Velas por Jonatan, una de las víctimas mortales en las Llanas 16-05-2009 |
Las Llanas es una zona conocida por la fiesta, también por la violencia. Los medios de comunicación han significado el acontecimiento de masas como peligroso y destructivo, molesto y ruidoso; habiendo impulsado la campaña favorable a la instalación de cámaras de vídeo-vigilancia en la zona, las agresiones no han disminuido. La revista FHM tituló su reportaje como La noche de Burgos da miedo.
En este sentido, recordaremos las peleas y palizas
que, tanto en las Llanas como en Bernardas o Bernardillas, acaban cada fin de
semana con heridos y hospitalizados, en ciertas ocasiones con graves secuelas o
la muerte. Hablamos de víctimas como Iván, Aitor o Jonathan, además de tantos
otr@s que nunca volvieron a casa.
Tampoco olvidaremos cómo Diario de Burgos manipuló
los dramáticos sucesos del 26 de diciembre de 2010, cuando un joven de 18 años
llamado Sergio fue agredido, entrando en coma. Las mentiras del periódico local
trataron de vincular al movimiento antifascista con esta agresión.
Los aledaños de las Llanas han registrado agresiones
sexuales, y es uno de los espacios de la ciudad donde se concentran. No sólo el
machismo y la diferenciación de roles sexistas se hacen patentes aquí, sino que
aparece la violencia como parte fundamental y “esperada” del acontecimiento de
masas.
La violencia es usada por los porteros, sometidos a
la presión de los dueños o gestores de los pubs y garitos, quienes, debido a su
interés económico, permiten la entrada a personas que trapichean, al tiempo que
pretenden mantener “la paz” en el interior del local.
Violencia
y agresividad en las Llanas.
Si aceptamos que la oferta de ocio se sustenta, en el
caso de las Llanas y de acontecimientos similares, en la promesa de sexo,
comprenderemos entonces que la violencia no escapa de ese marco económico y
sexual.
La agresividad se articula a partir del instinto
sexual y de las pulsiones del yo. Bastará con saber que la pulsión es una
motivación o tendencia individualizada según la cual esta persona configurará
“lo determinante” del inconsciente y de la vida psíquica, y que se revelará en
las representaciones mentales, esto es, en sus miedos, pesadillas, impulsos.
El individuo agresivo ha sido condicionado antes de
salir de fiesta. Los factores se encuentran en experiencias traumáticas como
una exposición temprana a la violencia, al abuso físico, psicológico y sexual, o
la represión ideológica, estigmas y marginalidad que culpabilizan al individuo,
cuyo recurso a la violencia se encuentra enraizado en la vida cotidiana, donde
“lo autoritario” coincide con los esquemas psico-familiares, la identificación
con la figura de autoridad y el uso de la agresión, fuente de firmeza,
seguridad y auto-afirmación.
Si el individuo agresivo debe auto-afirmarse, es
porque existe un conflicto entre el instinto sexual, del que dependen la
agresividad y el odio, efecto nuclear de la agresión, y los condicionantes
materiales (sociales) que reprimen dicho instinto. En términos psicoanalíticos,
además de los instintos biológicos añadiríamos las pulsiones, la tendencia a la
agresividad significada en expresiones como “anda buscando la boca”, con ganas
de pelea, de bar en bar.
En este punto, nos preguntaremos por los caracteres de
esa “explosión de la violencia”. Entre quienes recurren a ella destacan los
varones jóvenes, detectándose una pulsión guiada por imágenes subconscientes,
imagos arcaicas que encuentran su fuerza en los condicionamientos y estímulos
autoritarios, desarrollados durante la infancia.
Preguntándonos por los miedos de quien ataca, y
ayudados por los resultados de la clínica, llegaremos a la conclusión de que el
individuo agresivo desea, en última instancia, matar, lo que significaría
acabar con la figura autoritaria, transfigurada en la imagen arcaica de la
sociedad que “abandona y deja sin nada al individuo” (marginalidad, pobreza,
abusos), sociedad que es representada al mismo tiempo en el acontecimiento de
masas. En este sentido volveremos a recordar los asesinatos cometidos en las
Llanas y las zonas de fiesta de la ciudad.
Las técnicas contra-limitativas como el alcohol condicionan
al individuo de forma que actúe según los estímulos exteriores; la excitación
del ambiente o la desinhibición de las drogas. Los cambios en el “ambiente
enrarecido” son percibidos en todo el garito cuando se desata una pelea,
constituyendo estímulos negativos que calan, en mayor medida, en aquellos
individuos sometidos a la regresión, es decir, a la misma culpabilidad,
agresividad y frustración que sufrieron
durante la socialización y que, ahora, reproducen mediante el uso de la
violencia y el autoritarismo.
Habiendo percibido los estímulos negativos, que
habrían reforzado las imágenes sustentadoras de los miedos, la respuesta
agresiva se orientaría dentro de la “enajenación transitoria” propiciada por el
alcohol.
Si atendemos al desarrollo de una pelea en un pub,
podemos observar cómo esta puede extenderse fácilmente, implicando a más
personas. Para que la trifulca se extienda deben producirse distintos
condicionantes; si la gente del garito está apartada de los estímulos, en tanto
ese “ambiente enrarecido”, y es consciente del asunto, lo más probable es que
abandone el local o se aparte de la
bronca. Pero si esas personas están integradas en la masa, en la fiesta, lo más
probable es que no anden con los reflejos muy agudos y se queden, aumentando
las probabilidades de que se extienda. La masa, en el acontecimiento del ocio,
es guiada por los impulsos exteriores.
Foto de archivo Las Llanas |
Cuando los porteros de un local expulsan la pelea al
escenario de la calle, la policía suele presentarse con “cierta tardanza”,
siguiendo en ocasiones el dicho de “los caimanes”; la mejor intervención, es la
que no se realiza. Los cuerpos represores parecen más ocupados en perseguir el
botellón que en evitar peleas.
Evidentemente, la instalación de vídeo-cámaras no ha
solucionado el problema de la violencia ni en las Llanas, ni en otras zonas. En
este punto, la pregunta planteada es en qué medida la presencia de la violencia
es constitutiva del acontecimiento de masas. A este respecto, diremos que la
fiesta ofertada por la industria no hace presente ni recuerda a los conflictos
del individuo; al contrario, se beneficia del olvido.
El ocio, entendido como acontecimiento de masas, impulsa
la tendencia agresiva en ese fluir de estímulos adscritos al marco económico y
sexual de la fiesta, repercutiendo en los impulsos de los individuos que, antes
de salir, ya habían sido sometidos en el autoritarismo de las relaciones
sociales, también en el caso del ocio, y que no tienen “en sí” la culpa de nada,
pero que reproducen las mismas respuestas violentas y autoritarias que
percibieron.
Ante esta perspectiva, las políticas públicas se han
orientado hacia el control y la represión, así como el estrechamiento de la
normativa horaria, dependiendo de la licencia del local. Pero la respuesta, en
mi opinión, se encuentra en rechazar precisamente esta oferta que hace la
industria del ocio; apostar por la auto-organización, esto es, por experiencias
que gestionen l@s jóvenes a partir de sus intereses y demandas,
puntos de encuentro y expresiones comunes frente a la mercantilización de un
ocio constituido por el sexo artificial y la violencia como “desahogo” de las
frustraciones producidas por el sistema.