Deseo y represión en la Costa de San Gil
No
debería luchar por lo que deseo, al fin y al cabo es imposible, más vale
dirigir los pensamientos y las atenuadas fuerzas hacia un lugar provechoso, si
quiero permanecer cuerdo. Pero entonces, ¿para qué voy a esforzarme lo más
mínimo, si se trata de algo no deseado? Locura total. Demencia juvenil.
Quiero destruir
esta ciudad cerrada, hasta que no quede nada de su catedral, nada tampoco de las
cruces que me culpabilizan, derruidas las campanas y las torres desde las que arrojan
estigmas; destrozadas las resistencias, habrán de caer los oráculos y también
los predicadores que chantajean por doquier. La Calle Vitoria transitada por miles
de cadáveres, erigidos de las cunetas y las entrañas de la tierra; muertos que
afirman lo negado. Capitanía explotando en monstruosos riscos que ruedan y
aplastan todo alrededor, suerte que los pedruscos no han alcanzado la Costa de
San Gil, el mejor sitio para perderse en esta ciudad de laberintos geriátricos,
desconfianzas y redes paranoides. ¿Me habrán seguido?
Llego a
San Gil y las centellas del petardo me explotan en los labios; aspiro el humo
mágico y venenoso de la pólvora. Necesito escaparme. Tomo apuntes de la
explosión; escribo para desaparecer.
Entro en el San Fran y la música es la vida; he pasado miles de horas en este
bar y apenas he hablado alguna vez con una mujer más de diez minutos, esto no
puede ser sano, pienso, así es imposible que me encuentre bien, pero supongo
que aquí todos nos conocemos y temo que, si hago aquello que deseo; flirtear,
mirarte fijamente a los ojos e invitarte a
quedar, para conocernos en profundidad… entonces todxs lo sabrán y la
historia se habrá acabado antes de comenzar. ¿Acaso no notas que me gustas?
¡Por supuesto que no! Estúpido – me insulta el juez interior que todxs llevamos
dentro-. ¿Cómo iba a saberlo si ni siquiera te atreves a lanzarle señales?
Además, todos nos conocemos y sabemos quién
tiene pareja y quién no, mas no negaremos la evidencia; nos atraen más personas.
En el Burgos- Abierto hay quienes han intentado poner en marcha relaciones
abiertas, pero parece que esto forma parte, también, de nuestros deseos
imposibles, dicen los de Burgos-cerradx. Lo peor es que, la mayoría de estos
intentos de abrir las parejas a la libertad sexual, han acabado bien con la
ruptura por haber encontrado en otrxs un mayor disfrute sexual, o con el cierre
de la relación y el regreso a la normatividad de las relaciones en el
patriarcado.
Pero
explíquenme una cosa: si, como decíamos, no podemos luchar por nuestros sueños
porque son imposibles. ¿También los impulsos biológicos de nuestro cuerpo son
irreales? Sólo resta la amarga cohibición, ponerse rojo y callarse; la timidez
esconde la represión, ya nos lo enseñó el psicoanálisis. Cuántas oportunidades
hemos desaprovechado, para conocer gente, siquiera para echar un polvo de vez
en cuando y disfrutar de nuestros cuerpos en libertad y sin ningún tipo de
compromiso.
Entonces alguien
comenta que el sexo tiene que ver con el ego; puede que sea cierto, pienso. Comience,
pues, la competición de Narcisos, hombretones enseñando los brazos y los
hombros del gimnasio y chocando la cornamenta entre sí, machos que podrían proporcionarte
horas de placer sexual; al precio de arrasar tu espacio de autonomía como mujer
y aupar el displacer afectivo. Narcisos que crecen en la agresividad y que se
cultivan en la imposición de reglas. Dispuestos los roles y demostrada la
masculinidad de baratija; a las mujeres más jóvenes es más fácil engañarlas con
las posturas de amistad simulada. ¿A cuántas te has tirado? ¿Cuál es tu record
en una noche? ¿Cuánto has durado? Las mujeres no son yeguas a las que montar,
digo, y algunos se ríen.
Calor en el Kubo: sueños húmedos y
relaciones abiertas
El
flamenco resuena en la Costa con el alma de los gitanos, confrontando cara a
cara la inevitabilidad de la muerte para prorrumpir entonces en chanzas,
jolgorio y baile, acompañado de ese acento tan triste que contiene un poso de verdad,
desgarrado el cante y la garganta quebrada por la bebida.
Beber o
fumar para desaparecer de una existencia atrancada y confusa, y perderse siempre
en La Costa, en los antros llenos de belleza y esquizofrenia, heridas que
suturan gracias al apoyo mutuo y la solidaridad, también hermosos momentos en
los que se advierte la sombra pendiendo sobre alguien y otro la espanta con su
sonrisa, brindando su apoyo. Todos somos iguales y por eso estamos solos,
siempre solos; pero lo que nos hace hombres y mujeres es la acción; y en el
Burgos-cerrado nos encontramos atados a la parálisis, a los reveses de los
chantajes que nos culpabilizan por actuar en libertad, por ser diferentes, acaso
por llevar el pelo verde, azul, por no tener trabajo, te convierten poco menos
que en terrorista por luchar y expresar una cierta independencia, cercenada,
falsa, hipócrita, que siempre acusa la sujeción a las fuerzas irracionales, al
“Amo” como Hegel llamó a la muerte, al sistema político, al mercado
incontrolado y engulle-vidas.
La
irracionalidad de nuestro inconsciente desenvolviéndose en imágenes que nos
someten a un estado arcaico, previo a la aparición del lenguaje; estos momentos
los detectamos por estados de sometimiento, por la obsesión, la inferioridad, o
cualquier otro producto de las identificaciones a través de las cuales se
formaron dichas imágenes.
En el
techo del Kubo, el enorme ojo parece representar el control permanente que nos
convierte en cosas a vigilar, el control y la persecución de los excluidos, que
tratan de moverse en sinuosos terrenos y con los medios que hay disponibles; lucha
y resignación, desparpajo, uñas, navajas, insinuantes y peligrosas miradas. El
ojo negro conquista los rincones apartados, reptiles-alienígenas pintados en
las puertas de los baños que signan aquello “en movimiento”, que no puede ser
desvelado ni comprendido en su esencia; metafísica de la autoridad, podría
llamarlo la filosofía. Todo aquí es extraño y conocido al mismo tiempo.
La
narcosis de humor verde-áceo me
distancia de tal forma que ya no recibo transferencias, nadie puede traer esa
imago de la que hablábamos antes, que es el significante. Siguiendo a Lacan, el
Yo sería una conjunción de imagos; ahora nadie puede traer la sanción de la
imagen, en el Kubo sólo el disfrute del calor y los mimos, de la música
retorciéndose como una espiral roja de sensaciones que, explotando, se repiten
de nuevo; ya estáis fuera de mí y no podéis alcanzarme, ni chantajearme. Bailo
y me agito y no quiero parar. Afuera, la ciudad está explotando. Desde aquí,
oímos las resonancias sónicas, la explosiones del mundo oscuro y antiguo. Las
arenas psíquicas, inescrutables como la tormenta que siempre regresa los
demonios de los que la narcosis tiene a bien esconderse; quizás alguna endeble
seguridad a la que recurrir, tal vez una cueva, el cierre del Yo.
El Yo es demasiado débil para enfrentarse
a la realidad, pero también es demasiado débil para dominar el instinto. Esta debilidad del yo […] es el marco dentro del cual tiene lugar el
conflicto. Este conflicto se desarrolla de tal forma que el individuo reprime
el instinto en aras de las exigencias sociales (1).
Se abre
la puerta. Está sonando Somebody to love, de Jefferson Airplane. Entras y
te quitas el abrigo. Tus caderas son como la carretera desbocada a la perdición y
quiero sentirte, el corazón palpitando a velocidades de vértigo, saliendo del
ensimismamiento narcótico para rebotar en un estado de excitación que se
acompasa con la identificación; el deseo es el deseo del otro, y necesito saber
que te gusto. La atracción provine del misterio, eres como una niña jugando conmigo,
tan desconcertada como yo; así te imagino. Nos desconocemos tanto que sólo
tengo que escribirte en las mismas encrucijadas donde se delimitaron las imagos.
Charlamos en la viscosa barra del Kubo,
que a tantos ha dejado pegados, asidos al vaso como si éste continuara su mano
de la forma más natural.
Cuando
hablamos, las palabras son pájaros negros sobre cielos blancos, revoloteando
alrededor de tu melena y el triste esplendor de tu mirada, batiendo las alas en
tus sonrisas, que son planetas enteros. Las estrellas dibujadas en el canal que
se abre y entreveo en tu camiseta, quiero comerte enterita y estoy muy
caliente, vámonos, pienso, pero debería decirlo. ¡Atrévete, cobarde! ¿Te
apetece que vayamos a casa? Pregunto al fin.
Después
de todo, esto ha sido un sueño húmedo, claro, porque sabiendo que le haría daño
a mi pareja y que, por si fuera poco, me mandaría al carajo, decliné la
tentación de preguntarte si querías venir a casa, de lanzarme cuando
estuviéramos en el sofá, porque al fin y al cabo intento no ser tan gilipollas
como para tirar una relación maravillosa y duradera por un polvo con otra;
aunque a veces me dan ganas de ser el más idiota contigo, de ser imbécil no
sólo una noche sino todas. Claro que después volvería a comenzar la historia y,
como lo más probable es que no tuviéramos tampoco una relación abierta, también
querría acostarme con otras y de nuevo las mismas historias ya conocidas. Así
que es mejor tirar por lo sano, y reprimirse, el no disfrutar del cuerpo se
convierte entonces en la elección más racional.
¡Pues que
le jodan a la racionalidad del patriarcado! Ya lo dijo Marcuse: Bajo el gobierno de una totalidad represiva,
la libertad se puede convertir en un poderoso instrumento de dominación. La
amplitud de la selección abierta a un individuo no es factor decisivo para
determinar el grado de libertad humana, pero sí lo es lo que se puede escoger y
lo que es escogido por el individuo. (2) Y si lo escogido es la “represión-racional”. ¿Qué resta?
El sueño
húmedo, sólo la fantasía de la libertad; dibujarte en los paisajes del
deseo.
NOTAS:
(1) Reich, W.
Materialismo dialéctico y psicoanálisis. Edición
consultada: 1972. Siglo XXI. Omitimos una parte de la cita, entre corchetes.
(2)Marcuse, H. El hombre unidimensinal (1964)
Agradecimientos:
A Burgos- Dijital por ser parte de ese Burgos-Abierto del que hablábamos.
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