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sábado, 6 de junio de 2015

Reflexiones íntimas frente a la fractura hidraulica

Mozuelos de Sedano (Burgos). Casa rehabilitada
Por Alejandro Núñez Peña


¿Para qué sirve una salamandra?

Es ahora, cuando estas jornadas para la reflexión sobre el fracking (véase “fractura hidráulica”) que la gente de la JOCE ha organizado este fin de semana en Mozuelos, cuando la cosa comienza a ponerse caliente. Es la tarde del domingo 15 de abril del 2015, y estamos, los que estamos, unas treinta personas, sentados con las sillas puestas en círculo en el interior de la Casa Sur, una de esas cabañas de madera prefabricadas que otras generaciones anteriores de la JOCE levantaron en su día a la entrada del pueblo. La mayoría de nosotros llegamos aquí el sábado por la mañana, de modo que llevamos aquí tan solo día y medio. Aunque da la impresión de que desde entonces hubiera pasado por lo menos una semana. 

En este día y medio hemos hecho pan en un horno de leña. Hemos danzado en círculo alrededor de la zona en donde la empresa BNK tiene previsto perforar el sondeo Sedano 1B, a tan solo unos quinientos metros del pueblo. Hemos reconstruido parte del murete de piedra de una cañada, que para el que no lo sepa –yo no lo sabía-, son los caminos por los que se hacía llegar al ganado hasta los pueblos. Hemos fabricado unos cuantos ladrillos de adobe.  Hemos compartido mesa y un cuscús que estaba, literalmente, para chuparse los dedos. Hemos visto Gasland, el documental ese en que al acercar un hombre con bigote un mechero a un grifo de agua abierto, sale una llamarada de color azulado. Hemos asistido a un teatro de sombras que los chicos y las chicas de la JOCE han preparado para explicar a los niños la historia del pueblo y la amenaza que el fracking supone para este lugar. Hemos (entre otro chico y yo; larga y tremebunda historia) enterrado a un cachorro de pastor alemán. Hemos visto una salamandra, que para el que no lo sepa –yo tampoco lo sabía-, es un indicador de la pureza de este entorno que nos rodea. Más que para “la reflexión” estas jornadas parecen haber estado orientadas hacia “la acción”. Aunque, de cualquier manera, esto todavía no ha terminado.


Tras la proyección de unos cuantos cortos en lo que se mostraban la acciones de diferentes grupos anti-fracking en diferentes regiones del planeta -colectivos entre los que se encontraban las “Abuelas contra el fracking”-, hemos colocado las sillas en círculo y nos hemos sentado en este espacio diáfano con las paredes, el suelo y el techo de madera. El  27 de Abril del 2015, terminó el plazo para presentar las alegaciones para solicitar la declaración del impacto ambiental para los sondeos de Sedano 1A, 1B, 2A, 2B, 3A y 3B sea desfavorable, y la pregunta que nos hacemos ahora es: ¿Qué podemos hacer a partir de ahora?


El primero en tomar la palabra, o mejor dicho, el primero al que el moderador de esta asamblea pone –amablemente- en el aprieto de tomarla, es J, que es quien se ha encargado de darnos esta mañana una charla informativa sobre el procedimiento y los riesgos de la fractura hidráulica en general (véase “tragedias ambientales como consecuencia del fracking”) y sobre la situación en relación con esta industria de la zona de Sedano en particular.  Aunque, a pesar de su juventud -no tiene pinta de haber cumplido aun los treinta-, su cresta oxigenada, sus piercings y una mirada tan clara e inocente como la de un niño de siete años, su discurso, nada afectado, se encuentra en el otro extremo de lo que se suele calificar como “idealista”. J es una persona con los pies en la tierra que cree firmemente en la educación, en el poder de que a uno le da el estar informado de lo que sucede a su alrededor. Aunque a estas alturas, reconoce, esa es una vía –el tío lleva desde hace cuatro años recorriendo los pueblos de la provincia de Burgos con su coche, su portátil, su proyector y toda su buena voluntad- por la que, a la corta, no se pueden hacer muchos progresos. “Así que habrá que esperar a ver que pasa con lo de las alegaciones”, nos deja caer casi con un suspiro, y luego se calla y aparta la vista hacia el suelo y la mantiene ahí clavada…  Esta mañana, mientras nos mostraba una serie de fotografías de pozas y charcas y riachuelos contaminados –por decirlo de una manera suave- como consecuencia de este tipo de prácticas, en la voz de J había -me ha parecido observar una nota…cómo decirlo…como la de alguien que lleva demasiado tiempo defendiendo algo en lo que cree de veras pero que no tiene mucha confianza en que al final vaya a servir para mucho. Y sin embargo, ahí sigue el tío: al pie del cañón; tocado pero todavía a flote.                 

Pero dejemos a J a lo suyo y volvamos a la asamblea, porque está hablando el “alemán”.  El “alemán” es un apicultor bastante conocido por estos andurriales; él y su pareja son los únicos habitantes de un pueblecito que cuelga literalmente de uno de los acantilados del Cañón del Ebro; ella fue quien se encargó ayer por la mañana de dirigirnos mientras danzábamos sobre la tierra y él -aunque, por lo que he  podido observar, en el trato corriente, se desenvuelve con unos modales que a uno le hacen pensar en otros tiempos más considerados y menos veloces- no sé cortó ni un pelo a la hora de soltar un alarido en plena carrera mientras alzaba los brazos hacia el cielo. Aunque rondará la sesentena, mi mujer dice que todavía conserva gran parte de su atractivo; pues bien, pues muy bien, si ella lo dice… El “alemán” no está sugiriendo que el siguiente paso a dar sería organizarnos para llevar a cabo algún tipo de acción sobre el terreno -una acampada o algo por el estilo-, y para explicarse utiliza términos tales como “escenario”, “creatividad”, “energía”, “oportunidad”, “marco pacífico”. Y, aunque yo aun no tenga muy claro hacia dónde quiere ir a parar, escucharle es como mirar la corriente de un río a su paso por un tramo tranquilo: lo mismo podría estar rememorando un día en que se le quemaron los garbanzos en la olla que a mí me parecería igual de bien. Sin embargo, en un momento dado, alguien se decide a cortarle y consigue que la mitad de los aquí presentes nos enderecemos sobre nuestras sillas y nos pasemos las manos por la cara.    Se trata de un hombre moreno que mantiene a una niña rubia de unos cuatro años abrazada y sentada sobre sus rodillas mientras se dirige ahora hacia nosotros. Tal como él lo ve “mal vamos si ya de primeras comenzamos con una actitud derrotista”. “Vale que de primeras nos planteemos seguir la vía pacífica, pero “¿no es un acto de violencia lo que estas empresas tienen pensado llevar a cabo contra nuestro entorno? ¿Contra nosotros mismos? “. Cuando el tipo nos suelta de repente que, aparte de bailar sobre una pista de tierra para bloquear el paso a los camiones, hay muchas otras cosas que podríamos hacer, a mí me dan ganas de preguntarle cuáles son esas otras cosas.   Aunque, según ha señalado, este no es ni el momento ni el lugar para tratar estas cuestiones. Así que va a ser me voy quedar con las ganas de saber a qué se refería con esas “otras cosas”. Con esas ganas y con las de saber lo que acaba de susurrarle a su hija al oído, pues, una vez ha terminado de dejarnos bien claras sus intenciones, y las de otra mucha gente “muy muy quemada”, de no quedarse con los brazos cruzados, ha abrazado a la pequeña y le ha dicho algo al oído que ha hecho que ella se volviera hacia él sonriendo y que a mí me dejara con esta intriga. 

Y llegados a este punto es cuando la cosa comienza a calentarse de veras. No es que nadie alce la voz sobre la de nadie más ni que ninguno de nosotros se enzarce en ninguna discusión. Pero personas que hasta el momento permanecían tan sólo a la escucha y que parecía que iban a mantener esa actitud a lo largo de toda la asamblea, están comenzando a soltarse:   Alguien saca a colación la cuestión de las energías alternativas. En concreto, de la energía solar. Alguien, un anciano corpulento que ha venido desde Vitoria,  se compromete en nombre de su gente a presentarse en la zona en el tiempo en que tarden en llegar desde que reciban el aviso. “Solo tenéis que enviarnos un wasp-up”, dice, “y en dos horas nos ponemos aquí”. Una mujer pelirroja proclama con voz firme su negativa a participar en cualquier tipo de acto que se desvíe lo más mínimo de la vía pacífica, y propone que “desde ya” este sea un punto a convenir entre todos. Alguien me pasa un bolígrafo  y un cuaderno de anillas tamaño folio con una lista de nombres, teléfonos y correos electrónicos escritos a mano. Escribo en él mi nombre, mi teléfono y mi correo electrónico y se lo paso a la persona que está a mi lado. 

Alguien propone hablar de sentimientos…  rabia, frustración, impotencia, pena, desesperanza… esperanza… Alguien compara –salvando las distancias- esta situación con la que sufren muchas pequeñas comunidades indígenas en diferentes rincones del mundo. Alguien, con la boca pequeña, comenta que “tal vez podríamos organizar una marcha en bicicleta”. Los ojos de J parecen iluminarse por un momento.  Alguien hace mención al TTIP (véase “Tratado de Libre Comercio e Inversión entre  EEUU y la UE”). Alguien con la boca más grande propone que nos pongamos en contacto con los de “El Informal”. Alguien…

Yo no digo nada. Yo tengo coche. Un diésel.  Yo conduzco todos los días cuarenta kilómetros de ida y otros cuarenta de vuelta hasta mi lugar de trabajo. Yo pongo la calefacción la mitad de los meses de año. Yo como carne, cuya producción, para el que no lo sepa –yo esto sí que lo sabía antes de venir aquí-, es la causante del cuarenta por ciento de las emisiones de CO2 que enviamos a la atmósfera. Yo adquiero casi a diario todo tipo de productos que vienen envasados en materiales plásticos. Yo compro en Amazon.Uk discos que me envían casi semana sí semana no desde diferentes países del mundo. Por correo aéreo. Y sí, llevo unas Nike, y en las rebajas de este año me compré una cazadora Carhartt sin la que habría podido pasar perfectamente. Cierto que en la ciudad siempre me muevo en bici, y que reciclo, y que en los últimos tiempos hemos reducido bastante nuestro consumo de carne en casa… Aunque eso no quita que no sea consciente de que a mí se me pueda dejar de  considerar parte del problema por lo menos en tanta medida como a las empresas de hidrocarburos…Aunque, qué podría hacer, ¿vender el coche y buscarme otra ocupación en la que no me hiciera falta? 

Ya. Yo no soy más que una persona cualquiera que se las arregla como puede para llegar a fin de mes en estos tiempos como los que corren.  Además, aunque acabe de escribir mis datos en ese cuaderno que me han pasado hace unos minutos, no estoy nada seguro de que nada de lo propuesto vaya a servir para algo…  Yo… Yo he visto una salamandra esta mañana por la parte baja del pueblo. Estaba dando un paseo con mi amigo Diego, que ha sido quien nos ha invitado a pasar este fin de semana aquí en Mozuelos, y con mi mujer y los niños, cuando mi hijo el mayor ha señalado algo que yacía sobre uno de los bordes del pilón: algo parecido a una lagartija aunque un poco más grande y con la piel como de goma negra y blanda punteada con circulitos amarillos: una salamandra.  Y lo que se me ocurra pensar ahora mientras continúa este debate es: ¿para qué sirve una salamandra?

Supongo que hay cosas en este mundo que no se pueden valorar en los términos habituales de “utilidad”o “no utilidad”. Como, por ejemplo, una salamandra. O como una ballena. O como la confianza o la esperanza. O como el perdón mismo. O como esta misma asamblea.  La de la gente que se preocupa por el lugar donde viven las salamandras.  Uno sabe o siente por dentro que todas esas cosas están bien. Y punto.
No hay nada más que decir. Así que decido que quizá no tenga mucho sentido enredarse ahora con consideraciones sobre nuestro derecho o no a celebrar una asamblea como esta.  Porque en eso consiste “mojarse” ¿no? ¿No?

Al otro lado de la ventana, una lluvia fina, casi invisible, moja en silencio las calles y los campos. Durante todo el día el cielo se ha mantenido cubierto, aunque hace un rato, por un momento, unos cuantos rayos de sol han conseguido colarse por un hueco entre las nubes, y, al posarse sobre unas lomas que asoman por encima de los tejados del pueblo, han hecho que el verde de la hierba se intensificara hasta unos niveles que casi hacían daño en los ojos.  Dentro de la casa, alguien tiene algo que añadir a lo ya dicho.   Por el momento, aquí seguimos.