Su experimento y técnicas laten en un trabajo admirable. Y conste que trato de deslindar el especial cariño que siento desde hace muchos años a esta mujer contumaz,trabajadora; verdadera pintora, de lo que es el arte que nos mueve a ambos.
La he visto crecer a medida que desarrollaba una obra digna por donde late la vida que merodea por los montes de Villamiel, donde tiene taller, madre e inspiración: un tríptico invaluable que desvela en estas pinturas la ternura y el oficio necesario de una pintora excelente.
Los círculos concéntricos de gran formato nos seducen en la vorágine de nuestra tribulación como seres, como si Dante nos cogiera de la mano y nos introdujera por
los vericuetos de la Divina Comedia y nos condujera al periplo fascinante de la gran trilogía.
La calma se instala en sus cuadros, por los acrílicos de mares serenos y hermosos por donde la idea se diluye en un continuo vaivén que mece la espera. Azules del Veronés, de la Demanda sierra, de los paisajes que Carmen Cuesta anuda en su privilegiado estudio serrano.
Los círculos concéntricos de gran formato nos seducen en la vorágine de nuestra tribulación como seres, como si Dante nos cogiera de la mano y nos introdujera por
los vericuetos de la Divina Comedia y nos condujera al periplo fascinante de la gran trilogía.
La calma se instala en sus cuadros, por los acrílicos de mares serenos y hermosos por donde la idea se diluye en un continuo vaivén que mece la espera. Azules del Veronés, de la Demanda sierra, de los paisajes que Carmen Cuesta anuda en su privilegiado estudio serrano.
Únicamente de esta forma se puede lograr una obra de este carácter. Una obra por la que el dibujo respira simultáneamente al color. Algo que confiere a la ondulación un silencio que nos atrapa.
Y las sillas de Carmen Cuesta. Todo un acierto llevar sus aperos de trabajo al cuadro como protagonistas: utensilios que están varados batiendo anaranjados licuados, preciosos que esperan a la pintora.
Y las sillas de Carmen Cuesta. Todo un acierto llevar sus aperos de trabajo al cuadro como protagonistas: utensilios que están varados batiendo anaranjados licuados, preciosos que esperan a la pintora.
Pareciera que en su estatismo la inquietud, la falta del cuerpo de la autora les erige en guardianes de la inspiración de la pintora. La presencia de una ausencia que Carmen Cuesta ha sabido fundir con un objeto esencial en la vida de un artista. Son las sillas de la espera, las que aguardan el arte en la memoria de su anatomía, la cual dibuja con talento.
Los grabados al agua fuerte, al barniz blando, los linóleos a la plancha perdida conducen su dibujo por una esencia indispensable a todo aquel que trata de ser algo en esto tan complejo de crear. Carmen Cuesta lo es. Y su independencia, lejos de colectivos e ismos que nutren políticas provincianas, por donde el seudoarte tiene asiento, le da a esta mujer la necesaria e imprescindible cualidad que toda pintora debe ansiar.
Una exposición contundente de la que me siento complacido por haber sido, de alguna manera, testigo de su génesis.
JUAN VALLEJO
Una exposición contundente de la que me siento complacido por haber sido, de alguna manera, testigo de su génesis.
JUAN VALLEJO
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