Por Juan Argelina
Tsipras ha sacrificado las energías utópicas del
pueblo griego. En un momento en que, con todas las adversidades de frente, el
pueblo griego se volcaba con Syriza, dándole un apoyo del 62% en el referéndum
convocado para dotar de legitimidad democrática a su oposición a las políticas
de asfixia económica impuestas por la UE, Tsipras ha sacrificado a su pueblo, y
le ha desarmado, y junto a él, a todos nosotros.
Históricamente, no es la
primera vez que ocurre. El poder es un campo minado. Es el terreno de
Mefistófeles. Se firma el contrato con sangre, y, sin leer la letra pequeña,
nos damos cuenta de que al final del camino está la entrega de tu alma.
Varoufakis dimitió tras haberse creído Teseo contra ese Minotauro, comedor de
carne humana, que identificaba con el gran monstruo del mercado financiero
internacional, representado por la Troika, mensajera de los dioses de Bruselas
y Berlín. Pero la Troika no murió.
El hilo de Ariadna se rompió, y el pobre
ministro de economía griego se quedó enredado en él dentro del laberinto de la
Comisión Europea. Él también hubo de ser sacrificado. No había tiempo para más
teatro.
Desde que Syriza ganara las primeras elecciones
de enero de 2015, la posición del gobierno griego parecía heroica.
Todos los
que habíamos seguido el problema de la situación económica griega desde su
entrada en la UE, allá por 1981, sabíamos que todo era una ficción, al igual
que el famoso milagro español. La burbuja inmobiliaria y la corrupción campaban
por sus respetos, mientras nadie se preguntaba por la extraña facilidad con que
circulaba el dinero.
Cada visita a Grecia era para mí una constatación de la
realidad incómoda de lo que vendría. Ambos casos, el griego y el español,
compartían similitudes, aun cuando sus niveles de renta y productividad fueran
bastante desiguales. El imaginario cuerno de la abundancia acostumbró a la
población a mirar por su interés a costa del bien común, destruyendo el sentido
comunitario de la vida ciudadana. Políticos corruptos, animados por la banca
extranjera, creaban la ilusión de un clima de confianza y crecimiento, cuando
la verdad era que la deuda aumentaba a un ritmo galopante.
Hoy, en España, las
infraestructuras millonarias, convertidas en ruinas arqueológicas, deben
venderse a precio de saldo (véase el caso del aeropuerto de Ciudad Real,
adjudicado a una empresa china por ¡¡¡10.000 €!!!), y en Grecia el mismo
Tsipras, antes combativo contra la austeridad, y dispuesto a mantener la
dignidad del pisoteado pueblo griego, debe ahora seguir los dictados europeos,
y realizar un plan de privatizaciones sin precedentes.
El diario digital Ekathimerini nos ilustra: Antes de las elecciones de enero se estaba
construyendo un puerto deportivo por valor de siete mil millones de euros. Tras
la victoria de Syriza, la construcción se detuvo. Sin embargo, "ahora,
en un intento de conseguir un tercer rescate europeo, y evitar el hundimiento
de la economía griega, el gobierno ha dado un giro de 180º al solicitar que se
acelere el proyecto, además de vender activos públicos, y permitir que las
constructoras privadas sean las que edifiquen viviendas de protección oficial
con el objetivo de obtener dinero y contribuir así a reducir los 320.000
millones de euros de deuda pública, y a devolver el dinero que le han prestado
los países europeos para reflotar los bancos en dificultades". Bancos
en dificultades no sólo griegos, sino también franceses y alemanes. Pero se
trata de un préstamo imposible.
Muchos creerán que los derechos de los
acreedores son legítimos, pero sin duda alguna, se trata de un auténtico robo.
Volvamos al caso del
puerto deportivo para comprender con un ejemplo la naturaleza del problema: Se
estaba financiando con dinero público como parte de la celebración de las
olimpiadas del 2004, aunque luego no se volvió a utilizar.
Ahora hay muchos
inversores, árabes y chinos, que lo quieren comprar (¿no recuerda esto algo
sobre nuestras infraestructuras en saldo?), y al final el gobierno griego va a
percibir cerca de novecientos millones de euros por un arrendamiento de 99
años.
Esto ha provocado lógicas reacciones: el gobierno griego está vendiendo
activos por debajo de su precio de mercado, y es seguro que su privatización no
sólo hará disminuir la seguridad laboral, sino que transferirá la riqueza a una
élite adinerada.
Justamente lo que ocurría antes de la llegada de Syriza.
El
gasto y la deuda son siempre para la ciudadanía, mientras que los beneficios lo
son para los bancos y los inversores. Así es como se hacen las transferencias
de riqueza. Se invierte con dinero público y se vende a inversores privados a
precio de risa, mientras los ciudadanos ven como sus deudas aumentan día a día,
ante la pasividad general.
Y si esto sigue así, ¿para qué ha servido el
referéndum? Hagan lo que hagan, vendan lo que vendan, nunca será suficiente
para pagar su deuda, y mientras el rescate obtenido no les deja respirar, y el
sufrimiento del pueblo no deja de aumentar, en un futuro próximo parecerá
inevitable lo que Tsipras había intentado impedir: la salida de Grecia de la
zona euro. Si hubiera actuado con coherencia y hubiese dimitido antes de asumir
las condiciones europeas, corresponsabilizándose con su pueblo, una vez que
viera inevitable su derrota ante la Comisión, no nos hubiera dejado la amargura
de presenciar estas"tristes" últimas elecciones, como las definió
Varoufakis, en las que volvió a ganar, pero ya sin la esperanza puesta en
solución alguna que no pasara por el autosacrificio de sus votantes.
Pienso que
no podemos justificar a Tsipras y al mismo tiempo criticar a Zapatero cuando
emprendió sus medidas de austeridad y modificó, junto al PP, la Constitución,
saltándose las mínimas premisas democráticas.
No sé si es peor siquiera animar
la confianza de todo un pueblo y presentarse ante él como un nuevo Prometeo,
para después encogerse como un insecto ante el fuego, y olvidarse de las causas
que le llevaron a dirigir el poder.
Un poder ahora tan menguado, que más parece
un virrey colonial que un auténtico representante del pueblo. Pablo Iglesias le
calificaba de "león", mientras le apoyaba en los mítines de la
campaña electoral. ¿Es esto lo que nos espera?
No me siento bien hablando de Grecia. Me duele y
me quema por dentro. Los Estados ahogados por las deudas han certificado el fin
de la democracia, y como decía Susan George en su Informe Lugano, "si la
democracia es la primera de las ficciones, el concepto de "derechos
humanos" es la segunda".
A partir de ahora ¿quién se tomara en serio
el artículo 25.1, que dice que "toda persona tiene el derecho a un
nivel de vida adecuado que le asegure, así como a su familia, la salud y el
bienestar y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia
médica y los servicios sociales necesarios; tiene asimismo derecho a los
seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudez u otros casos de
pérdida de sus medios"? Las necesidades primarias se han convertido en
utopías, y ahora que los refugiados llaman a nuestras puertas, estamos
obligados a replantearnos la realidad en la que vivimos.
El sacrificio del
pueblo griego se ha consumado, y la lectura de sus entrañas no es nada
favorable para el futuro. Mientras algunas de sus islas se inundan de
refugiados, otras son vendidas a multimillonarios: Warren
Buffett compró la de Agios Thomas por quince millones de euros, y Johnny Depp la de Strongylo, por 4,2 millones. Lo peor
de todo es que todo esto no servirá de nada para aportar liquidez a la
maltrecha economía griega. Y mientras tanto, el país se deshace de todos sus
activos, repartidos entre campechanos y sonrientes magnates, los mismos que
(Goldman Sachs a la cabeza) falsearon sus cuentas y animaron a los griegos a
seguir una política suicida. Seguramente veremos en el futuro cómo se vende
también la Acrópolis a precio de saldo, y así caerá el último símbolo del
origen de nuestra democracia.
Aún así seguiremos cuestionando el fin de la
historia. Los alardes de fuerza del neoliberalismo se estancan en la ausencia
de una auténtica reconstrucción social, lo que derivará en la ineficacia de su
propio modelo.
La concentración de la riqueza en un número cada vez más
reducido de multimillonarios y el aumento consiguiente de las desigualdades a
nivel planetario, solo puede suponer el crecimiento de las tensiones globales y
el colapso económico. Nos encontramos ante la misma opción que Neo ante Matrix:
si toma la píldora roja que Morfeo le ofrece, se quedará en la alucinación del
País de las Maravillas. Si toma la azul, despertará y comprenderá la realidad
que se esconde tras esa alucinación.
Por desgracia, ya nos hemos tragado
demasiadas píldoras rojas. El esfuerzo que supone abrirse al pensamiento
crítico parece lento y arduo pero necesario, ya que implica no aceptar el
discurso del poder, asumir la amarga verdad, y desenmascarar las mentiras de
nuestros dirigentes. Sólo así podremos avanzar hacia un cambio real.