LA ADMINISTRACIÓN DEL SECRETO
(A propósito del Vaticanleaks y de la exposición Lux in arcana)
Por Luis Castro Berrojo
El padre Adolfo Nicolás, S.J.,
después de haber pasado más de 40 años de servicio en Japón fue nombrado
general de los jesuitas en 2008. A continuación hizo un viaje por varios países
de Europa, que le sugirió la siguiente visión de conjunto: Me impresiona la
antigüedad de todo: las personas (sin ironía), los edificios, las culturas, la
historia, las rencillas y desconfianzas entre naciones, los miedos, las
tensiones. Todo es antiguo y todo continúa, como si el pasado humano fuera tan
real como las calles de sus viejas ciudades[1].
Un jesuita sería el último en criticar cualquier cosa relativa al Papa o a
la curia vaticana, pero cabría añadir que si en algún lugar de Europa se
percibe esa sensación de antigüedad inmovilista, de inercia y de miedo al
futuro, es en el Vaticano y sus entornos. Por eso muy mal deben de estar las
cosas cuando el mismo general de los jesuitas se atreve a lanzar al papa la siguiente
invectiva: ¿Por qué el dinero juega un papel central?, ¿dónde está la fuerza
para combatir la tentación del poder en la curia?, ¿dónde la humildad y la
libertad donadas por el espíritu?”[2].
Foto de archivo |
Los documentos dejan pocas
dudas: hablan de turbias operaciones financieras enmascaradas como obras de
caridad o fundaciones benéficas; del blanqueo de dinero negro, incluso
procedente de la Mafia; de depósitos que recogen las limosnas de las misas y
pasan luego a cuentas personales; de oscuras relaciones con ciertos partidos de
derecha, como la Democracia Cristiana o la Liga Norte. Si en otros tiempos Juan
Pablo II puso en juego todos sus recursos, incluso financieros, para, en
alianza con Ronald Reagan (1980-88), acabar con el “imperio del mal” comunista
y con el Bloque del este, ahora los chanchullos dinerarios se explican apenas
en clave de luchas internas y de mantenimiento del status quo de las relaciones
con algunos partidos y con el Estado italiano, del que el Vaticano sigue
recibiendo tratos de favor (como una amplia exención fiscal y una discreta
vista gorda ante las actividades delictivas de los ciudadanos vaticanos).
Una parte
importante de la documentación que acredita estos hechos fue aireada por
monseñor Dardozzi, quien pidió a su muerte (2003) que se hiciera pública para
conocimiento general. Este prelado, consejero directo de los Secretarios de
Estado del Vaticano, fue testigo durante dos décadas de la non sancta gestión
de Marcinkus y de su sucesor, monseñor Donato de Bonis[3], al
frente del banco Vaticano, dando pie con su información a la salida del best
seller del periodista Gianluzzi Nuzzi, Vaticano S.A.[4], en 2009.
En ese
mismo año Benedicto XVI nombró al laico y opusdeísta Ettore G. Tedeschi
director del Banco Vaticano con la intención de que adecentara de una vez las
cuentas; y sabemos ahora que también por esas fechas la justicia italiana
volvía a investigar las finanzas del papado por blanqueo de dinero y cobro de comisiones ilegales. Pero las
resistencias internas han debido de ser muy grandes y el miedo ha cundido
cuando Tedeschi ha indagado para poner nombre a los titulares de algunas
cuentas irregulares que aparecían en clave. Recientemente, este hombre, amigo
personal del papa, ha sido cesado por Bertone y teme que le maten por haber
tirado demasiado de la manta; por ello deja a sus amigos íntimos una
documentación comprometedora: “Si me asesinan, dice, aquí dentro está la razón
de mi muerte”.
La idea de
Tedeschi era que su dossier –que al parecer incluye listas de nombres
manchados tanto dentro como fuera de la Santa Sede– llegara al papa a través de
amigos comunes, pero la policía se ha hecho con él a consecuencia de un
registro domiciliario y el asunto ha pasado a la fiscalía italiana. Que la cosa
es grave y ha producido gran inquietud en las altas esferas vaticanas se
percibe en el contenido de un comunicado de estas publicado el pasado 8 de
junio: en él se “pone la máxima confianza en la autoridad judicial italiana
para que las prerrogativas soberanas reconocidas a la Santa Sede por la
normativa internacional sean respetadas adecuadamente” y se añade que “está
examinando la eventual lesividad de las circunstancias”[5]. Leído
entre líneas el escrito, ¿quiere decir que el Vaticano considera la acción de
la policía italiana como una posible violación de los tratados de Letrán, que
rigen la relación entre ambos estados y que se remontan a 1929, año VII de la
era fascista? De ser así, serían palabras mayores. Pero detrás de todo está la
crisis general, que lleva a los gestores de la U.E. a perseguir y acorralar a
corruptos, evasores y manirrotos, por mucho que se escondan detrás de mitras o
mantos purpurados.
Es
evidente que esta sucesión de filtraciones están provocando crisis internas en
la Ciudad Santa, pero resulta significativo que se salden con la expulsión o la
detención de los que, aparentemente, desean limpiar (en el buen sentido) la
caja fuerte del Vaticano y denunciar las corruptelas y luchas de poder
internas. Ha sido el caso de monseñor Viganó, de Tedeschi o de Paolo Gabriele,
mayordomo del papa detenido al día siguiente del cese de Tedeschi. Pero las
filtraciones continúan, ampliadas por la proyección mediática del país
originario de los paparazzi y de la televisión basura. Se difunden
eslóganes destellantes como “los secretos mejor guardados de todo el mundo”,
“garganta profunda”, “Vaticanleaks”, “super scoop para palidecer a Dan
Brown”, etc.
Está por
ver hasta dónde llega este asunto, pero no nos extrañaría que, por muy
escandaloso que parezca, acabe sin esclarecerse del todo, como tantas veces
ocurrió en el pasado con tropiezos semejantes. No debemos minusvalorar esa
voluntad de acaparamiento mediático de la prensa italiana, tan fuerte al menos
como la paralela actitud oscurantista del Vaticano, que da lugar a mensajes a
veces exagerados o contradictorios que acaban pronto en la papelera mental de
la opinión pública. (Por ejemplo, las filtraciones de Gabriele eran vistas como
ataques al cardenal Bertone, secretario de Estado, pero otras posteriores se
presentan teniendo a este como autor. La intención misma de las filtraciones es
confusa: a veces se habla de regenerar la Santa Sede y de proteger la buena
imagen del papa, mientras que en otros momentos solo se ve la lucha por su
sucesión y rencillas personales o de grupo: los cardenales papables italianos
versus los de fuera; los partidarios de la mano dura contra el clero pederasta
y los contemporizadores; los de una orden religiosa contra otra, etc.)
Al fin y al cabo, sabemos de estas filtraciones gracias a la actitud de algunos miembros de la propia curia o de sus servidores cercanos, quienes las dosifican como quieren y en cualquier momento pueden cerrar el grifo, sin que vayan a faltar en el futuro otras actuaciones públicas relacionadas con el papa cuya proyección mediática relegue aquéllas al olvido. Por lo demás, a cualquiera que conozca un poco la historia de la iglesia, desde el “exilio de Aviñón” en adelante, todos estos affaires le resultan demasiado familiares.
Con dos mil años de historia, la iglesia católica ha pasado por muchos avatares críticos, tanto o más peligrosos que los actuales; se ha adaptado a muy distintos sistemas políticos y sociales, para poder sobrellevarlos y sobrevivir, quedando siempre por encima, como el aceite queda sobre el agua por mucho que movamos el recipiente (eficaz metáfora que escuchamos una vez en boca del cardenal Tarancón).
Foto de archivo |
[2] Extracto de uno de los documentos publicados por el periodista G. Nuzzi en su libro Su Santidad. Las cartas secretas de Benedicto XVI.
[3] Como en el caso del banquero Botín en España, tiene su punta sarcástica que este prelado financiero se llame Donato “el de los beneficios” o “de las riquezas” (en latín). O que su sucesor, Tedeschi, sea “el alemán” que trata de disciplinar las finanzas, siendo amigo de un papa al que más de uno apodará del mismo modo. Y es casi genial la denominación de Andreotti como titular de una de las cuentas cifradas, incluyendo un plural sin duda mayestático: “Omissis” (“de los que no se habla”, “de los pasados por alto”).
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