so pretexto de fotografiar a sus esposas o a ellos mismos entre sí, desvían ligeramente el objetivo al disparar para llevarse fraudulentamente otras imágenes más sabrosas que las de sus insípidas mujeres de tobillos gordos y sus ridículos amigos barrigones.

En la playa de Vera, en Almería, una de las playas nudistas más grandes de Europa, los bañistas suelen recibir con ruidoso batir de palmas a este tipo de mirones con el fin de afearles la conducta y ahuyentarles. Yo siempre he sido enemigo de este tipo de prácticas, pues considero que las playas son de todos, hasta de los mirones; que precisamente los nudistas no deberíamos caer en los excesos intolerantes de que tantas veces hemos sido víctimas, y que los mirones, al fin y al cabo, en su propio pecado llevan la penitencia.

El segundo tipo de mirón es el de chiringuito de playa nudista. Este ejemplar se acoda en la barra, naturalmente vestido, y allí se queda la mañana entera contemplando en primer plano los traseros y las delanteras de toda y de todo el que se acerca a efectuar una consumición. Recuerdo una anécdota al respecto. Sucedió en la playa del Racó, una bonita cala nudista aneja a la inmensa playa de Pals en la provincia de Gerona, célebre por las gigantescas antenas de la anticomunista Radio Liberty, un capítulo fascinante en la historia de la Guerra Fría y un verdadero oprobio para nuestro país, que allí se alzaron hasta el año 2006.

Pues señor: vino a resultar que un mirón bastante descarado, ataviado con el uniforme oficial de esta clase de individuos que viene más o menos a consistir en camiseta, pantalón de baño suficientemente amplio para disimular una erección extemporánea, bolsa riñonera, chanclas y las imprescindibles gafas de sol espejadas que camuflan la mirada, se plantó en la barra del chiringuito de la cala del Racó dispuesto a echar la mañana en la contemplación de las muchas bellezas que allí buscaban esparcimiento con una cerveza y una bolsa de patatas fritas. En un momento determinado, cuando se sintió suficientemente confiado, sacó una autofocus de la riñonera (esto sucedía en los tiempos previos al teléfono móvil) y, fingiendo fotografiar a las gaviotas, comenzó a sacar fotografías de cuanto culo gracioso o teta enhiesta caía al alcance de su vista. Su estado de nirvana feliz terminó bruscamente cuando un tipo que se encontraba a su lado con un niño de unos cuatro años cogido de la mano, en todo igual al de las fotografías que ilustran este artículo, se dirigió a él en un tono de voz que pocos dudarían en calificar de laxante instantáneo:

—Qué, amigo ¿te gusta mi polla?

—¿Perdón? ¿Cómo dice?— El mirón estaba echando mano de sus recursos teatrales; el primero, hacerse el idiota.

—Sabes perfectamente de qué te estoy hablando; hasta me has sacado una fotografía. ¿Y la pilila de mi hijo? ¿También te gusta?

—Oiga, que yo no...

—Vamos, no te cortes; si te parece puedo poner al crío aquí encima para que se la veas mejor.

Y cogiendo al niño por las axilas le levantó en vilo y le sentó encima de la barra.

—¿Mejor así?—El mirón abría y cerraba la boca en silencio tratando de iniciar alguna protesta sin lograr articular palabra— Pues adelante: cáscatela; nadie te va a decir nada; aquí somos gente tolerante. Eso sí: no me gusta que las fotos de mi picha anden dando vueltas por ahí, así que, si no te importa, me vas a dar el carrete.

Y, dicho y hecho, tomó la máquina de fotos de las manos exánimes del mirón y extrajo el carrete en una larga serpentina marrón que enrolló a guisa de corbata alrededor del cuello del pobre individuo. Luego le sujetó con delicadeza por los hombros, le hizo girar en redondo y le empujó suavemente en dirección a la salida de la playa en medio de las risas de los presentes.

Ciertamente el mirón de chiringuito es el que más arriesga, pero también el que más frutos inmediatos cosecha, especialmente desde que los teléfonos móviles han facilitado su labor hasta extremos hasta hace poco impensables. Ahora, por ejemplo, un mirón puede sacar una fotografía y, gracias a Internet y al correo electrónico enviarse casi instantáneamente la fotografía a su propio domicilio borrándola de la memoria del teléfono, de forma que si es sorprendido, pongamos por ejemplo por un grupo de chavales con malas pulgas, su móvil estará tan limpio de desnudos como el de la abadesa de Las Huelgas.

El tercer tipo de mirón es el de toalla. Este piensa que el mejor camuflaje para llevar a cabo su deporte favorito, o sea mirar a gente desnuda, es ir desnudo. A tal fin se provee de dos toallas y una sombrilla y busca un lugar ad hoc cerca de la orilla para observar a todo el que pasa arriba y abajo. ¿Cómo se le distingue de un bañista normal? Es fácil: en primer lugar porque está solo y suele estar muy, muy blanco.
En segundo lugar, porque mientras todos nos desnudamos normalmente de pie, este hace contorsionismos inverosímiles para desnudarse sentado. 
En tercer lugar porque suele permanecer tumbado boca abajo pero con la cabeza erguida como una tortuga para no perderse ripio; es posible incluso que utilice unos prismáticos de campaña. En cuarto lugar porque si, en algún momento de su estancia en la playa se levanta para cualquier menester, como trasladar sus contemplaciones al chiringuito, utilizará la segunda toalla para enrollársela alrededor de la cintura. 
Hay que decir que, si te toca estar cerca de él, este mirón es el más insidioso y repelente de todos.

En cuarto lugar, está el mirón de aparcamiento. Este es el que permanece estático en la distancia, generalmente en el aparcamiento o en otro lugar desde el que pueda divisarse la playa nudista en su conjunto. Y allí se queda estirando el cuello como una grulla, lamentándose tal vez de su propia incapacidad para quitarse el traje de baño, porque la verdad es que no dan la sensación de estar disfrutando lo más mínimo.

Y finalmente, y en quinto lugar, están los mirones de paseo vespertino. Estos van siempre en grupo y acompañados de mujeres gordas vestidas de negro que vociferan, gritan, e insultan a los bañistas desnudos emitiendo opiniones groseras y no pocas veces arrojando piedras y otros objetos. Suelen pertenecer a la población aborigen y efectúan estos raids por la tarde, después de comer y beber abundantemente y a modo de ejercicio higiénico.
 
En cualquier caso, pertenezcan a un tipo o a otro, y con la sola salvedad de que arrojen piedras, todos ellos son inofensivos. Siempre se ha dicho que el pecado no está en el objeto contemplado sino en el ojo que lo contempla. Esta es una sabia lección que los nudistas tenemos muy bien aprendida.


Fernando Portillo 

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