Por Basilio El Bagauda
Con esta nueva sección que abrimos en este momento se busca humildemente invitar a la reflexión y armar a nuestros lectores de argumentos sólidos para descubrir los perniciosos e invisibles, pero no por ello menos intensos, humos que envenenan y confunden lentamente nuestras “almas”. Sabemos que no vamos a descubrir nada nuevo si observamos que los medios de comunicación sirven fundamentalmente para dos cosas.
En primer lugar, informarnos desde su óptica de la actualidad
con decenas de estrategias de comunicación, en algunos casos muy perceptibles
como decidir qué se incluye y qué se descarta en el formato, qué se coloca en
la portada y la contraportada o qué fuentes tipográficas utilizar para los
titulares.
En otros casos las estrategias escapan para los que no son
duchos en la materia, puesto que se trata de jugar con los espacios en ese
micromundo que es un periódico. En este caso son nuestro cerebro y nuestras
conexiones neuronales los que pasan a ser nuestros principales enemigos, puesto
que, si no se decodifica convenientemente, son manipulados a través de
malintencionados juegos de espejos. Cuando la información, por su difusión
masiva en otros medios rivales, no se puede obviar, se coloca en lugares menos
visibles o “amables” para el lector tras comprobados estudios y estadísticas
que permiten saber cómo las páginas impares se leen más que las pares o que las
noticias en la parte superior se leen más que las situadas en la inferior. En
otras ocasiones se encajan noticias como si se tratara de un puzle y que
aparentemente no tienen nada que ver, con la intención de que el lector
relacione rápidamente en su cerebro unos conceptos abstractos con otros.
Cuando todo esto no es suficientemente efectivo y la opinión
pública se encuentra especialmente sensible ante los hechos que están
sucediendo, se traspasan las líneas rojas que dicta la deontología y en ese
momento se mezcla opinión con información, datos ciertos con datos falsos e
imágenes fotográficas que corresponden a otros hechos.
La segunda gran utilidad que tienen los medios es mucho más
profunda, más útil para las clases dominantes, propietarias de los medios, y
más duradera en el tiempo. Esta herramienta se convierte en un dispositivo
perfecto para modelar las conductas y los comportamientos de los individuos,
unas veces banalizando las causas y otras veces normatizando nuestras
respuestas ante los efectos de las consecuencias.
Cuando, además, el medio es hegemónico en un determinado
territorio, el control de la artesanía de nuestro “yo” y de la arquitectura de
nuestro entorno hace que el efecto sea demoledor.
Aquí en Burgos no podemos eludir la desgracia de tener que
acudir al único medio posible si queremos conocer la actualidad de la ciudad y
provincia, y ello a pesar de su permanente escoramiento a la derecha de su
línea editorial.
Así “El Diario de Burgos” no es sólo un instrumento al
servicio de evidentes intereses familiares sino también una herramienta que nos
inyecta de una manera a veces evidente y otras subliminal el “código de buenas
prácticas neoliberal”.
Mafia Méndez, habemus, querido Baugada. El Don no ha muerto: escribe en el Diario de Burgos, su mejor excremento.
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