Por Eduardo Nabal
“Eva”,
de Kike Maillo, es una película de ciencia-ficción y robots que sorprendió por
su sensibilidad, pero que sigue siendo un misterio.
No es ningún misterio que
muchos realizadores españoles (Bayona, Amenábar, Fresnadillo, Torregrosa y tal vez el propio Maillo) tienen comprado ya
el billete a Hollywood y, viendo el panorama del cine español actual (sacudido
por los recortes y la ignorancia de los que lo financian), tal vez deberían ir
haciendo también las maletas.
No quiero
hablar aquí de esta cuestión, que me revuelve las tripas, ni de cómo
los políticos lo achacan a las
descargas en Internet y a la pereza del público y no a la insuficiencia de
recursos para terminar una película o a la subida del IVA, el descenso de la
calidad y el precio de las entradas.
Quiero hablar, o intentar hacerlo, del misterio de “Eva”, una película que me
ha parecido, además de poética y evocadora, tan sugerente como frustrante.
Me
explico, un trabajo digno, bien interpretado (con el siempre intenso Daniel
Brüll a la cabeza), pero que se pliega finalmente a las concesiones del género
para conquistar al gran público, en detrimento de los aspectos más espinosos de
la trama como las extrañas y complejas relaciones entre los protagonistas.
“Eva” nos habla de algo que por lo visto está reservado a curas y jueces como
es el amor intergeneracional, de nuestra naturaleza cyborg en una sociedad que
vive entre la miseria y la dictadura del Whasapp, de la deshumanización del
mundo académico y también del “armario”. ¿Es “Eva” una niña bollo? ¿Por qué el
personaje de Lluís Homar es tan asexuado? ¿Por qué el asesinato de la “niña
mecánica” a manos del protagonista masculino
está rodado como una escena de amor? ¿Por qué todos los personajes
esconden secretos? ¿Por qué suena David Bowie en una secuencia crucial del
filme? Por qué la estética es tan kitch y el ambiente tan enrarecido? ¿Por qué
el filme trata de alguien que vuelve a un sitio horrible y provinciano a buscar un pasado hiriente que ya “no existe”? ¿Nos habla el filme de la
“supervivencia de la especie”? “Eva” es un “no lugar”, un momento raro en la
historia de un cine que emigra, y un filme sobre cómo nos programan para amar,
sentir, desear, ser masculinos o femeninos, activas o pasivos, fuertes o
débiles. En ese sentido, y sin hacer
gala de ningún bagaje teórico, podemos ver en “Eva” un filme más perverso de lo
que parece.
Y no porque quiera hacer una lectura “gratuitamente queer” de una
película de ciencia-ficción medianamente inteligente, modesta y visualmente cautivadora sino porque
encuentro en ella demasiadas preguntas sin contestar. No viene al caso el
cotilleo. Me da igual las preferencias sexuales de Brüll, Maillo, Belbel, Amman
o Etura, sino que quiero explicar por
qué una película como esta puede ser leída de muchas formas. Indiscutiblemente
no hay final subversivo y la “niña rarita” es desactivada, aunque la película continúa en mi retina como
un océano ¿helado? de interrogantes. “Eva” fue
retirada en el último momento del
Festival Gay y Lésbico de Barcelona ¿por qué? Aburrido (¿tal vez?) de ver cine
gay “comme il faut” he sido capaz de disfrutar con las ambigüedades sexuales y
sociales de “Eva”. El cine español puede ser bueno y sorprendente, pero cada
vez va a ser más difícil que veamos películas como “Eva”, “Pan negro”, “La
buena nueva”, “20 centímetros” o
“Sevigné”, en algunos casos porque los autores han tirado la toalla y en otros porque la academia (que tal mal
parada queda en el filme de Maillo) parecía ser un refugio y también un sutil
adoctrinamiento que ahora se ve también
amenazado por quienes como el señor Wert ven un lujazo en la “fuga de
cerebros”. “Eva” nos invita a reflexionar sobre el cuerpo y las emociones,
sobre la falsa infancia y sobre la falsa madurez. Pero “Eva”, como el niño de
“Pan negro”, ha sido expulsada del paraíso y convertida en un robot más.
El
público pide tsunamis o tal vez tengamos que esperar a que pase el tsunami para
que el buen cine vuelva a llenar las salas y los espectadores puedan volver a
sentarse en una butaca ante una ópera prima tan cautivadora como alarmante.
Porque “Eva” parece presagiar la España de hoy, helada, dirigida por burócratas
sin escrúpulos, políticos corruptos y mas-media voceros y donde los sentimientos valen cada vez
menos.
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