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miércoles, 26 de agosto de 2015

Florentina, la novia del Arlanzón

Florentina con sus hijos Mari y Domingo
en la plaza de la Flora, en Burgos
Por Juan Vallejo

              PRIVILEGIO


Ya perdido el nombre que me llamaba
su rostro rueda por mí
como el sonido del agua en la noche,
del agua cayendo en el agua.
Y es su sonrisa la última sobreviviente,
no mi memoria.
Alejandra Pizarnik


Quien me iba a decir a mí, cuando inicié esta especie de memorándum de mis amigos del alma hace unos meses, con García Calvo y Martín Santos, que me iba a enredar el magín una muerte, no por esperada menos impresionante: la de Florentina Villanueva. 

Me toca el dolor de cerca este verano, porque hace un par de meses, el 14 de julio, fallecía otro grande de la libertad, Ambrosio Ortega Alonso, Brosio, el pintor de los mineros; amigo de Florentina. 

Murió con noventa años en una residencia de Palencia. Era de Barruelo y se hizo pintor en la cárcel de Burgos. Como Marcos Ana, poeta fraguado entre rejas. Siempre me traía noticias de Brosio, esa gran mujer que le visitaba, Sara Martín. 
Y es que la cárcel de Burgos, era llamado la Universidad por los propios internos: tal era el intelecto que merodeaba entre las sacas, torturas y fusilamientos; también entre la ternura que vertían en los presos mujeres como Florentina.

Esta mujer de Lerma, criada entre la arcilla del tejar de su familia ( a su familia les llamaban los cacharreros ), segunda de once hermanos y con un cuñado fusilado por la delación y el terror fascista, aprendió muy pronto lo que era modelar la vida con el alma en los dedos y la libertad en la mirada.

Florentina con 20 años
A los 19 años se casó. En el alfar conoció a su marido, Herminio Antón, del cual le separaban nueve años. Gustaba Herminio de tocar la trompa en la banda del pueblo.  Tanto Herminio como su hermano fusilado, fueron concejales socialistas de Lerma. Cuando sentó plaza Herminio comenzó la Guerra Civil. 

De la banda del pueblo eligieron a varios músicos para completar la orquesta del Doctor Albiñana, entre ellos al marido de Floren. Al reconocerlos como republicanos cuando iban a ser embarcados en el camión para su traslado a Burgos, no los fusilaron de milagro.  El bueno de Herminio llevaba su música a las plazas conquistadas por los golpistas, tocando con la banda del cruel Albilñana su trompa lermeña.


La noche en que Florentina se trasladó a Burgos, durmió en un portal con su pequeño, Domingo, de apenas dos años hasta que encontraron casa en la calle Fernán González.   Un caserón, pared con pared con la casa del Pueblo, con el Ateneo Popular, en donde detuvieron al secretario, Julio Martínez Palacios, hermano de Antonio José, para fusilarle. 

Tuvieron que compartir el vetusto inmueble con tres familias y una cocina común. Precario todo el edificio, pero lleno de dignidad.  Cuando llegó la cocina de petróleo, en la misma habitación donde vivían la instalaron. No había otro espacio. "No sé como sobrevivimos a aquellos gases, a aquel tufo, decía Florentina cuando evocaba esa parte de su vida."  Allí nacería su hija, Mari, la cual le ha atendido hasta el último instante: el pasado día 10 de agosto a las dos y cuarto de la tarde en que se fue después de siete meses en cama desde la cual pedía que la dejasen morir.   No quería hacer sufrir a los suyos; ella que tantas veces acarreó la luz del alba a las puertas del penal, una luz que le dolía y disipaba en sus ojos castaños con matices robados a las cortezas de los álamos y chopos de las veredas del Arlanzón, que recorría cotidianamente.  El poeta Santos Rivas le dedicó un poema: La novia del Arlanzón, que Florentina recitaba ante sus amigos.

En aquel caserón de Fernán González, iniciaría el matrimonio un taller de sastrería. Esto propició encargos para el servicio de la cárcel de Burgos.  Cosían capotes para los guardias, funcionarios, etc. Así comenzó Florentina su periplo carcelario en 1946, convirtiéndose con otras mujeres en asiduas visitantes, confidentes de los presos condenados a miles de penas de muerte, de esta suerte se convirtió en imprescindible mensajera para la causa democrática socialista, republicana. En el taller se cosía para varias tiendas, para los trabajadores y obreros que vivían por de la zona.   Serían las chicas del taller quienes la animaron para bajar al penal. Amigos fueron Ambrosio el pintor, López Quesada, Ezequiel Fernández, a los que lavó sus ropas y cosió sus rotos; y Marcos Ana, claro.

Cuando fusilaron a Antonio José con 34 años, Florentina tenía 23.

El 25 de mayo del 2006, con motivo de mi exposición El arte en la memoria, en la sala FEC de Burgos, propicié el día de la inauguración, un encuentro entre Florentina y el poeta Marcos Ana ( 23 años consecutivos en las cárceles  españolas ). 
El emotivo abrazo fue inolvidable para todos los que tuvimos la suerte de presenciarlo. Hasta el punto de que el poeta lo dejó reflejado en sus memorias, Decidme cómo es un árbol, las cuales llevará al cine Pedro Almodóvar próximamente.

Comentaban cómo, aquellos muchachos, jóvenes y libertarios, no tenían otra cosa que comunicarse que sus ansias de libertad. 
Enredaban y evocaban los tiempos del presidio, tiempos que leía Marcos Ana en las rayas del muro y Floren sustraía del lenguaje de los árboles. 
La luz que narraba a Marcos Florentina, era la que desprendían los árboles desde su envergadura hacia las flores del frío, una luz que coloreaba con matices de olmos, de sauces, de fresnos y álamos que estiraba hacia la lumbre prendida allá por el horizonte del penal: cegadores fogonazos que hervían el sagrado Monte de Estépar. 
Le contaba a Marcos cómo era el Arlanzón, el río que inspiró al poeta de Salamanca y que cantó en su poema, Arlanzón, díselo al Sena./ Dile que en la Noche escuchas/ mi soledad, mis cadenas...
De este modo, la costurera y el poeta dibujaron un idioma que leyó el mundo en versos liberados nacidos tras las rejas.

Burgos, era entonces una ciudad destituida, sin nombre, sin ley, donde se negaba la tempestad. Una ciudad maldita elegida por un caudillo asesino para configurar un martirologio que duró hasta su muerte. 
Una ciudad por la cual miles de demócratas se sabían muertos y olvidados, por donde Florentina descosía y corcusía mensajes entre hilvanes, forros, dobladillos y presillas, por donde escapó los tiempos del futuro desde una cárcel en la que se instaló el laboratorio que dio lugar al Holocausto de España.

Entretuvo al tiempo Florentina mientras resumía versos y palabras viajeras apretadas en papeles de estraza, patinadas con la grasa del unto y el tocino. Eran puntadas con hilos de sangre que Floren prendía como un reclamo para las familias de los condenados. Las leía del muro, desde la mirada, desde la lágrima de los héroes ocultos en tumbas de piedra. 

Quedaban aquellos mensajes zurcidos en los labios, estirados, hermosos labios que tantos pudimos notar en su ternura, en sus abrazos. Unos labios que pronunciaban la palabra República y Libertad como nadie las decía. 
Eran besos reos, besos de espera los de Florentina. ¡Cuántas veces dibujó en las costuras de los trapos las ventanas ideadas por los presos! En la postguerra, todos los días había puchero en su casa. 
Nunca pasó hambre Florentina. Superó un cáncer de vesícula. Gustaba de largos paseos, sola, con su inseparable bastón que equilibraba su degeneración macular.

Nunca se aburría: conferencias, actos en donde el compromiso con las libertades era protagonista;  centenares de manifestaciones; allí donde hubiera un evento republicano, feminista, allí estaba Florentina. 

Mari, su hija, ha guardado unas cenizas para echarlas al Arlanzón, su novio eterno. 
De esta suerte posará su vida en su curso para nutrir a los árboles de su ribera de la anatomía, del espíritu de una mujer única, excepcional.

Nos has enseñado a encontrar las memorias de los desahuciados, de los héroes que trazaron los senderos de la libertad por donde ahora caminamos, por donde tantas veces, a tu lado, del brazo, nos conducías pidiendo democracia; esa que robaron a tus amigos. 


Monumento a las personas represaliadas anitfranquistas en Burgos
Recuerdo perfectamente, cómo en tu silla de ruedas, con la bandera republicana en tu regazo, rozando los cien años, acudiste al homenaje que hicimos a la puerta de la antigua cárcel de Burgos, frente al monumento a los represaliados antifranquistas, a los ex-presos. 
Vinieron los que se salvaron de ser fusilados y les fundiste con tu abrazo.
Ese día encuadernaste el tiempo nuevamente. 
O en aquella ocasión cuando el colectivo 8 de Marzo te hizo un emocionante homenaje. 
Entonces nos dijiste que conociste en el Penal a personas tan buenas que en la calle no las encontrabas mejores. 
Que eran ellos los que te daban consuelo. Tú que tuviste a tantos condenados protegidos, los que acudían separados por las dobles rejas por donde se paseaban los guardianes mientras los visitabais. Veinte presos en un cuarto indecente, en lastimosas condiciones, vigilados implacablemente. 

Aún así detraías lo impresentible, la quietud de la intimidad. La trasladabas a la mujer, a los hijos, a los padres; la mayor parte de las veces no les conocías de nada, pero se establecía un íntimo e invisible lazo entre vosotros que anudaba la vida y la libertad. 
De esta manera la vida entraba en la cárcel de Burgos.
Contigo envejecieron las confidencias, aquellas que dolían a los amaneceres, las que cuajaban sangre en días rotos; también los sueños en somieres de piedra que desleías en las aguas del Arlanzón con el asperón y el azulete. Y la piel en la conciencia de los inviernos cuajados de mayúsculas. 
Con qué celo cuidabas las cosas que te decían los condenados. 
Las escribías en la nervadura de la banquilla, convirtiéndolas en palabras de madera; en la concavidad del dedal, porque conocías el envés de las palabras....Fue un tiempo de mentira, de infamia. 

A España toda,/ la malherida España, 
de Carnaval vestida/ nos la pusieron, 
pobre y escuálida y beoda,/ para que no acertara la mano con la herida./  
Esto escribió don Antonio Machado el año que tú naciste, Florentina, novia del Arlanzón y de la Libertad.




3 comentarios:

  1. Gracias a la sensibilidad de tu artículo, Juan, he descubierto, aún sin conocerla, la solidaridad y entereza que Florentina mostró en esos durísimos y difíciles años de guerra y posguerra. Y escritos como este nos hacen no olvidar lo que sufrieron los perdedores.

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    1. Gracias a ti por entender la grandeza de esta mujer incomparable. JUAN VALLEJO

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  2. Admiro cada vez más, sobretodo por los tiempos que corren, a la gente con coraje que es coherente con sus ideas. Admirable, Florentina. El artículo rezuma sensibilidad y ternura.

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