Muchas personas practicantes del nudismo, en
especial las pertenecientes al sector femenino y maternal, consideran que la
peor plaga que ataca a las playas nudistas son los mirones o voyeurs, esos
pobres seres enfermizos que se llegan con sigilo y sobresalto a las playas y
otros lugares donde los nudistas nos entregamos a nuestras expansiones,
buscando la visión fugaz de un cuerpo hermoso que satisfaga su permanentemente
insatisfecha libido.
Los hay de varias clases, aunque es bueno advertir
que todos ellos son tan inofensivos cuan molestos, no más que ratoncillos
curiosos por más que las señoras, siempre tan celosas de su intimidad y de la
de sus vástagos —aun las nudistas más convencidas— los vean como sucios
verracos libidinosos prestos a arrojarse sobre ellas y sobre sus crías. Aunque
justo es decir que nada hay de esto. No se tienen noticias de que jamás un
mirón haya atacado a un nudista ni haya devorado a un niño desnudo.
Tanto es así que los más abundantes de todos,
digámoslo ya de una buena vez como ejercicio de mea culpa, somos los propios
nudistas ¿o acaso pensaban que paseabámos por la playa leyendo un libro de
horas, que jamás se nos desviaba la vista golosa hacia una muchacha de belleza
virginal o que para nuestro mal no hacíamos odiosas comparaciones de tamaños?
¡Quiá! La diferencia con los mirones profesionales, con aquellos que vienen ex-profeso
a mirar, es que nosotros contemplamos un culo maravilloso con el mismo deseo y
afán de posesión con que contemplamos un Ferrari o una Harley Davidson, según
sean las tendencias motorizadas del espectador, mientras que ellos sólo
encuentran satisfacción sexual y corrediza en esas visiones fugaces. Pero
vayamos, tal como habíamos dicho, con la taxonomía del mirón.
Está en primer lugar el paseante. Este es el más
caradura de todos. Puede presentarse solo o en cuadrilla. En este caso, los
caballeros van delante y las señoras, con aire cohibido, detrás. Llevan puesto
el traje de baño hasta los sobacos y caminan por la orilla de la playa con aire
desenvuelto, como si sólo estuviesen dando un paseo higiénico y todo aquello no
fuese con ellos. Pero tan pronto como descubren un grupo de hermosas
adolescentes o de bellos muchachitos tomando el sol o jugando con las olas, se
detienen y fingen haber descubierto una concha de enorme interés, o un barco enemigo
en lontananza cuyas intenciones hubiera que vigilar mirando de reojo a las (o
los) jovencitas o jovencitos, por hacer la distinción de género tan cara a las
clases progresistas de nuestro país. En cualquier caso, montan una verdadera
representación teatral para contemplar con disimulo a las muchachitas (o a los
muchachitos) mientras el corazón se les escapa al galope por la boca. Cuando el
objeto, o los objetos, de su contemplación se percatan de sus maniobras y
comienzan a dirigirles miradas de mala hostia, estos desdichados prosiguen su
paseo hasta hallar otra pieza digna de su atención. Los mirones paseantes del
segundo subtipo, es decir, los que se presentan en pandilla, suelen además ir
provistos de máquinas de fotos o teléfonos móviles con los que, so pretexto de
fotografiar a sus esposas o a ellos mismos entre sí, desvían ligeramente el
objetivo al disparar para llevarse fraudulentamente otras imágenes más sabrosas
que las de sus insípidas mujeres de tobillos gordos y sus ridículos amigos
barrigones.
En la playa de Vera, en Almería, una de las playas nudistas más grandes de Europa, los bañistas suelen recibir con ruidoso batir de palmas a este tipo de mirones con el fin de afearles la conducta y ahuyentarles. Yo siempre he sido enemigo de este tipo de prácticas, pues considero que las playas son de todos, hasta de los mirones; que precisamente los nudistas no deberíamos caer en los excesos intolerantes de que tantas veces hemos sido víctimas, y que los mirones, al fin y al cabo, en su propio pecado llevan la penitencia.
En la playa de Vera, en Almería, una de las playas nudistas más grandes de Europa, los bañistas suelen recibir con ruidoso batir de palmas a este tipo de mirones con el fin de afearles la conducta y ahuyentarles. Yo siempre he sido enemigo de este tipo de prácticas, pues considero que las playas son de todos, hasta de los mirones; que precisamente los nudistas no deberíamos caer en los excesos intolerantes de que tantas veces hemos sido víctimas, y que los mirones, al fin y al cabo, en su propio pecado llevan la penitencia.
En segundo lugar, porque mientras todos nos desnudamos normalmente de pie, este hace contorsionismos inverosímiles para desnudarse sentado.
En tercer lugar porque suele permanecer tumbado boca abajo pero con la cabeza erguida como una tortuga para no perderse ripio; es posible incluso que utilice unos prismáticos de campaña. En cuarto lugar porque si, en algún momento de su estancia en la playa se levanta para cualquier menester, como trasladar sus contemplaciones al chiringuito, utilizará la segunda toalla para enrollársela alrededor de la cintura.
Hay que decir que, si te toca estar cerca de él, este mirón es el más insidioso y repelente de todos.
En cualquier caso, pertenezcan a un tipo o a otro, y con la sola salvedad de que arrojen piedras, todos ellos son inofensivos. Siempre se ha dicho que el pecado no está en el objeto contemplado sino en el ojo que lo contempla. Esta es una sabia lección que los nudistas tenemos muy bien aprendida.
Fernando Portillo