Nada es lo que parece, aunque
siempre puede observarse la realidad tras el brillo del maquillaje. Somos
testigos de las desgracias de un mundo convulso, pero aparentamos la falsa
seguridad que nos prometen quienes las crean. Es así que las fotos se traducen
en emociones, pero enturbian el análisis. Y en estos días de
fatiga periodística, centrada casi exclusivamente en los refugiados sirios
clamando dignidad y justicia en las puertas de Europa, he visto varias que me
han revuelto la conciencia e incitado a reflexionar. Las primeras son en
principio asépticas: a menudo veo el estado de la atmósfera; me interesa el
clima, sus cambios, sus efectos. Los satélites mostraban la formación de tres
huracanes simultáneos sobre el Pacífico.
Como las tres brujas de Macbeth, Kilo,
Ignacio y Jimena, como se les llamó, exhibían el poder de una naturaleza
maltratada, de un mar sobrecalentado por el aumento de las emisiones de dióxido
de carbono, de unos vientos feroces, que permitían atisbar los desastres que
ocasionarían. Unos desastres, cuya causa última está en la acción humana. En
otra parte del mundo, pude reconocer la misma forma huracanada en una
gigantesca tormenta de arena que ocupaba todo el norte de Irak y parte del
oeste de Irán. Tierras devastadas. Si no hubiera sabido las coordenadas
geográficas, hubiera pensado que se trataba de Marte. Ya experimenté una de
estas tormentas en Mali, más concretamente en Tombuctú, hace unos años. La
arena lo cubre todo hasta engullir cualquier cosa que encuentra en su camino.
Nada parece resistirse y es un milagro sobrevivir a su fuerza. Al igual que el
empobrecido y estéril Sahel africano, Oriente Medio va camino de convertirse en
un desierto aún más desolado y trágico.
El nuevo orden mundial ha señalado la región como una pieza esencial en el tablero de una guerra global en la que sus contendientes juegan con máscaras. Nada es lo que parece. Los huracanes y las tormentas de arena pueden ser fenómenos naturales, pero su virulencia no lo es tanto. Tras las fotos hallamos la secuencia de los factores destructivos que causan miles de víctimas.
El nuevo orden mundial ha señalado la región como una pieza esencial en el tablero de una guerra global en la que sus contendientes juegan con máscaras. Nada es lo que parece. Los huracanes y las tormentas de arena pueden ser fenómenos naturales, pero su virulencia no lo es tanto. Tras las fotos hallamos la secuencia de los factores destructivos que causan miles de víctimas.
Y así llegamos a la foto del
niño Aylan Kurdi, muerto sobre la playa de la isla griega de Kos, difundida
globalmente como la metáfora del destino final de millones de seres humanos
condenados por ese ajedrez mortal en el que sólo son peones sacrificados. La
fotografía es estremecedora, pero al mismo tiempo chocante. ¿Acaso los
ciclónicos vientos de la tormenta de arena arrastraron su cuerpo, como el de
miles de otras víctimas, desde su destrozada tierra natal hasta las aguas del
Mediterráneo, abandonándolo, como si se tratara de un relato mitológico, en las
puertas de nuestra casa? ¿Y qué tiene la imagen de su pobre cuerpo tirado al
borde del mar, que no tengan las del resto de ahogados en el estrecho, en
Lampedusa, en las costas griegas,...? Los mismos que ahora se ven obligados a
acoger refugiados (sirios), disparaban pelotas de goma contra los africanos
que, a nado, intentaban alcanzar las costas de Melilla. También hubo muertos. Nunca se depuraron responsabilidades. Igualmente recuerdo las palabras de Aznar
cuando, tras sedar a algunos inmigrantes y meterles en un avión para
expulsarles del territorio español, dijo: "Teníamos un problema y se ha
solucionado".
Ahora la opinión pública se ha hipersensiblizado tras la
publicación de la fotografía de Aylan muerto sobre la playa de Kos. ¿También se
trata de un fenómeno natural? ¿Es la guerra, como los ciclones del Pacífico o
las tormentas de arena de Oriente Medio, un fenómeno natural? ¿O son el
resultado de políticas deliberadas? Casi cuatro años de guerra civil en Siria,
con millones de desplazados vagando por los países vecinos, y la preocupación
llega ahora. ¿Es la foto también una consecuencia "natural" de este
proceso?
Emily Roenigk, experta en
comunicación social y digital para World Relief, ha calificado de
"porno-drama" a las tragedias que únicamente se observan desde
el sufrimiento resultante y circunscrito a una mera situación dramática
personal o familiar, ocultando las causas que provocaron esa situación e
impidiendo señalar a los responsables que han financiado y vendido las armas
que han alimentado las guerras y alentado el estallido de conflictos en esas
zonas para perpetuar el saqueo de sus recursos (petróleo, coltán, uranio, gas,
etc.).
Los árboles nos impiden ver el bosque. La marea de refugiados centra la
atención en las políticas de asilo, mientras nadie se responsabiliza del
desastre en origen. En general, los medios de comunicación simplifican a
los seres humanos, hasta el punto de extraer de ellos sólo las características
que se pueden utilizar para obtener una alta respuesta emocional y generar
ganancias. Esto lo vemos en la publicidad, el cine, la pornografía. De
forma similar vemos representados a los pobres en nuestros medios de
comunicación, explotando su condición e incluso su sufrimiento con ánimo de
lucro. Como solemos hacer con la cosificación de las mujeres, tenemos que hacer
una pausa y preguntarnos si es ético presentar a un ser humano a las audiencias
occidentales con el único propósito de provocar una experiencia emocional y, en
definitiva, dinero. Es una práctica llamada pornografía de la pobreza, y no
hace casi nada para resolver el problema estructural real. La guerra, "la
madre de todas las cosas", como decía Heráclito, continuará. Algo se
les ha escapado de las manos a sus inductores, pero tratan de enmascarar el
producto de sus consecuencias.
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En el caso de Siria, su
posición estratégica como paso de los principales oleoductos hacia el
Mediterráneo, y su alineamiento político con Rusia, China e Irán, los grandes
enemigos del frente empresarial y financiero conducido por Estados Unidos y la
UE, la convirtieron en la siguiente diana. Imaginaron una victoria fácil, al
hilo de lo que ya había sucedido en los países donde la "primavera
árabe" había podido sacar del poder a sus dictadores. O bien, si la
revuelta popular no tenía éxito, el apoyo militar a los grupos armados rebeldes
desintegraría rápidamente, como en Libia, al régimen, instaurando otro más
fácil de doblegar y manipular, cercano a los intereses occidentales.
El fracaso
de la ocupación militar en Irak inducía a la cautela en cuanto a una
intervención directa. Erraron el cálculo, y Assad resistió. El resultado es una
sangría de las mismas proporciones que las descomunales tormentas de arena que
hemos visto estos días, y con unas consecuencias similares en cuanto a la
ceguera provocada.
La desinformación y el control informativo han sido y son de
tal calibre, que todos estamos ciegos ante la realidad de la tragedia. Porque
¿qué sabemos verdaderamente del conflicto ahora mismo? El caso de Bherlin
Gildo, cuyo juicio por terrorismo en Siria fue suspendido el 31 de agosto
pasado, tras demostrarse que agentes de inteligencia
británicos habían estado armando a los mismos grupos rebeldes que Gildo fue
acusado de apoyar, ha dejado claro que como decía al inicio de este texto, nada
es lo que parece.
La evidencia de que Gran Bretaña había estado proporcionando entrenamiento,
apoyo logístico y suministro secreto de “armas en escala masiva” a los rebeldes
sirios, abre la puerta a la certeza de que Estados Unidos y sus aliados han
sido los responsables de crear las condiciones de la situación caótica actual
en la región.
Chomsky es contundente en su análisis: “Una de las graves consecuencias de la agresión de
Estados Unidos y Reino Unido fue la de inflamar los conflictos sectarios que
ahora están destrozando Irak en pedazos, y que se han extendido por toda la
región con consecuencias terribles". La injerencia de
Estados Unidos y la Unión Europea en Medio Oriente para destruir a Irak y
derrocar al gobierno de Assad de Siria, unido al apoyo económico y militar que
incluyó la entrega de armas nucleares a Israel, fueron determinantes para el
surgimiento del Estado Islámico que, inicialmente, fue un grupo terrorista
armado, financiado y entrenado por la CIA y otras agencias de inteligencia de
la UE.
Constituye ahora un ejército que siembra el terror en sobre el extenso
territorio que ya controla, y pretende organizar un califato al estilo medieval
pero con armas dotadas de tecnología punta, entregadas por Estados Unidos y sus
aliados europeos, los mismos que ahora se afanan en acoger a los refugiados del
conflicto que ayudaron a alentar. ¿¡No es increíble!?
Siria, Libia, Afganistán,
Yemen, ... han sufrido los bombardeos de Estados Unidos, Arabia Saudita y los
Emiratos Árabes Unidos. Ahora sus habitantes tienen que huir a Europa. Todo
este flujo migratorio es la consecuencia directa de los errores de cálculo de
la política militarista de Occidente. Los drones norteamericanos han causado
tantas víctimas entre la población civil inocente, que, si no están ya entre la
masa que espera entrar en nuestros países, se ha pasado directamente a las
filas del ISIS, tal como lo hicieron miles de hombres reclutados, armados y
entrenados por la CIA en Jordania y Turquía con la esperanza de crear un frente
militarmente eficaz sobre el terreno. Aunque quieran crear una cortina de humo,
o una tormenta de arena, para desorientar y confundir a la gente, la realidad
se impone, y ahora Putin, desde Rusia, se frota las manos y sonríe ante toda
esta desgracia en el corazón de la Unión Europea. "Quien siembra
vientos...", decía en la televisión rusa. Porque todo esto es parte de un
conflicto mayor. La tragedia del Donbass ucraniano no es ajena al apoyo ruso al
gobierno sirio. Rusia mantiene su base militar en Tartus, muy cercana a
Turquía, y espera, junto con China e Irán, que la resistencia de Assad en el
escaso territorio sirio que aún controla, permita redefinir en el futuro una
situación favorable a sus intereses. En medio de todo, el sufrimiento de una
población sacrificada por los jugadores de esta sangrienta partida de ajedrez.
En el futuro inmediato no se ven esperanzas de cambio. Y, globalmente hablando, no será extraño comprobar cómo la guerra se extiende sin control en un ambiente de crisis, en el que resulta rentable. "La guerra es una estafa", decía Smedley Butler, cuando tras retirarse del ejército, en 1935, escribió su famoso discurso en el que denunció el uso de las fuerzas armadas en Estados Unidos como fuente de ganancias para Wall Street.
Fue la primera vez en que un militar norteamericano descubría la trampa de la intervención contra otros países para garantizar los beneficios de empresas privadas, cuyo gasto pasaba directamente a los ciudadanos: "Fui premiado con honores, medallas y ascensos. Pero cuando miro hacia atrás considero que podría haber dado algunas sugerencias a Al Capone. Él, como gánster, operó en tres distritos de una ciudad. Yo, como marine, operé en tres continentes.
El problema es que cuando el dólar estadounidense gana apenas el seis por ciento, aquí se ponen impacientes y van al extranjero para ganarse el ciento por ciento. La bandera sigue al dólar y los soldados siguen a la bandera." No ha cambiado nada desde entonces.
Durante la guerra de Irak, un helicóptero llegó directamente desde Washington cargado con ocho mil millones de dólares en efectivo, emitidos expresamente para seguir financiando la guerra. ¿No es curioso que se gastara tanto dinero en el conflicto, pero no hubiera un solo dólar para mantener las infraestructuras del propio país, que tras el paso del huracán Katrina, se demostraron frágiles, ineficaces y obsoletas para evitar la inundación de Nueva Orleans? Esto demuestra el escaso interés para invertir dinero en nada que fomente la paz o el bienestar ciudadano.
La guerra en Oriente Medio está ya fuera de control. Después de haber gastado seis o siete billones de dólares en las guerras de Afganistán e Irak, lo único que obtenemos es una enorme crisis migratoria. Lo que está ocurriendo en Siria es incalificable. Yo viajé por el país antes de la guerra, y, sí, era una dictadura, pero su economía era estable y su nivel cultural elevado. Incluso recibía emigrantes procedentes de países latinoamericanos. Existía una comunidad venezolana importante, y la presencia turística iba aumentando gracias a su enorme legado histórico.
Policía húngara |
El propio Instituto Cervantes había abierto una sede en Damasco, y pude comprobar una gran diversidad étnica, religiosa y lingüística. Ahora todo eso se ha ido al traste. Ya no existe. No sé dónde o qué habrá sido de las personas que conocí allí. Quizás caminen entre los miles de refugiados que son maltratados en las fronteras de Hungría, si no han perecido en su huida desesperada, se han ahogado como el pobre Aylan, pero su foto nunca aparecerá en los medios de comunicación, saturados de información en un ambiente en el que la opinión pública ya ha sido preparada. Soy consciente de que la información es un negocio, y, como tal, se vende como cualquier otra mercancía, como las armas. Hoy son los sirios. Mañana...