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sábado, 14 de enero de 2012

El Indigente que dijo NO.

Diógenes_de_Sinope, Jean-Léon Gérôme 1860
Puede que el tema fuera más apropiado unas semanas antes, en época navideña, como un mantra difundido por  distintas fuentes: también hay que acordarse estos días de los más necesitados. No obstante, por si alguien había decidido prescindir de la dosis de misericordia social que se recomienda en fechas tan señaladas, la realidad (como suele ocurrir) ha obrado por su cuenta dejándonos a tres indigentes muertos en la ciudad, uno de ellos en el albergue y cuya muerte no ha sido difundida por los medios locales. Según la prensa, eran indigentes históricos, como los jugadores de fútbol o los etarras, viejos conocidos de los servicios sociales.
El indigente es la viva imagen de la carencia. Es aquel que no tiene. No tiene trabajo, ni casa, ni comida. No tiene familia, ni amigos. No tiene recursos. Tiene, como mucho, un cartón de vino barato. No es un mendigo, porque no pide y tampoco es un vagabundo, porque no yerra (si de movimiento estamos hablando, no queremos  adentrarnos ahora en cuestiones morales). Es un “sin Techo”, un “sin Hogar”.  Muy prosaico, demasiado. Hoy en día hay mucha gente sin techo (además de las 510.000 familias que perderán su casa en los próximos cuatro años por ejecuciones hipotecarias), y sin una habitación propia (con vistas o sin ellas) y  no por ello se convierten automáticamente en indigentes. Tiene que haber algo más. Es decir, tiene que faltar algo más. Además del qué, hay también un quién ausente. El hogar no lo hacen los muebles, ni las alfombras, por mucho que nos hayan abierto un Ikea en Valladolid, el hogar lo hacen las personas que lo habitan, y son éstas las que dan calor. Calor humano. Visto así, podría haber algo de verdad en  lo que de que los indigentes se mueren de frío.

Normalmente, cuando una muerte es noticia puede deberse a dos motivos, o bien el finado era alguien notable, o bien la muerte ha tenido algo de excepcional. No se cumple aquí ninguna de las premisas. Ciudadanos ¿Ciudadanos? que mueren en la calle, de madrugada, bajo el puente o en un cajero. Seres humanos que mueren tras rechazar la ayuda de los servicios sociales. Eso parece ser parte fundamental de la noticia. Y tiene su aquél. Cómo no preguntarse ¿Por qué? ¿Por qué alguien rechazaría la ayuda que se le ofrece? Y, sin embargo, es más habitual de lo que parece. Es negarse a ser carne de beneficencia, una beneficencia que dignifica al que la ejerce y nunca al que la recibe. En la literatura, especialmente en la tradición romántica, el mendigo (los indigentes de hoy) era el más libre de los hombres, el que excluido y marginado no vivía según las reglas impuestas. Todo este asunto de morir tras rechazar la ayuda parece librarnos de culpa. Parece que el fracaso es suyo y no nuestro, de una sociedad donde la palabra reinserción está hueca, donde cada vez tienen más cabida la desigualdad, la exclusión  y la pobreza.
Sucesos como éste y el tratamiento que se hace de ellos en los medios parecen distraernos del meollo del asunto: que las organizaciones sociales son parches, no soluciones y que morir en la calle de frío, es, sólo, el final del camino.  Seguro que en la vida del indigente que dijo no, había habido muchos otros No, antes del suyo

jueves, 16 de diciembre de 2010

Cuestión de prioridades


     “Hasta hace aproximadamente dos años, con mayor o menor fortuna, créame que no había tenido problema para encontrar trabajo...Pero llevo todo este tiempo en la estacada, y por más que busco y busco, no hay manera…
      Agoté el paro que tenía acumulado, después el subsidio, y finalmente la ayuda de Zapatero…
Nunca antes había venido a un sitio de éstos a pedir ayuda, pero lo cierto es que ya no sé qué hacer...Tengo dos hijos, una hipoteca..., ya sabe...”

     Cada vez resulta más habitual escuchar relatos como éste entre las paredes de los llamados Servicios Sociales, aquellos que tradicionalmente parecían reservados a ciertas personas inmersas en graves procesos de exclusión social, al otro lado de una línea que muchos de nosotros jamás habríamos imaginado poder llegar a cruzar en algún momento
     Son estos nuevos “usuarios” de Servicios Sociales los que acuden a nuestros despachos, en ocasiones azorados, y cada vez en mayor número, esperando encontrar respuesta en una de las patas del llamado Estado de Bienestar de la que seguramente pocas veces habían oído hablar.
     Resulta evidente el hecho de encontrarnos atravesando una situación socioeconómica que está arrojando a la cuneta a cada vez mayor número de ciudadanos. Se me antoja la imagen del toro mecánico de las fiestas de los pueblos, que de un tiempo a esta parte habría ido aumentando su potencia de manera gradual y constante, siendo cada vez más aquellos que, antes asidos con dificultad, ahora terminan cayendo, en ocasiones con gran violencia.
     Resultaría lógico pensar que, en esta coyuntura, nuestras instituciones deberían reforzarse para ser capaces de dar una respuesta de calidad a sus ciudadanos más azotados (sin pretender referirnos a un mero asistencialismo).
     Es en cambio, entonces, cuando se nos pide un esfuerzo común y “solidario” para la aceptación, entre otras cosas, de un recorte del gasto público, dentro del cual, la partida de “lo social” es una de las primeras, si no la primera, que normalmente empieza a descolgarse.
     Keynes sí, Keynes no..,al margen de la teoría económica que queramos adoptar, sí parece hacer aguas a todas luces el razonamiento que pretende justificar la necesidad imperiosa de este “tijeretazo”, cuando se observan, por otra parte y de manera simultánea, fuertes inversiones de dinero público en otros sectores y proyectos de justificación y prioridad altamente dudosos.
     Y no sólo es el montante de la dotación presupuestaria de estos Servicios Sociales el que podría hacernos preocupar, sino también otros movimientos que observamos se vienen produciendo en los mismos en los últimos tiempos, merecedores de un análisis más detallado del que aquí solamente se perfila:

*”Competiciones” entre Comunidades Autónomas por la reducción de listas y mejora de números en base a “prioridades políticas”.

* Aumento de servicios y prestaciones ofertados a bombo y platillo, sin la consiguiente dotación de medios y personal suficiente.

*Creciente externalización de servicios públicos, que dejan a estos, cada vez en mayor grado, en manos de la empresa privada.

*Aumento de la carga burocrática y pérdida de la dimensión transformadora de la intervención social, más allá de la simple gestión de prestaciones..

     Y en medio de todo esto, los técnicos de a pie, que en muchas ocasiones, la mayoría quiero pensar, desde una fuerte conciencia acerca de nuestra condición de servidores públicos, nos vemos atrapados entre la necesidad y voluntad de prestar un servicio de calidad, y la sensación de sentirnos rostro y manos de cierto mecanismo de control social, mercenarios de la rueda que oprime a las personas que atendemos, y a nosotros mismos.
     “Vuelva usted mañana”, se quejaba alguno hace ya cosa de un par de siglos. Ojalá pudiera decirle eso ahora. Sintiéndolo mucho, me temo que no voy a poder darle cita hasta dentro de un mes.