Por Lucas Mallada
¿Por qué
será que los símbolos que recuerdan a un breve periodo de la
historia de España son utilizados con creciente profusión por
personas, en su mayoría jóvenes, que nacieron muchas décadas
después?
Concordaremos
en que la rememoración de hechos pasados de desigual referencia
metafórica, para unos simboliza la esperanza y para otros una
representación de lo más abyecto, no son un enfrentamiento
historiográfico acerca de cómo fue el pasado, si no una competición
por el relato que alimenta nuestro presente. Aquellos que argumentan
que hemos de guardar el pasado en los anaqueles de la Facultad de
Historia, y dedicarnos a asuntos más provechosos, sazonando sus
razones con cuestiones plenamente crematísticas, yendo al bolsillo,
comenten a mi entender dos errores.
En
primer lugar, y suponiendo “buena voluntad” en su argumentación,
no se trata de pasado, como digo si no de recuperar el presente.
Aquellos que reclaman la República, o utilizan sus símbolos,
probablemente poco sepan de los detalles históricos de la compleja
década de los 30, y ni falta que les hace. Lo que sí saben y lo que
es importante para ellos, es que la República supone en el
subconsciente colectivo de cada vez más españoles, una nueva
oportunidad, una ocasión para restablecer un contrato social que nos
sitúe a los ciudadanos en el centro de la nación colectiva, con
capacidad para decidir quiénes queremos ser y qué queremos ser,
incluso dentro del marco europeo.
La
República es futuro, es novedad, son aires nuevos, que nos permitan
romper con un régimen agotado que ha optado por excluir a los
ciudadanos, por dejar de protegerles, por dejar de cumplir la
Constitución de 1978. Al igual que en 1931, la República fue capaz
de abrir los poros, de romper con los partidos dinásticos, como son
el Partido Popular y el Partido Socialista, que agarrados al reparto
del poder y a consensos interesados que sacrifican a cada vez más
españoles (o personas que viven en España).
Por eso la República
es más futuro que presente, en el camino hacia una Asamblea
Constituyente, en la que puedan sacudirse realmente los poderes
fácticos y decidir con honestidad y responsabilidad como quieren
organizarse, en definitiva se trata de superar las limitaciones de
una democracia representativa insuficiente y de un régimen político
que se queda pequeño para las necesidades de la sociedad del
presente. Y sí, la II República con sus símbolos, les sirve de
apoyo y de conformación de identidad colectiva, tan importante en
los procesos políticos, tanto o más que los asuntos meramente
monetarios, y los oponentes también lo saben.
En
segundo lugar, y en esta cuestión pongo en duda la buena voluntad,
porque muchos que argumentan la caducidad de algunas narrativas
históricas, utilizan con profusión otras, estos obviamente quedan
desprestigiados con facilidad. Las élites extractivas, los poderes
fácticos y los hijos del consenso de los años 70, se agarran como
una garrapata a la mítica de la Transición. Y no voy a poner en
duda los logros de aquellos años y de aquellos consensos, sin duda
los hubo. Lo que resulta patético es tratar de acallar las
realidades presentes que afectan a las nuevas generaciones sacando a
relucir el espantajo de la Transición. El resumen narrativo es muy
claro: “Nosotros hicimos un gran trabajo, conseguimos todos
estos logros: bienestar y democracia, estad agradecidos por ello,
pero es mejor no tocar nada, no vaya a ser que lo estropeemos
todo...” Ocurre que cada vez hay menos bienestar y por supuesto
menos democracia. Tienen miedo, no les gustan los cambios, están
acomodados y quieren levantar un muro para evitarlos.
El razonamiento
es similar al de los políticos del Régimen de Alfonso XIII, fueron
incapaces de evolucionar y cuando quisieron hacerlo fue muy tarde
para ellos, la historia y el pueblo les barrieron... Eso sí se
vengaron años después, con una orgía de sangre.
El Régimen de la
Transición con el nieto de Alfonso como Jefe de Estado, y con sus
partidos dinásticos está cometiendo algunos errores similares.
Creían que invitando a los sindicatos dinásticos (CCOO y UGT) al
banquete, desactivarían la protesta. Aún esto va a ser insuficiente,
puesto que están siendo desbordados, como se vio con claridad el 22
de marzo en Madrid. Están expulsando a demasiada gente, personas que
desean cambios sinceros, y que no tendrán ningún empacho en empujar
cuando sea la ocasión, por eso, mientras tanto, se refugian en
símbolos con los que se identifican. Pero incluso da exageradas
muestras de debilidad con reiterada y patética representación
mítica de un relato heroico de la Transición, cuando las
insuficiencias de la misma están a la vista de todo el mundo.
Los
tutores de la “Transición gatopardiana española”
son los que marcan la agenda, los tiempos y las prioridades, y lo
mejor de todo, se les ha caído la careta, por eso ahora resulta
increíble el relato de la Transición, y por eso cada vez más
ciudadanos buscan identificarse en otros relatos, que al menos no
están fabricados por las élites, lo que es evidente por la saña
con que los persiguen en los medios de comunicación del poder. Por
eso el relato de la República cada vez más entronca con el futuro y
la esperanza, al mismo tiempo que la falsedad e impostura del relato
de un Régimen que deriva hacia el control, la mentira, la sumisión
y la pérdida derechos se hace más insoportable.
Y con la narrativa de la República, van haciendo camino hacia un
escenario donde sean posibles Poderes Constituyentes, más abiertos,
más inclusivos y más ciudadanos.
Porque además el relato de la República es más favorable a la
construcción de una sociedad habitable, que es la verdadera lucha
frente a las corporaciones que sólo ansían diluir los vínculos
societarios y que los intereses corporativos dominen en el escenario
social.