Burgos a la deriva

Apenas han transcurrido 300 días desde que Lacalle fuera designado alcalde de Burgos y a casi nadie se le escapa que estamos ante una legislatura perdida. La cancelación del que prometía ser proyecto estrella de esta legislatura, el Burgos Arena, se ha desmoronado, a las primeras de cambio. Cabe decir que no ha sido por la presión ciudadana o por un ejercicio de sentido común, sino porque los últimos gobiernos del PP han llevado al ayuntamiento de la ciudad a la ruina. La cantidad de errores acumulados en este corto periodo de tiempo han hecho que se instale en la ciudad la sensación de ir a la deriva y que la destreza que perciben cada vez más ciudadanos del alcalde y su gobierno no diste de la del célebre capitán del crucero Costa Concordia.

La incapacidad de Lacalle para sacar adelante su obra, es un claro síntoma de que la forma de hacer política en la que tan cómodo se ha sentido durante los últimos 8 años ha llegado a su fin. El modelo valenciano, basado en construcción, privatización de servicios municipales y celebración de eventos grandilocuentes  no ha sido tan fielmente copiado en ninguna ciudad de Casilla y León como en Burgos. Con una campaña, no mal orquestada, se vendió una idea de progreso y de modernidad directamente proporcional a la cantidad de baldosas, zanjas y obras que había en la ciudad. Poco importaba que fueran necesarias o no. Todos los constructores sacaron su tajada con las obras públicas, que además servían para dopar los precios de las viviendas. Poco importaba que miles de jóvenes no pudieran acceder a una vivienda o tuvieran que hipotecarse de por vida. Los constructores ganaban, Lacalle se podía hacer fotos inaugurando trozos de parques, sorprendentes estatuas o nuevas baldosas, y los vecinos no sentían en los impuestos el despilfarro del ayuntamiento porque se accedía fácilmente al crédito. Burgos iba bien, al menos para los de siempre, y en Burgos se hablaba entonces de la ciudad del AVE, con sus rascacielos, de capitalidades europeas. Hasta tenemos un aeropuerto que rivalizará en inutilidad con el de Castellón. Esa política de obras absurdas que tan afanosamente presentó Lacalle antes de las elecciones, como la del parque de la Isla o la de la Plaza de Fernando III, son las causantes de que hoy el ayuntamiento se halle empeñado hasta las cejas, de que se despida a trabajadores públicos, de que la subida de tasas e impuestos no tenga precedentes, de que los proveedores tarden años en cobrar y también de que no se pueda realizar ninguna inversión importante, necesaria o no en los próximos 4 años. 

La insostenibilidad de la anterior política y su obligado cambio, es la razón profunda de desorientación del  gobierno del PP que observa el panorama como un niño al que se le acaba de romper el juguete. El malestar en la ciudad es creciente y es azuzado por casos como el del Espolón. Mientras se exigen sacrificios a una ciudadanía cada vez más asfixiada, los responsables políticos con comportamientos como mínimo negligentes permanecen aferrados a su puesto. Burgos va a la deriva, y no parece que la situación vaya a cambiar en el corto plazo. Ojalá no encontremos en el camino algún arrecife que lleve a pique a toda la ciudad.