Las personas
somos, entre otras cosas, animales simbólicos. Esta capacidad de interpretación,
de construcción y de asociación imaginativa y/o creativa nos distingue de otros
animales.
Es por eso, que la denominación de las cosas, de los lugares o de las personas ocupa un lugar de importancia en la propia configuración y no es tan baladí como pudiera parecer. Cuando damos nombre a un lugar público, que es lugar común de todos los ciudadanos, de alguna manera ofrecemos un homenaje a una persona concreta o celebramos un hecho o valoramos alguna institución, o quizá rememoramos una función tradicional que en el pasado se realizaba en ese lugar. Por ello, el denominar a los lugares públicos: plazas, calles, avenidas, bulevares, estaciones de tren, centros de salud u otros edificios emblemáticos debería ser una acción que concitara la participación de los ciudadanos, sobre todo de aquellos que hicieran un uso más frecuente.
Es por eso, que la denominación de las cosas, de los lugares o de las personas ocupa un lugar de importancia en la propia configuración y no es tan baladí como pudiera parecer. Cuando damos nombre a un lugar público, que es lugar común de todos los ciudadanos, de alguna manera ofrecemos un homenaje a una persona concreta o celebramos un hecho o valoramos alguna institución, o quizá rememoramos una función tradicional que en el pasado se realizaba en ese lugar. Por ello, el denominar a los lugares públicos: plazas, calles, avenidas, bulevares, estaciones de tren, centros de salud u otros edificios emblemáticos debería ser una acción que concitara la participación de los ciudadanos, sobre todo de aquellos que hicieran un uso más frecuente.
Por ello los
nombres que tienen los lugares públicos reflejan, sin lugar a duda, algunos
valores que pretenden ser comunes. Y por ello también las élites hegemónicas de
cada sociedad, tratan de controlar este poder denominativo, expandiendo su modo
de concebir sus valores y reproduciendo sus intereses a través de los nombres y
de la estela que estos expresan. Y claro está la Burgatti no es una excepción
en esto. Sólo hay que recordar que se tardó más de dos décadas en suprimir las
calles con denominaciones relativas al
franquismo.
Aprovechando este
estupendo púlpito, quiero lanzar dos propuestas. Una concreta, y la segunda de
mayor calado más general.
La primera
tiene que ver con la denominación de la Avenida que enlaza la ciudad con la
Estación de Tren “María Rosa de Lima Manzano”, nombrada en su último tramo: Duques de Palma. Este nombre volviendo
a lo que expresábamos al inicio nos remite ya irremediablemente a: trampas,
abuso de poder, enriquecimiento ilícito, saqueo de instituciones públicas, en definitiva
a Urdangarín, su esposa la Infanta Cristina y corrupción. Creo que en Burgos no
debemos dar cabida a este tipo de simbolismos en el callejero, no creo que nos
guste tener en el callejero a rateros, descuideros o defraudadores, no es lo
mejor para luchar por una renovación ética de la política, que a fin de cuentas
es el arte que facilita la convivencia. Por ello proponemos el cambio de nombre
de esta avenida de la ciudad, cuanto antes mejor, pero esto no puede tener
dilación si finalmente estos señores son condenados.
Hecha esta
propuesta concreta y de fácil solución, proponemos también, que la Concejalía
de Participación, con su técnica y su concejala, realicen proposiciones para
ampliar la participación popular en el proceso de elección de nombre a los
espacios públicos, ya sé que es un asunto menor comparado con el de la
auténtica participación, pero al menos podríamos empezar por algo.
Girolamo Savonarola
sustituir ese nombre por Calle de los Ladrones
ResponderEliminarOperarios del ayuntamiento mallorquín reemplazan las placas de Rambla de los duques de Palma por otras con la nueva denominación de la vida, la Rambla. El Consistorio tomó la decisión tras hacerse público el correo en el que Urdangarin firmaba como “el duque em...Palma..do”.
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