Por Víctor Atobas
Desde la abierta desesperación
Las calles mojadas y frías y las sirenas azules; este
es el mundo que habito, Ciudad Cerrada, ciudad de ciudades y mal de muchos
enfermos, que Ella mastica en sangre burbujeante y escupe por los conductos de
aguas sagradas, cuerpos y sexualidades mutiladas, sueños destartalados en el
exilio de las ideas. Las mariposas congeladas en la punta de la lengua y el
tiempo nos ha robado las alas; muertos los tiempos sólo cabe el renacimiento y
la acción. Apaleándome con la culpa de la parálisis, aprisionado por las redes
de araña, llego al centro.
Las miradas que leo con culpa; me observan como si yo
fuera los espasmos de un animal atado y reprimido. Como dijo el indígena a los
atónitos antropólogos; soy guacamaya. Soy un animal-cosa que ya no es capaz de
comunicarse con el pico. Un pájaro con la cabeza roja y las plumas azules y los
humos verdes que vuela en la sustancia gris de Ciudad Cerrada. Las sirenas azules
me van a atrapar aquí y no voy a poder continuar, ya lo siento pero la voy a
tener que volar más alto, hacia un lugar seguro. No quiero acabar en estas
calles esparramadas como laberintos geriátricos, pero tampoco quiero ser
cerrado en mí mismo, pero eso me fastidia tanto que siempre sea Nadie quien
escribe. Nadie sujetado a frustraciones y fracasos, injerencias y chantajes.
Los demás se distancian en torres infranqueables y yo
me mantengo alerta, defendiendo las pasarelas de un enemigo que no existe.
Prendiendo las almenaras al divisar aquellos ejércitos de sombras danzantes,
escudos y armas que aquejan esta pesadilla de vivir en Ciudad Cerrada, donde no
existe el futuro porque dicen que sería insostenible, utópico, terrorífico,
impredecible; y nos lo niegan en frío, después de haber congelado todas las
fuerzas incandescentes. En las calles del centro, sólo animales-cosa encerrados
en torres blancas, castillos sostenidos en vagas intuiciones de emborronado
papel, castillos ambulantes que se cierran en lo inequívoco de algún valor o
ideología; metas u horizontes hacia los que caminar.
De camino al confuso ruido de la cotidianidad: todas
las mañanas, nos abandonan los ánimos para salir de nuevo a buscar trabajo o
memorizar algún absurdo apunte. Internet, los vídeos y las redes sociales nos
bombardean con la rabiosa actualidad, de forma que ya apenas atesoramos la
memoria, pues todo parece fluir a una vertiginosa velocidad mientras caemos en
la parálisis. Y todas las mañanas del neoliberalismo, la frustración se instala
en nuestros pensamientos, aun debemos caminar hacia un lugar constructivo; el
mañana.
Pero el mañana
ya es hoy. Porque ayer ya dijimos que las cosas cambiarían para nosotrxs;
mañana encontraré trabajo, terminaré los estudios, dijimos, y al otro día
solucionaré mis problemas de ansiedad sin culparme a mí misma, quizás al siguiente
pueda haber ahorrado y alcanzado una cierta estabilidad, para tener una vida
independiente de mis padres, que se criaron en unas condiciones autoritarias y
por tanto “algo se les quedó”. Lo que
nos queda a nosotrxs; precariedad y desesperación ante la imposibilidad de
planear un futuro, ya sea en pareja o en solitario.
La
precariedad en Burgos: Rompamos el cierre
Y la frustración lleva a la agresividad que pudimos
ver en nuestra ciudad durante los disturbios que se produjeron a principios y
finales de 2014, con instantáneas de violencia política que provienen de la
represión que ejerce el sistema y las desigualdades subsecuentes en el sentido
de que la sociedad burgalesa se fragmenta, puesto que los espacios de la ciudad
se han privatizado excluyendo a quien no puede pagar su entrada, persiguiendo
las prácticas precarias como el botellón, ilegalizando colectivos, cerrando
locales de música y fiesta auto-gestionados por lxs jóvenes. Ejemplos los
encontramos a patadas: las ayudas públicas a la empresa Campofrío que generaron
las protestas de lxs desempleadxs, la construcción de un aeropuerto que la
inmensa mayoría no podemos utilizar, al igual que tampoco disfrutar de la
oferta cultural. Recordemos que la denominada “calidad de vida”, depende la
capacidad de consumo.
La centralidad de los flujos urbanos muestra que allí
donde el comercio, el transporte y la hostelería se instalan, se abandonan las
viviendas de la clase obrera y se emprenden prácticas especulativas, como las
intervenciones del Bulevar y aquellas producidas en el centro, que redundan en
los intereses económicos de una minoría. La juventud precaria que logra
independizarse, en la mayoría de los casos, se instala en infraviviendas o
habitaciones compartidas en los barrios periféricos, donde mayor es la contradicción
entre las condiciones de vida de quienes viven allí; mujeres divorciadas de
escasos recursos, inmigrantes y jóvenes precarios, y quienes tienen sus lujosas
viviendas en el centro, la Castellana o Villa Pilar.
Evidentemente, los recortes en educación afectan más
a las rentas más bajas, de modo que aun recolectando títulos de la depauperada
universidad española, ni siquiera encuentran trabajos estables. Y así podríamos
continuar toda una larga lista de recortes de servicios públicos, que el capitalismo
concibe como cuerpos extraños, concesiones temporales a la clase trabajadora
que impiden oportunidades de mercado.
Quienes sí encuentran trabajos estables son los
“hijos de ese Burgos” conservador que se ha implantado a través de las redes
clientelares en la mayor parte de las instituciones de tipo educativo,
religioso, comunicativo, empresarial, administrativo, en las cajas y en todos aquellos lugares
donde se reparte el excedente social, o haya oportunidades de negocio y saqueo.
Los “hijos de ese Burgos” conservador no son gays ni
lesbianas, al menos de manera pública
claro, ni tampoco negrxs o inmigrantes, apenas hay mujeres en los puestos más
elevados de poder, y andan muy lejos de creer en la justicia social puesto que
la razón instrumental convierte a los demás en medios para un fin personal. El
poder lo ata todos los flecos a través de las redes clientelares que impulsan el cierre de la sociedad a la
dinámica de cambio, que se expresa en
momentos de frustración y agresividad, recordando no sólo los números
disturbios ocurridos en 2014 sino también los frecuentes tumultos en Las Llanas
y Bernardas, precisamente porque es una sociedad cerrada que expulsa, censura y
excluye, donde los privilegios se reparten a través de posiciones alineadas; es
decir, hay una estrategia de la casta para cerrar todas las posibilidades de
cambio social, y el último ataque lo podemos ver con la Ley de Grandes Ciudades
en la que Burgos ha sido incluido, y que trata de acabar con la identidad de
barrio que tan bien ha funcionado como motor de movilización en la ciudad, que
el año pasado contó con uno de los movimientos vecinales punteros del Estado.
Orígenes
de la frustración: El alineamiento de la conducta
Si la filosofía es, como diríamos, la objetivación en
conceptos de lo que ocurre en una sociedad determinada, y partiendo de mi experiencia
vital en Ciudad Cerrada, propondría el concepto de “alineamiento”; así nos
quiere el poder, pasivxs, narcotizadxs, deprimidxs, culpabilizadxs, como si
fuéramos cosas controladas mediante la ingeniería social: seres predecibles que
pueden ser administrados mediante distintas técnicas. Temo que no cambien las
cosas, a que el cierre de nuestras vidas continúe mediante la conducta
alineada.
Por fortuna, la realidad contiene múltiples
dimensiones; podemos movernos en la profundidad del campo, construyendo
espacios de movilización que aglutinen a las identidades y demandas de quienes
se sienten cerrados, quienes ven a Burgos como un pueblo-geriátrico porque no
pueden intervenir, ni plantear un futuro; sin espacios para follar, ni educación sexual, ni ocio, ni cultura, la beca recortada, tampoco podemos independizarnos
ni planear un futuro con nuestrxs parejxs. ¿Para qué? Si aquí es imposible.
¿Probamos en Barcelona?