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domingo, 30 de agosto de 2015

Una mujer con atributos

Por Eduardo Nabal

La editorial Lumen ha publicado “Lillian Hellman. Una mujer con atributos”, recién llegado a nuestras librerías. Un libro voluminoso pero también lleno de interés histórico y literario. En el fondo el volumen es una recopilación de los dos grandes libros de memorias de Hellman (“Pentimento” y, sobre todo, “Mujer inacabada”, con las mismas traductoras) pero esto (si no fuera por el desmedido precio de los libros) no invalida la propuesta, ya que esos libros están descatalogados desde hace tiempo o solo se pueden encontrar en librerías de “de vieja”. De su libro mas imperfecto pero formalmente arriesgado “Pentimento” surgió la maravillosa película “Julia” de Fred Zinemman, con Jane Fonda y Vanessa Redgrave en un duelo interpretativo sin precedentes, con un subtexto de historia de amor y narrando episodios cruciales de la historia del siglo pasado. Hellman sigue siendo una figura controvertida en la historia de EEUU del siglo pasado y sus libros nos hablan de cuestiones todavía espinosas entre los que se incluyen sus viajes a Rusia o a la España en plena guerra civil o su matrimonio algo tomentoso con el escritor de novelas policiacas Dassiel Hammett, también acusado de colaborar con “los rojos”, por sus simpatías con el Partido Comunista de EEUU en los años treinta. También de la “memoria histórica” sin recuperar. La memoria de los vencidos/as, de los que vieron en España un terrible laboratorio del fascismo, que en Europa nunca parece enterrado. Algunos derechistas – como Walt Disney o la madre de Ginger Rongers- la acusaron en participar en películas donde se presentaba “niños rusos limpios y sonrientes”, además de visitar lo que sería la Unión Soviética en tiempos de cambio. Otros se fijaron en sus gestos antifascistas, considerándolos anti-norteamericanos. Hellman siempre tuvo un conflicto interno entre sus ideas y su procedencia de una importante familia del viejo Sur, de la que fue y quiso ser la “oveja negra”, la “niña mal de una familia bien y un mundo aristocrático en descomposición”. Una chica rebelde en un mundo de avaricia, intereses empresariales e intrigas a mayor o menor escala.

Muchas de sus obras contienen elementos autobiográficos y fueron llevadas al cine con cierta solidez (como es el caso de “The Little fox”, que dio origen a la película “La loba” de William Wyler), una historia de codicia, corrupción, rencor y chantaje en el seno de una pudiente familia sureña regentada, en parte, por una inquietante Bette Davis, reflejo de alguna de las mujeres (tías o abuelas) que la “malcriaron” y despreciaban a los “sirvientes negros”. Aunque no es Virginia Woolf es evidente que Hellman podía camuflar formas de amor entre mujeres o que ocultaba pasiones como se deja entrever en sus cartas casi románticas a su amiga Julia o por el tema pionero del lesbianismo en los colegios de EEUU en los años treinta que abordó en su ya legendaria “The childrens hour” Hellman, a pesar del final trágico de la obra citada, se temió el rechazo del público, pero el público de Broadway era mas intelectual y tolerante que el de Hollywood, al menos en la década de los treinta. Pero el lesbianismo no pasó entonces a la pantalla. Tuvo que esperar a los 60 para una adaptación más fiel de su pieza más conocida, que no necesariamente la mejor. Su carrera como guionista a pesar del éxito de películas como la romántica y antibélica “El ángel de las tinieblas” o el drama social sobre la pobreza en la urbe durante la gran depresión “Calle sin salida” se interrumpió con la llegada de las listas negras y la legendaria “caza de brujas”. 

Su debut en el teatro se produjo con “La hora de las niñas” donde introducía con cierto rubor temas como la delación el amor entre mujeres, la infidelidad, aunque sobre todo era una historia de provincianismo “moral” que presagiaba los años oscuros del macartysmo durante el que sufrió, junto a su marido o su amiga Dorothy Parker, acusaciones, citaciones, espionaje, amenazas etc. Hellman fue a Rusia a aprender teatro ruso (entonces de primera categoría) y defendió la democracia y a la II República en una España amenazada por el avance de las tropas franquistas. Una historia que aún hoy en el Estado Español nadie se atreve a contar entera por temor a represalias toda índole. Existe cierta pereza a la hora de traducir el teatro de Helmman al castellano, a pesar de su fama entre las nuevas generaciones. Ponerlo en papel. Hoy día es dificil sino imposible conseguir obras suyas para leer en español o éstas fueron editadas hace muchos años o simplemente no vieron la luz en castellano. Lillian Hellman no parece una autora feminista aunque su literatura si lo es, sino una mujer comprometida con los problemas de su país en pleno repliegue patriotero y con el racismo, el machismo y la homofobia a flor de piel y una dama sureña dotada de una afilada pluma que queda en los diálogos de películas de las que luego renegó como “La jauría humana” de Arthur Penn, uno de los alegatos más violentos e incisivos contra una sociedad basada en el dinero y las formas de poder monopolizadas en pocas manos, focalizada en un pueblo de Texas durante los años sesenta. Una década de esperanza, cambio y también desilusiones en la que se cometieron varios magnicidios y en la que las expectativas de cambio depositadas en los movimientos pro-derechos civiles se encontraron con la fiera oposición de la derecha armada y la conspiración oligarca. En ella Foote (Matar un ruiseñor), Hellman y Penn volcaron su animadversión hacia una sociedad de ricos y pobres, pero la inseguridad del productor Sam Spiegel mutiló este retrato generacional, todavía potente. Una época de cambios pero también de avance de la derecha armada y su lucha por entrar en la alta política. 

Aunque algunas autoras posteriores afroamericanas (como Bell Hooks) han puesto en cuestión el verdadero compromiso de la autora con las minorías raciales, lo cierto es que Hellman, como alguno de los personajes de sus piezas teatrales, desafía – a su manera- los valores machistas, racistas o clasistas del mundo en el que creció. En “Tiempo de canallas” cuenta con ira la época sombría de la “caza de brujas” y arremete contra viejos amigos como el controvertido realizador Elia Kazan, aunque también plasma el miedo que produjo en ella y en su marido esa persecución de “rojos” o “intelectuales subversivos”, llegando a enfrentarlos entre sí. Se la definió como una mujer con mal carácter y tuvo agrias polémicas no solo con Kazan sino también con su contemporánea Mary McCarthy (“El grupo”). Hellman admiraba a otros contemporáneos como Arthur Miller o Tennesse Williams aunque también se fijó en Bretch, Beckett, Genet, Ionesco, Lorca y los avances en la escena europea. 

Como otros muchos vivió los sesenta con la esperanza de un cambio en la sociedad estadounidense que nunca llego a su realizarse, a pesar de las semillas sembradas. También, como su amiga, la humorista y narradora (experta en relatos breves) Dorothy Parker era judía de origen, lo que la situaba en un terreno muy particular en la sociedad estadounidense de los años 30 y 40. 

Las descripciones y observaciones agudas sobre España o Rusia de “Mujer inacabada” hoy pueden sonar algo desfasadas, escritas sin el lirismo necesario, pero se leen con mucho interés y están contadas con sinceridad, ironía y compromiso. Muchos podían haberle dicho ¿Qué hace una dama tú en un sitio como éste? Pero no lo hicieron porque necesitaban el apoyo internacionalista, que nunca fue suficiente ante el fascismo en España. Así esta mujer indomable anduvo por hoteles de diferente rango y con el peligro, no solo de ser bombardeada en la España, sino también de ser malinterpretada en la Unión Soviética donde se empezaba a instaurar el estalinismo. 

“Una mujer con atributos” (con dos grandes traductoras detrás) nos da la ocasión de releer esas memorias de una mujer comprometida que cuentan con cierto realismo su trayectoria humana y política dentro y fuera de su país, también sus relaciones con el mundo del teatro de la época, que la hizo famosa, y con una serie de personajes que el cine o la historia con mayúsculas ha inmortalizado. 

A ella le debemos esta hermosa frase incluida en “La loba”: Los negros tienen las voces, aunque los blancos nos hayamos adueñado de los pianos”