Por Mariano G. Hernández y
Acacio Puig
El 20D nos lega un nuevo mapa parlamentario que
adecenta el campo de juego. Sin embargo no es prudente olvidar que mientras
unxs juegan al balón y otrxs animan a sus equipos, el Estadio se mantiene
sitiado por los amos del chiringuito: las instituciones internacionales
–financieras, militares y políticas- esas instituciones que blindan los
mercados es decir al sistema. Y es ese
blindaje el que fundamenta la necesidad
de las “labores extraparlamentarias”.
En cualquier caso “habrá partido” en las Cortes. Nuevas
caras y puede que nuevas propuestas.
Nuestra aproximación a la nueva situación abierta el
20 D obvia los escaños (están en la prensa desde el 21D), los programas (las amenazas climáticas,
bélicas y sociolaborales, porque ya hubo ocasión de ilustrarse durante los
calentones de campaña). También dejamos de lado un asunto que solo preocupa al poder:
el de la gobernabilidad. De modo que apuntaremos en este artículo solo tres de los aspectos que nos interesan, referidos a
la gente (al enorme sector que apunta deseos de transformación social), a la vigente
ley electoral (que rompe la igualdad política) y a la convergencia frente a la
competencia suicida entre corrientes que se reclaman del anticapitalismo.
1.-Las propuestas
conservadoras-involucionistas arrastraron a unos diez millones de personas en
tanto que el resto, quienes apoyaron propuestas no conservadoras ni
involucionistas, superan los 12 millones de personas: esa es la fotografía de
la “lucha de clases institucionalizada” (aunque muy difusamente “antagonista”)…pero
esa es la foto de las gentes que destacamos, porque son las que tienen más
potencialidades transformadoras del futuro.
El malestar social traducido en votos ha sido pues
la expresión de una mayoría de población. Habría que añadir además a otros
cientos de miles, dadas las circunstancias en que casi dos millones de personas
que viven fuera del país han visto obstaculizado (negado) su derecho al voto
por correo por una legislación (instrumentada por el gobierno PSOE y mantenida
por el gobierno PP) tan aberrante como defensiva del bipartidismo.
Y sin embargo, expresar el malestar mediante el
voto, frente a las consecuencias de las políticas de derechas siendo
formidable, es todo punto insuficiente para cambiar la realidad. Cierto que supone
una ruptura con la inercia histórica del país, sacudirse el miedo “a señalarse”
(una valentía que avanza también en el medio rural) pero inercia que sigue apuntalada por la auténtica “mochila”
que arruga al electorado: la escisión entre dirigentes y dirigidos, la
oligarquización de la política y sus instancias, la fractura entre los actores
que mandan y los espectadores que solo intermitentemente toman la palabra y
pasan a la acción. Espectadores inmersos en el presente, tendentes a ignorar el
pasado y con serias dificultades para
ser protagonistas del futuro.
Por eso son tan magros los saldos organizativos de
las luchas. Sin lecciones de las mismas ni objetivos, sus resultados no van a
suturar la enorme brecha entre la organización estable del pensamiento para la
acción (en sindicatos, asociaciones, partidos, grupos de afinidad…) y el pasional
arrebato activista. Sin saldo organizativo, sin pensamiento transformador en la
mochila, la involución acecha siempre.
2.-Tocará también pelear de
otro modo contra una ley electoral que contribuyó a atar el pacto
constitucional de 1978, una ley al servicio de la gobernanza y el bipartidismo.
Aunque legislatura tras legislatura partidos minoritarios
como IU han integrado el rechazo a esa ley en su discurso institucional, su
derogación sigue en mantillas y solo será posible si la crítica desborda el redil
de las Cortes y se incorpora al debate social y la lucha por un nudo de la
libertad democrática como es la defensa
de la igualdad política.
Los “restos” son de quienes los trabajan y
constituye un robo al electorado el que votos rojos engorden grupos
parlamentarios azules (como lo contrario, evidentemente). Esto es así porque
los restos en cada demarcación se adjudican como premio a las primeras
candidaturas.
Se trata pues de un derecho individual que machaca la ley D’hondt y que hace
desaparecer en la práctica el viejo principio válido tanto en democracia
directa como en democracia representativa: una persona un voto. Y nadie desea
regalar su voto salvo a quienes decide
votar.
De modo que frente a “la gobernanza” solo una
representación estrictamente
proporcional en el legislativo, devolverá a la ciudadanía ese derecho básico,
permitiendo que votos y candidaturas se armonicen…caiga quien caiga.
3.-La competitividad es una
enfermedad capitalista.
Nos decantamos por el apoyo mutuo frente a la
sobrevivencia de los más fuertes, es decir –en esto- optamos por Kropotkin frente
a Darwin, porque el paradigma darwinista se generalizó para justificar la
evolución del contexto político y económico del capitalismo (el “derecho” del
pez grande a comerse al chico) con las constatables consecuencias catastróficas
para la especie y la vida en el planeta.
Es esa malsana “competitividad” la que destruye el
quehacer colectivo y solo las excepciones de En Marea, Es el Moment, En Comú y Compromis, ofrecen una vía para abordar otro futuro institucional.
Es decir que la petulancia inicial de Podemos con “hemos venido a ganar” y las
diatribas contra “la sopa de letras”, que gozaron de un potente apoyo
mediático, solo se vieron forzadas por
la cruda realidad de los hechos al cambio sobre la marcha. Y solo gracias a eso
el punto de partida de Podemos en 2016 son más de cinco millones de apoyos y 69
asientos en las Cortes. Todo lo cual no resta valor a esos millones de apoyos
electorales a unos proyectos ni conservadores ni involucionistas y que
objetivamente se sitúan en el campo de la izquierda.
En cuanto a Unidad Popular-IU (que en apoyos reales
y diputados ha obtenido un aceptable resultado si añadimos a los dos
representantes por Madrid otros dos por En
Comú y uno más por En Marea)
sigue siendo un proyecto político a considerar (y reformular) desde las propias
novedades introducidas en su propuesta electoral porque, al menos por la letra
y el entusiasmo de su militancia, no solo no han sido barridos del mapa sino
que forman parte del arco anticapitalista en sentido amplio (nos gustaría que
con decisión y coherencia, a pesar de las justificadas reservas derivadas del
pasado político de esa formación y de su reciente “experiencia” andaluza).
Un arco, dicho sea de paso, que entendemos se
extiende también por derecho propio, al espacio anarcosindicalista y libertario
que como sabemos, sigue siendo oficialmente contrario a la política electoral.
Nos parece pues que las convergencias en debate y
propuestas de acción común son, además de una necesidad, una saludable demanda
social. Sin mestizaje de pensamientos, propuestas y acción, no hay futuro (ni
social, ni institucional).
Se trata pues de ponerse manos a la obra, desde la
diversidad-fraternal. Porque hay dos modos de disentir: desde el apoyo mutuo y
desde la competitiva supervivencia del
más fuerte y llevamos tiempo comprobando que la segunda opción solo nos conduce
a catástrofes.
Para concluir hablaremos de “la pequeña izquierda”,
la que por programa y voluntad política se autodefine como izquierda
revolucionaria (y de la que procedemos quienes
esto escribimos aunque hoy formemos parte del archipiélago de anticapitalistas
sin partido).
Hemos estudiado los manifiestos ante el 20 D de
numerosas organizaciones de matriz comunista revolucionario (que apoyaron
candidaturas distintas o se abstuvieron en estas elecciones) y entendemos que siendo todas básicamente coincidentes
en el análisis de las luchas de los últimos años y en los ejes esenciales de
sus alternativas, nada justifica su dispersión ni tampoco su “competitividad”. Menos aún, su
resignado refugio en aquello de “lo que habría que hacer”.
Los programas tienen
la función de ser “guías para la acción” y no solo manuales de propaganda
destinados a complacernos, dormir en los libros, webs y folletos. De modo que
“lo que habría que hacer” urge hacerlo junto a otrxs, aunque eso suponga
eliminar barreras autodefensivas y liderazgos anquilosados, porque en
definitiva del análisis concreto de la situación concreta debe nacer la
voluntad, la lucidez y la pedagogía que amplíe el espacio social de acción.
Crear ámbitos de encuentros estables, permeables y con incidencia ante los
avatares del resto de organizaciones, nos parece la mejor tarea del período
para la pequeña izquierda militante. Para
eso deben servir las denostadas “mochilas”, al menos, cuando llevan
herramientas útiles para ayudar a escalar la cima. Y para nosotros, la cima
sigue siendo una sociedad de libres e iguales, en un mundo vivo y habitable.