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sábado, 8 de agosto de 2015

Antonio José Martínez Palacios, Federico García Lorca

"Antonio José fue fusilado en el monte de Estépar junto a 23 hombres". 



Por Juan Vallejo

Antonio José, músico burgalés, fue ingresado en la cárcel de Burgos el día 8 de agosto de 1936 junto a su hermano Julio, maestro, colaborador del Diario de Burgos y secretario del Ateneo Popular. El 8 de octubre, dos meses después, Antonio José fue fusilado en Estépar junto a 23 hombres. Cuatro días más tarde, su hermano cayó por el mismo método de ejecución.
Federico, poeta granadino, es detenido en casa de los hermanos Rosales, falangistas amigos del autor de Bodas de sangre, donde se había refugiado por temor a ser fusilado. Eso fue el día 16 de agosto. 
La madrugada del 18 de agosto fue conducido al martirio junto al maestro nacional Dióscoro Galindo, al cual habían detenido a las dos de la madrugada en su domicilio un grupo de falangistas que lo llevaron en un automóvil al Gobierno Civil dirigido por el sanguinario José Valdés Guzmán. Este, se había puesto en contacto con el Jefe supremo de los sublevados, el general Queipo de Llano el día anterior, para comunicarle la detención de Federico. Le dijo Queipo a Valdés: " Dale café, mucho café ": orden de matarle.

Antonio José gustaba de escribir en tinta roja, lo cual influyó negativamente en los círculos reaccionarios burgaleses. Su nombre, cotizado en Barcelona y Madrid, su lamento de vivir en una ciudad caracterizada por el abandono y apatía hacia cualquier manifestación artística y su deseo de ir a vivir a Madrid como le aconsejaba el Secretario judicial, Antonio Ruiz Vilaplana, encendía cada día las tertulias de los auténticos asesinos del músico, que pergeñaban a diario la trama para eliminarle desde el Casino de Burgos, fruto de una sociedad podrida, inmovilista, carca y vetusta en la que el clero atizaba cualquier ascua proclive a desatar el nacionalcatolicismo, como así sucedió. Estos industriales, profesores, burgueses, urdían a diario las pautas por donde navegar su infausta imaginación.

La juventud animosa de Antonio José, el cual solo vivía para la música; alejado de cualquier política ( "yo le llamaba el Baudelaire de Castilla" dice en su libro ...DOY FE, Antonio Ruiz Vilaplana con quien solía pasear por el Castillo ), llevaba el folclore por los pueblos donde recibía como pago muchas veces, un pollo, cestos de fruta y viandas que las buenas gentes castellanas le ofrecían. Odiado por los jerifaltes del Casino, cada día se aproximaba su muerte de manera inexorable.


Esa madrugada del 18 de agosto, Ricardo Rodríguez, un joven amigo de Federico, músico al que el poeta había regalado un pequeño violín para ejercitarse ya que tenía la mano derecha atrofiada, les vio salir a los dos, a Federico y al maestro Galindo del Gobierno Civil. Ricardo vivía al lado, en la calle Horno de Haza, cerca de la Comisaría de Policía, frente al Gobierno de la calle Duquesa. Fue a abrazar a Federico que iba esposado de su mano derecha con la izquierda de Dióscoro. Los falangistas y los guardias de la "Escuadra Negra" que les conducían a un coche allí aparcado, le pusieron un fusil en el pecho mientras les gritaba: "¡Criminales! ¡Vais a matar a un genio! ¡ A un genio! ¡Criminales! Le detuvieron y estuvo en el Gobierno Civil un par de horas; luego lo pusieron en libertad; es decir, nada más fusilar al poeta y al maestro.

Antonio José, en el autobús que le conducía a Estépar, aquel 8 de octubre de 1936 en que fue ejecutado, a buen seguro que dibujaba en su magín las últimas estrofas de su obra entre manos, Mozo de mulas. Tal vez la terminó camino del martirio pensando que volvería a la cárcel donde un lápiz y un papel le facilitaría la labor. "Cómo me van a hacer esto", pensaría. Los veintidós compañeros que con él viajaban, acaso tarareaban en un alarde de pánico simulado con la música de "Ya se van los pastores/ a la Extremadura.../ ¡ Ya se queda la sierra/ Triste y oscura..." En tanto que los estatuarios del Casino, avisados por los correos y delatores al uso del Círculo de la Unión, tararearían con saña la copla del fascinante Antonio José: " Ya se murió el burro/ Que acarreaba la vinagre./ Ya lo llevó Dios/ De esta vida miserable./ Que turururú.../ Que turururú...

La vida oficial burguesa y el hecho monstruoso del cura violador de Estépar que había abusado de varias niñas de cuatro y cinco años, condenado a doce de prisión. Hecho ocultado por la prensa y aireado por unas coplas que la gente ansiosa recogía de los voceros de prensa. El autor y repartidores fueron detenidos. Burgos Gráfico, el periódico dirigido por Antonio Pardo Casas aireó el asunto. Fue fusilado junto a Antonio José ( su hermano, muy anciano ya, estuvo esta Semana Santa en Estépar ante los 29 asesinados que afloramos y exhumamos. Fue estremecedor verle llorar ante el genocidio y las osamentas en las que, tal vez, estuviera alguno de los componentes de aquellas sacas ).

"Bueno, humano, hasta en aquel momento su corazón de artista fue cordial en aquel instante dramático y solicitó ser esposado, para morir, con un pobre muchacho, casi un niño, aprendiz de la imprenta donde se hacía la revista."

Federico, tuvo pánico en el calabozo del Gobierno Civil de Granada. 
Confesó su terror y sus pecados al cura que le asistió. El paquete de Lucky que tenía en el bolsillo de la chaqueta, no dio más de sí. "Le hemos metido un tiro por el culo, por maricón", alardeaban los esbirros de Valdés por los bares de Granada.


"Casino de Burgos" en el Paseo del Espolón
Tal vez, acaso, quizás, en las butacas del Casino de Burgos, gentes de hiel y espanto, agitaban cucharillas de café tintineando la muerte del genio al compás de los repiques de la Catedral llamando al rezo del Rosario. Mientras en sus ojos diseñaban una dictadura que puso a Burgos como paradigma de la Ciudad capital de la Cruzada, como tituló su magnífica obra el historiador Luis Castro, donde se inició el tiempo más duro de la historia de España. Una actitud que todavía hoy ejecuta su acción en los flecos que han dejado personajes siniestros como el "mulo Mola" que dijera Alberti, o el conocido como "carnicero de Badajoz", el general Yagüe, con gran predicamento en la ciudad de Burgos en la que hay "círculos" que añoran el homenaje pretendido por su hija.


Lorca y Antonio José, son Bodas de sangre que se celebran en el martirologio de tantas ciudades y pueblos del mundo por donde sus obras, su música, cada día se representa, a pesar de muchos que desconocen, o no quieren saber, que aquello fue deliberado, que había que destruir la Enseñanza, el arte, la música, la poesía; todo aquello que estuviere fundido a la libertad, al talento, a la imaginación. Que eso no fue una mala suerte que te había pillado porque pasabas por allí. Por eso los maestros fueron los primeros en caer. Por eso los músicos y los poetas por cualquier circunstancia, como la de escribir con tinta roja, por ejemplo, eran ajusticiados. Y es que el fascismo es eso: la aniquilación de la libertad.



Lorca y Antonio José, 38 y 34 años. Entre los dos no llegaban a sumar la edad a la que murió su asesino. Un binomio que la tierra esconde con el afán de que en Víznar y Estépar parpadeen las mismas puestas de sol, los mismos amaneceres, las mismas llagas latidoras que la más hermosa música trae a nuestros oídos, la de estos dos hombres por los que la vida no tiene zonas oscuras y en donde la palabra es verso nuevo cada día que pasa, en tanto que nuestra razón sigue sin comprender cómo, todavía, los gobernantes de este país, siguen echando tierra sobre estos inmortales.

Por esto están enterrados con la mortaja de la savia-tierra que introduce en las raíces y el dendros de los árboles la sabiduría, su numen, la impronta exhumante, relatora, prieta del liquen que inspira y maneja los vientos, los senderos de estas dos tierras de pedernal y muerte: Alfacar, nombre derivado de la voz árabe alfarero, y Víznar, pueblos cercanos a Granada, a nueve kilómetros. 

Estépar, Villagutiérrez, pueblos próximos a Burgos, a veinte kilómetros, donde las encinas vierten dolor y sangre, muerte y disparos, y rojas bellotas: perlas de sangre por donde obró la Democracia y se nutrió la libertad. Los dos campos de muerte y exterminio. Los dos testigos ocultos de tiempos insondables, por donde, todavía, el silencio es miedo. 
Tanto Antonio José como Lorca, son imposibles de cronología amatoria; mudos testigos de la sinrazón por donde la palabra huyó para siempre dejándonos desasistidos del verso, de la música. Época de asesinos, de muerte, de odio.

Nuda la insuerte nuestra sin vosotros, a pesar de empeñarnos en mereceros. 
Os ibais a ir en búsqueda de cielos más propicios que supieran manejar los fragmentos de arte y de belleza que derramabais sobre la literatura y la música; pero no os dio tiempo. La caza estaba preparada. Os acechaba desde foros perfectamente protegidos, diseñados, donde estaban pertrechadas la inquina y la envidia, el ingrediente que hace de este país una maldición.
A buen seguro que estáis tramando alguna orquesta en la cerrada tiniebla que os esconde. Seguro que habláis de los miedos, de Margarita Xirgu, de Whitman, de Machado, de Falla... de nosotros, que todavía, hacemos del silencio nuestra desgracia.




2 comentarios:

  1. Excelente artículo. Un matiz. No se Antonio Jose (aqui en Burgos hasta los muertos están en el armario) pero Lorca tuvo una cronología amorosa bastante respetable. Bravo por recordar a los de siempre que aunque mientan en los balcones para la galería municipal (¿de arte?) la memoria histórica esta en la mente de todas.

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  2. Gracias, compañero. Me refiero a la cronología amatoria que hubiera sido posible de no haber roto sus vidas la horda asesina que Franco fundó. Hasta ese momento, amaron desde la ternura y la libertad. Juan Vallejo

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