Por Sara Tapia
Rebelión, exposición de Flor Aldea y de Ana Otoño
en el Bardeblás hasta el 30 de junio.
Rebelión son fragmentos de realidad arrancados al
silencio, a la ceguera. Usurpados al letargo de una cotidianeidad anodina.
Oportunamente enfocados, recortados, aumentados y puestos en primer plano ante
nuestros ojos. Es el fuera de contexto lo que concede más veracidad aún,
si cabe, a un mundo no por ocultado menos real, pues cada pareja de obras -instalación
y fotografía- rompen nuestra franja de protección personal, nuestros
territorios de confort enfrentándonos, desde su desnuda dignidad, a la
violencia ejercida sobre la vida. Insoslayable. Verdades como puñetazos dirigidos
a la pereza del pensamiento. Son los sufrimientos que las obras nos muestran
impúdicos. Magistralmente sintetizados, nos sacan de nuestra comodidad y nos
obligan a reflexionar, a reconocer, a ver: desde las dificultades para conseguir
agua, elemento indispensable para la vida, hasta las trampas para acceder al pan,
alimento básico; de la inmensidad de la tala de árboles para transformarlos en
papel hasta los anónimos desaparecidos en Estépar cuya descomposición amamantó
las raíces de nuevos árboles; desde la ingente cantidad de las basuras generadas
hasta el racionamiento de imprescindibles medicamentos que no resultan
rentables pues las vidas que salvarían, en realidad, para sus fabricantes no
valen nada; las complicidades mortíferas de los poderes. En definitiva, Flor y
Ana, Ana y Flor, cuestionan la hipocresía del mundo facilón y despreocupado que
a los poderosos les conviene que atendamos dirigiendo nuestra mirada hacia la
otra realidad. La más auténtica.