Foto de archivo BD |
Un año después ha reaparecido; la última vez que compareció
en el Congreso fue en agosto del año pasado. No está mal, después del
abrasamiento que realizó para imponer su bien amada nueva ley de Educación. Pero claro, el
desgaste sufrido ha hecho que hayamos estado muchos meses sin verle gran cosa;
ya no sólo en sede parlamentaria, sino que en los medios de “comunicación” ya
no ha salido tanto. Alguna aparición él, alguna su secretaria… ¿Sería que al
final sí que le hacía mella que le negaran tantas veces el saludo en actos
públicos?
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Bien, pues insisto. 964 millones, que ya sean españoles,
europeos o de la Antártida, deberían haber sido invertidos, por ejemplo, en
reducir las ratios de alumnos por aula, que dicen los datos oficiales que en
España son de 10 u 11 alumnos por profesor. Pero es un dato torticero y
falseado, porque se incluye al total de alumnos y al total de profesores; los
colegios rurales, cada vez con menos alumnos porque cada vez los pueblos se
mueren más (pero donde no se explica que aunque las clases son de pocos
alumnos, dar clase a veces se convierte en poco menos que Misión Imposible por
la disparidad de niveles juntos); los alumnos con necesidades educativas
especiales: los alumnos que reciben clases de pedagogía terapéutica y audición
y lenguaje… Es evidente que este tipo de docencia tiene un número reducido de
alumnos. Pero estos datos esconden que lo normal es que las aulas cuenten con
25 niños, con 26 chiquitines, hasta 33 alumnos en una clase ha encontrado quien
esto escribe en un instituto público. Siempre hay quien dice que antaño “éramos
40 y no pasaba nada”. Ya; pero han pasado 40 años, y ahora no lavamos en el río…
También se podían haber empleado en implementar proyectos de
innovación educativa de verdad, no de esos que quedan bien en un montón de
folios y que ponen un ordenador por niño en un curso (¿y después qué? ¿y el
mantenimiento de esos ordenadores que había que comprar porque así se llevaba
la partida presupuestaria mi colega que tiene una empresa que los hace?).
Quizá se podrían utilizar en mejorar las instalaciones de
multitud de centros que llevan 25 años sin pintarse; o en dar cobertura real a
la detección de necesidades educativas tempranas.
La verdad es que se me ocurren multitud de usos para ese
dinero… Por no hablar de las becas y ayudas… que por cierto, el señor ministro
ha debido de lamentar “que otras prioridades como las becas a estudiantes impidan
al Ministerio colaborar con las comunidades autónomas para lograr la gratuidad de los libros de texto
y del material escolar a las familias”. ¿Pero no acaba usted de decir que
cambiar la ley cuesta casi mil millones de euros? Pues no la cambie. Que nadie
quiere un cambio que signifique dejar la firma de un ministro en un montón de
papelotes oficiales. Todos queremos cambios que realmente signifiquen mejoras.
Y esos no se hacen de espaldas a la comunidad educativa.
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