Foto de archivo Jornadas Mundiales de la Juventud en Burgos |
La historia más grande jamás contada es la de un mito forjado gracias al paso de los siglos que borra las huellas en la piedra y a la irresistible tentación de quién detenta el poder y se autoafirma como único y legítimo sucesor de la esencia mágica que nos da graciosamente la vida eterna tras nuestra mortal existencia… Es el mito de la persecución, del martirio y del sacrificio y del perdón.
Desde los tiempos de Roma hasta nuestros días se han acumulado e inventado de manera sistemática un sinfín de evidencias de este incesante intento del “Mal” de destruir a los únicos herederos legítimos de la Verdad que daban su vida por contárnosla. Esa es la identidad de los cristianos, y especialmente la de los católicos, tan “bien acostumbrados” a sentirse siempre amenazados.
Basta cualquier movimiento colectivo o individual contrario al dogma, es decir a la Verdad, para que sus sacerdotes hablen de persecución y martirio, y 2000 años después (si en esto tampoco nos mienten) seguimos en las mismas…
En España se llega al paroxismo, y el mito se refuerza de tal manera que incluso cuando parecen ser ellos los perseguidores o los colaboracionistas de la “caza de brujas” del momento que toque, se presentan así mismos como los injuriados, los heridos, los amenazados. Sólo un un ejemplo de tiempos pretéritos pero muy cercanos: la campaña orquestada en 2005 ante la Ley del matrimonio homosexual, que no hacía más que ampliar los derechos civiles a una pequeña parte de la población, por la Iglesia Católica S.A. que presionaba en las calles, influía en los despachos y se manifestaba con absoluta virulencia contra dicha Ley presentándola como una afrenta y una ofensa que ponía en peligro a la familia católica, y por lo tanto a los amenazados mártires cristianos.
Foto cedida JMJ en Madrid |
Pero el mayor paradigma de esta teoría se muestra evidente al comprobar la política de la Iglesia ante su inexistente revisión y petición de perdón por su colaboración e inestimable ayuda ideológica, económica y en muchos casos física que facilitó la destrucción de la Segunda República y la masacre civil posterior perpetrada por la miseria moral y la intolerancia cruel de unos cuantos poderes fácticos que fueron posteriormente bendecidos.
Qué decir de esa Iglesia que se aprovechó de la situación para convertirse en la gran beneficiada y garante del nuevo statu quo. Qué decir de esos sacerdotes que incitaron al odio desde sus púlpitos, que colaboraron en fraudes electorales aprovechándose de la ignorancia del pueblo inducida por su recelo a las ideas liberales, que cogieron las armas para matar a sus semejantes, que justificaban las matanzas y consagraban los fusilamientos y los “paseíllos”, que miraron hacia otro lado mientras se torturaba y se violaba sistemáticamente, que señalaron con su dedo acusador a quien odiaban para hacerle desaparecer, que con su abuso de poder y su alma inmunda y negra como un abismo de sombra separaron familias enteras, destrozaron almas y violentaron hogares, que con su poder reeducaron y vaciaron el cerebro a generaciones enteras cargadas de prejuicios y de ignorancia…
Foto de archivo |
Por mí, desde aquí, el mayor de los desprecios para este ejército de inmorales que mientras nos vende la falsa idea de que la Iglesia es universal y nunca entra en disputas partidistas, conserva homenajes de todo tipo en sus templos a una parte de los españoles (“los caídos por ¿España?”) y niega a muchos otros la posibilidad de recordar a los suyos y de hacer visible la injusticia de la Historia, escrita siempre por los vencedores. Sólo de esta manera se explican reacciones como la de los monjes de San Pedro de Cardeña que sin hacer un verdadero y público acto de contrición acerca de su colaboración necesaria en la creación de una campo de concentración y exterminio en su feudo hace 75 años, tienen la desvergüenza de negar el merecido homenaje a las Brigadas Internacionales, incumpliendo además resoluciones administrativas.
¡¡POBRES MÁRTIRES!!