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domingo, 24 de mayo de 2015

Sueños húmedos en el Burgos-Abierto

Por Víctor Atobas

Deseo y represión en la Costa de San Gil

No debería luchar por lo que deseo, al fin y al cabo es imposible, más vale dirigir los pensamientos y las atenuadas fuerzas hacia un lugar provechoso, si quiero permanecer cuerdo. Pero entonces, ¿para qué voy a esforzarme lo más mínimo, si se trata de algo no deseado? Locura total. Demencia juvenil.

Quiero destruir esta ciudad cerrada, hasta que no quede nada de su catedral, nada tampoco de las cruces que me culpabilizan, derruidas las campanas y las torres desde las que arrojan estigmas; destrozadas las resistencias, habrán de caer los oráculos y también los predicadores que chantajean por doquier. La Calle Vitoria transitada por miles de cadáveres, erigidos de las cunetas y las entrañas de la tierra; muertos que afirman lo negado. Capitanía explotando en monstruosos riscos que ruedan y aplastan todo alrededor, suerte que los pedruscos no han alcanzado la Costa de San Gil, el mejor sitio para perderse en esta ciudad de laberintos geriátricos, desconfianzas y redes paranoides. ¿Me habrán seguido?

Llego a San Gil y las centellas del petardo me explotan en los labios; aspiro el humo mágico y venenoso de la pólvora. Necesito escaparme. Tomo apuntes de la explosión; escribo para desaparecer. Entro en el San Fran y la música es la vida; he pasado miles de horas en este bar y apenas he hablado alguna vez con una mujer más de diez minutos, esto no puede ser sano, pienso, así es imposible que me encuentre bien, pero supongo que aquí todos nos conocemos y temo que, si hago aquello que deseo; flirtear, mirarte fijamente a los ojos e invitarte a  quedar, para conocernos en profundidad… entonces todxs lo sabrán y la historia se habrá acabado antes de comenzar. ¿Acaso no notas que me gustas? ¡Por supuesto que no! Estúpido – me insulta el juez interior que todxs llevamos dentro-. ¿Cómo iba a saberlo si ni siquiera te atreves a lanzarle señales?

 Además, todos nos conocemos y sabemos quién tiene pareja y quién no, mas no negaremos la evidencia; nos atraen más personas. En el Burgos- Abierto hay quienes han intentado poner en marcha relaciones abiertas, pero parece que esto forma parte, también, de nuestros deseos imposibles, dicen los de Burgos-cerradx. Lo peor es que, la mayoría de estos intentos de abrir las parejas a la libertad sexual, han acabado bien con la ruptura por haber encontrado en otrxs un mayor disfrute sexual, o con el cierre de la relación y el regreso a la normatividad de las relaciones en el patriarcado.  
Pero explíquenme una cosa: si, como decíamos, no podemos luchar por nuestros sueños porque son imposibles. ¿También los impulsos biológicos de nuestro cuerpo son irreales? Sólo resta la amarga cohibición, ponerse rojo y callarse; la timidez esconde la represión, ya nos lo enseñó el psicoanálisis. Cuántas oportunidades hemos desaprovechado, para conocer gente, siquiera para echar un polvo de vez en cuando y disfrutar de nuestros cuerpos en libertad y sin ningún tipo de compromiso.
Entonces alguien comenta que el sexo tiene que ver con el ego; puede que sea cierto, pienso. Comience, pues, la competición de Narcisos, hombretones enseñando los brazos y los hombros del gimnasio y chocando la cornamenta entre sí, machos que podrían proporcionarte horas de placer sexual; al precio de arrasar tu espacio de autonomía como mujer y aupar el displacer afectivo. Narcisos que crecen en la agresividad y que se cultivan en la imposición de reglas. Dispuestos los roles y demostrada la masculinidad de baratija; a las mujeres más jóvenes es más fácil engañarlas con las posturas de amistad simulada. ¿A cuántas te has tirado? ¿Cuál es tu record en una noche? ¿Cuánto has durado? Las mujeres no son yeguas a las que montar, digo, y algunos se ríen.

Calor en el Kubo: sueños húmedos y relaciones abiertas

El flamenco resuena en la Costa con el alma de los gitanos, confrontando cara a cara la inevitabilidad de la muerte para prorrumpir entonces en chanzas, jolgorio y baile, acompañado de ese acento tan triste que contiene un poso de verdad, desgarrado el cante y la garganta quebrada por la bebida.
Beber o fumar para desaparecer de una existencia atrancada y confusa, y perderse siempre en La Costa, en los antros llenos de belleza y esquizofrenia, heridas que suturan gracias al apoyo mutuo y la solidaridad, también hermosos momentos en los que se advierte la sombra pendiendo sobre alguien y otro la espanta con su sonrisa, brindando su apoyo. Todos somos iguales y por eso estamos solos, siempre solos; pero lo que nos hace hombres y mujeres es la acción; y en el Burgos-cerrado nos encontramos atados a la parálisis, a los reveses de los chantajes que nos culpabilizan por actuar en libertad, por ser diferentes, acaso por llevar el pelo verde, azul, por no tener trabajo, te convierten poco menos que en terrorista por luchar y expresar una cierta independencia, cercenada, falsa, hipócrita, que siempre acusa la sujeción a las fuerzas irracionales, al “Amo” como Hegel llamó a la muerte, al sistema político, al mercado incontrolado y engulle-vidas.

La irracionalidad de nuestro inconsciente desenvolviéndose en imágenes que nos someten a un estado arcaico, previo a la aparición del lenguaje; estos momentos los detectamos por estados de sometimiento, por la obsesión, la inferioridad, o cualquier otro producto de las identificaciones a través de las cuales se formaron dichas imágenes.
En el techo del Kubo, el enorme ojo parece representar el control permanente que nos convierte en cosas a vigilar, el control y la persecución de los excluidos, que tratan de moverse en sinuosos terrenos y con los medios que hay disponibles; lucha y resignación, desparpajo, uñas, navajas, insinuantes y peligrosas miradas. El ojo negro conquista los rincones apartados, reptiles-alienígenas pintados en las puertas de los baños que signan aquello “en movimiento”, que no puede ser desvelado ni comprendido en su esencia; metafísica de la autoridad, podría llamarlo la filosofía. Todo aquí es extraño y conocido al mismo tiempo.
La narcosis de humor verde-áceo me distancia de tal forma que ya no recibo transferencias, nadie puede traer esa imago de la que hablábamos antes, que es el significante. Siguiendo a Lacan, el Yo sería una conjunción de imagos; ahora nadie puede traer la sanción de la imagen, en el Kubo sólo el disfrute del calor y los mimos, de la música retorciéndose como una espiral roja de sensaciones que, explotando, se repiten de nuevo; ya estáis fuera de mí y no podéis alcanzarme, ni chantajearme. Bailo y me agito y no quiero parar. Afuera, la ciudad está explotando. Desde aquí, oímos las resonancias sónicas, la explosiones del mundo oscuro y antiguo. Las arenas psíquicas, inescrutables como la tormenta que siempre regresa los demonios de los que la narcosis tiene a bien esconderse; quizás alguna endeble seguridad a la que recurrir, tal vez una cueva, el cierre del Yo.
El Yo es demasiado débil para enfrentarse a la realidad, pero también es demasiado débil para dominar el instinto. Esta debilidad del yo […] es el marco dentro del cual tiene lugar el conflicto. Este conflicto se desarrolla de tal forma que el individuo reprime el instinto en aras de las exigencias sociales (1).
Se abre la puerta. Está sonando Somebody to love, de Jefferson Airplane. Entras y te quitas el abrigo. Tus caderas son como la carretera desbocada a la perdición y quiero sentirte, el corazón palpitando a velocidades de vértigo, saliendo del ensimismamiento narcótico para rebotar en un estado de excitación que se acompasa con la identificación; el deseo es el deseo del otro, y necesito saber que te gusto. La atracción provine del misterio, eres como una niña jugando conmigo, tan desconcertada como yo; así te imagino. Nos desconocemos tanto que sólo tengo que escribirte en las mismas encrucijadas donde se delimitaron las imagos. Charlamos  en la viscosa barra del Kubo, que a tantos ha dejado pegados, asidos al vaso como si éste continuara su mano de la forma más natural.
Cuando hablamos, las palabras son pájaros negros sobre cielos blancos, revoloteando alrededor de tu melena y el triste esplendor de tu mirada, batiendo las alas en tus sonrisas, que son planetas enteros. Las estrellas dibujadas en el canal que se abre y entreveo en tu camiseta, quiero comerte enterita y estoy muy caliente, vámonos, pienso, pero debería decirlo. ¡Atrévete, cobarde! ¿Te apetece que vayamos a casa? Pregunto al fin.
Después de todo, esto ha sido un sueño húmedo, claro, porque sabiendo que le haría daño a mi pareja y que, por si fuera poco, me mandaría al carajo, decliné la tentación de preguntarte si querías venir a casa, de lanzarme cuando estuviéramos en el sofá, porque al fin y al cabo intento no ser tan gilipollas como para tirar una relación maravillosa y duradera por un polvo con otra; aunque a veces me dan ganas de ser el más idiota contigo, de ser imbécil no sólo una noche sino todas. Claro que después volvería a comenzar la historia y, como lo más probable es que no tuviéramos tampoco una relación abierta, también querría acostarme con otras y de nuevo las mismas historias ya conocidas. Así que es mejor tirar por lo sano, y reprimirse, el no disfrutar del cuerpo se convierte entonces en la elección más racional.
¡Pues que le jodan a la racionalidad del patriarcado! Ya lo dijo Marcuse: Bajo el gobierno de una totalidad represiva, la libertad se puede convertir en un poderoso instrumento de dominación. La amplitud de la selección abierta a un individuo no es factor decisivo para determinar el grado de libertad humana, pero sí lo es lo que se puede escoger y lo que es escogido por el individuo. (2) Y si lo escogido es la “represión-racional”. ¿Qué resta?
El sueño húmedo, sólo la fantasía de la libertad; dibujarte en los paisajes del deseo. 

NOTAS:
(1) Reich, W. Materialismo dialéctico y psicoanálisis. Edición consultada: 1972. Siglo XXI. Omitimos una parte de la cita, entre corchetes.
(2)Marcuse, H. El hombre unidimensinal (1964)

Agradecimientos: A Burgos- Dijital por ser parte de ese Burgos-Abierto del que hablábamos.

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