Por Burgos Dijital
Textos de verano
Una mañana de primavera mi amigo K., me invitó a comer. Estaba
realmente emocionado y quería mostrarme el piso de protección oficial que le
había correspondido recientemente.
Acudí a la cita, y como imaginaba, K. estaba eufórico.
El “pisito” en
cuestión estaba realmente bien, era una bicoca, amplio, luminoso, tres
dormitorios, espléndida cocina, dos baños, bastante bien ubicado, y claro lo
mejor de todo era el precio.
Se justificaba su alegría desbordante.
Estaba tan
satisfecho que no paraba de contármelo todo, así que yo escuchaba mansamente y
añadía esas interjecciones tan comunes para mostrar mi interés y mi
conformidad.
Reconozco que me corroyó no poca envidia, yo seguía compartiendo
un piso de alquiler, y de aquella, mi relación con los compañeros no pasaba por
su mejor momento.
En su eufórica generosidad, K me ofreció una habitación
alquilada en su nueva mansión. Ese detalle y que K hubiera desvirgado la
“cocina de inducción” para agasajarme con unas lentejas vegetarianas me emocionaron.
Ya en los cafeses propusimos seguir la animada charleta fuera de la casa, así
que K se armó de sus inseparables muletas y nos abrimos camino del ascensor,
todo estaba para estrenar, recién desprecintado por las cuadrillas de montaje.
El ascensor nos llevó directamente al garaje donde K, por fin podía guarecer su
milenario Panda adaptado para discapacitados. Allí acercándonos a la plaza del
utilitario no pude por menos silbar de asombro y espetarle un comentario
relativo a la flota de automóviles de alta gama que escondían aquellos sótanos,
que ni los mercedes de Ureta Motor.
No exagero si afirmo que el único auto que
bajaba significativamente de los 50.000 euros era el coche de mi amigo. K se
sonrojó levemente como si él fuera el responsable del desaguisado aquel, coches
de lujo en viviendas de protección oficial.
Ya liberados de la opresiva
atmósfera de las catacumbas del dinero de algunos privilegiados burgaleses, me
contó que parece que el constructor había entregado algunas viviendas de
protección oficial a discapacitados como él, todas las de la primera planta y
que el resto habían tenido una más que oscura asignación. En definitiva que
habían correspondido espléndidas viviendas de precio protegido, subvencionadas
a por ejemplo: las hijas del constructor, una sobrina, el novio de una hija, y
otros amiguetes. El descaro había sido tal que se podía comprobar en los
buzones y tras una pequeña pesquisa por algunos mentideros de la capital, a fin
de cuentas esto no es más que un pueblo grande.