Por Lucas Mallada
La técnica del
bumerán, ancestral, representa la tradición de una cultura milenaria ensayada
en la caza como fuente de sustento, o en la defensa.
Cuando se
lanzan a los cuatro vientos proclamas incendiarias, guerracivilistas y que
pretenden, más que ofender a los contrarios, agrupar a los propios dentro de un
círculo de axiomas identitario e irrenunciable, que juega con el argumento de
la ciudadanía aproximándolo al siempre vísceral e irracional sentimiento
nacional, frente a “otros” que han tomado el sanguinario camino de la lucha
armada asimétrica, tienes que asumir consecuencias inesperadas. Abrir la Caja
de Pandora.
El dolor, como
sentimiento, siempre es respetable, y su manifestación como incomprensión también;
al menos nos queda eso como ciudadanos. Sea cual sea nuestra identidad política,
religiosa o nacional.
El domingo, 27
de octubre, en la Plaza Mayor, bien iluminada, se juntaron un buen puñado de
personas y la mayor parte de los representantes electos del Partido Popular
local, eso sí, como ciudadanos, o eso decían. Algunos quieren estar en misa y
repicando; no tienen remedio, como Javier Lacalle. Y, desde fuera, parecía un
burdo intento de utilizar, una vez más el dolor y la incomprensión de los otros
para fines electorales, una vez más. O lo que es peor, tratar de neutralizar,
con su masiva presencia (también estaba Juanvi), las críticas y el rechazo,
justificable o no, que nacía de muchas gargantas. Voces que, con razón, se sienten
manipuladas por una opción política que siempre ha jugado con el hecho terrorista
y las reivindicaciones de otros nacionalismos, al Santiago y cierra España.
La apelación a
los sentimientos es eficaz e indispensable cuando las razones de la
convivencia y la ciudadanía son insuficientes para unos objetivos políticos. Siembran
lo que recogen. Hablan de imposibles, generan expectativas que no se podían
cumplir y, ahora, algunos ciudadanos desengañados exigen lógicamente lo que
creían les pertenecía moralmente: ¡el castigo eterno para los desalmados!.
En este caso
las manipulaciones, las elipsis explicativas, las informaciones sesgadas, el
echar en cara siempre a los otros, se les ha vuelto en contra. Las torpes
explicaciones de Javier Lacalle a los medios de comunicación eran un claro
ejemplo de eso. Por una vez, su propia receta, su avieso bumerán les ha dado en
los morros, y puede que les deje una cicatriz por la que supure su afición…
Agur violentos, agur manoseadores de
la opinión pública….