La urgencia de la reivindicación; la necesidad de desnudar las emociones; la denuncia constante de los efectos de la provocación, la humillación, el silencio, la injusticia, la represión, la ignorancia y la miseria; el recuerdo del origen; la severidad de la palabra; el dolor del no-ser y la angustia del sacrificio por los pedazos de amor escondidos en la oscuridad de los deseos reprimidos; y, sobre todo, la presencia constante de la muerte en la huida, el exilio, el olvido, la anulación del yo, de un yo arcaico, casi pre-natal, sostenido por recuerdos sublimados de un femenino cargado de resistencia, frente a un masculino, cuya potencia se ha reducido a la nada, víctima de su propia soberbia.
Todo esto constituyó el río del discurso de Abdelá Taia sobre su literatura en la presentación de la edición en español de su libro "Infieles" en la Casa Árabe de Madrid, a la espera de su última obra, "Un Pays pour mourir" (ed. du Seuil):
"En Marruecos no necesitamos matar al padre, porque ya está muerto. La dictadura de Hassán II se encargó de anular todo tipo de disidencia. Ahora, cada gesto cotidiano de las mujeres es un pequeño acto revolucionario. Porque son ellas las que lo sostienen todo, las que discuten, las que se enfrentan, las que dirigen la vida diaria, las únicas que gritan..." Por eso, tanto "Infieles", como "Mi Marruecos" (2009) están dedicados a su madre, esa mujer transmisora de ternura, en un país en el que, como el propio autor afirma, "se tiene miedo al amor", un país anclado en una sempiterna necesidad de supervivencia:
"Mi madre temía por mi cuerpo y por mi alma, por mi salvación: "Te parí, te eduqué, te hice crecer, te alimenté, te amé a mi manera, te enseñé a andar, a hablar, a comer: cuando caíste enfermo, siempre estuve a tu lado, te lo di todo... Y así es como me lo pagas... mi niño se va lejos de mí, sin compadecerse de su queridísima madre, sin contemplaciones, sin respeto, y ¿adónde?, con los infieles, a las tierras de esos que no creen en nada... es duro, es durísimo... ¡Oh, Dios mío!"
Lo confieso: a veces, escuchando sus argumentos, estuve a punto de dejarlo todo y aceptar el destino que me reservaba, a punto de caer en sus redes. En ciertas cosas, tenía toda la razón. Lo que se le olvidaba es que me había llevado ella a la escuela, me había empujado a estudiar, me había abierto los ojos al mundo de la cultura, un mundo que ella no conocía y que la superaba, un mundo que fascinaba a su hijo, que pesaba más en su corazón que ella misma. La lucha era desigual..." (Mi Marruecos)
La madre es el vínculo con la tradición, el primer contacto físico del cariño, la protección frente al desorden exterior. Un aprendizaje en el afecto, al tiempo que una cadena que hay que romper. Taia comprende y expresa el dolor que supone la metáfora de todo su Marruecos despidiéndose de él en un viaje destino a Europa. Una Europa querida y odiada a partes iguales. Una antigua metrópoli aún poderosa que maneja los hilos de la cultura dominante expresada en una lengua extraña: "Odio el francés. Estoy obligado a expresarme en él, pero pienso en árabe". La atracción por la libertad de pensamiento y la literatura occidental no hacen olvidar al joven marroquí sus orígenes, la esencia de una cultura soterrada por décadas de colonialismo; y regresa, una y otra vez, a esa madre, no castradora, no represiva, como podríamos pensar desde nuestra óptica europea (hace falta hacer un fuerte ejercicio de empatía para reconocer este hecho), sino transmisora de una cultura no escrita, de un valor y una resistencia, que el padre ha sido incapaz de comunicar, para, años más tarde, reflejar la tristeza y el dolor de su soledad en "Infieles". Porque esa madre es todas las mujeres, y ese hijo representa la continuación de su lucha. La madre, convertida en prostituta, sufre en sus carnes la incomprensión del mundo, cargando con su insatisfacción perpetua. El hijo quiere convertirse en su compañero, en su hermano. El baño del hammam le convertirá en hombre y los papeles se invertirán:
"A lo mejor tenía que ir yo solo esta vez al hamman. Solo y por última vez.
Soy mayor.
Diez años, es mayor, ¿no?
¿Qué opinas?
¿Quieres saber lo que sucedía dentro, con esos hombres, antes de llegar a casa a comer el cuscús?
¿Quieres entrar conmigo esta vez?
¿Te lo cuento todo?
¿Lo sabes ya todo de los hombres?
Lo dudo, mamá, lo dudo.
Déjame. Déjame ir solo. Todos los hombres se han ido. Han desaparecido de este mundo, de esta noche sin fronteras. Han dejado de existir aquí, para tí, para mí. Tiro la toalla, mamá.
Venga, vete, vuelve a casa. Duérmete. Olvídate. Y espérame. Volveré pronto, más fuerte, más listo. Dejaré de ser tu hijo. Seré tu hermano, tu hermano pequeño...
... Voy a entrar solo a ese Haman. Por primera vez. Voy a desnudarme. A quitármelo todo. Estaré desnudo. Desnudo. DESNUDO. Estaré solo y desnudo. En la sala de en medio me rascaré solo la espalda. Me ennegreceré solo el cuerpo con el jabón tradicional. Y esperaré que el Ángel sin religión venga a limpiarme, a insuflarme un nuevo soplo. A rebautizarme. Por última vez me quitaré la suciedad del cuerpo. La piel muerta. Los olores que te ponen mala desde hace un año. Las uñas me crecen demasiado deprisa. Sin champú me echaré agua muy caliente una y otra vez por la cabeza. No tendré miedo. Esconderé en lo más profundo de mí mismo los temblores. Los ahogaré. A partir de ahora resultaría indecente dejarme llevar por mis temores, por esas imágenes horribles que me vienen a la mente. Pronto me saldrán pelos en el cuerpo. Cortos. Y enseguida largos. Conozco el proceso. Sé lo rápido que va a ir todo. Los pelos nos adentrarán en una nueva etapa, una nueva era, mamá...
... Se acabó.
Tengo edad de ser un hombre.
Debo hablar. Negociar. Trapichear. Enredarlos. Engañarlos. Desviar su atención. Robarles. Mamársela, si llega el caso. O proponerles mi culo si hace falta. Esconder mi pureza, Dios mío. Callar nuestros lazos secretos. Quién eres, quién soy. Nuestro camino en la sombra. Nuestro proyecto. El viaje nocturno.
Voy a hacer todo eso, mamá.
A partir de ahora yo soy el hombre.
Tengo un sexo de hombre. Se revela. Avanza. Ya no tiene miedo."
Y el hijo toma conciencia de sí mismo a través de la experiencia de la madre, a su vez transmitida por la suya, en un acto casi religioso, cuya grandiosidad radica en ese secreto fundamental: la sexualidad como instrumento de autoconocimiento y llave de libertad. Las palabras de la abuela a la madre son reveladoras: "Las mujeres son crueles. Lo sé. Demasiado bien lo sé. Nunca les he gustado. Les he ayudado tantas y tantas veces. Siempre me han dado la espalda, me han ninguneado, hasta me han insultado. No tiene importancia. Es así. Tú, tú serás libre. Estarás por encima de ellas. Serás como yo. Yo. Introductora. La Introductora. Maldita. Y siempre solicitada." Y esa libertad, unida a la reivindicación de sí mismo, se traduce en conciencia política a su vez.
El poder castrador, aquí, se concentra en el Gran Padre de la patria, Hassan II, que conduce a la muerte a los hombres en la empresa de ocupación del Sahara occidental, y que desgarra la esperanza en construir una sociedad más justa, más humana. Nuestro protagonista entiende la relación política entre la liberación por los afectos y su propio sacrificio. El amor del soldado que marcha hacia la muerte contra el Polisario y traiciona al Gran Padre, así como la tortura a que se ve sometida su propia madre, se relacionan con modelos cinematográficos, que potencian la carga surrealista a la vez que emotiva de una realidad salvaje, que al final desemboca en un mágico encuentro con la imagen icónica que el niño siempre asoció con su madre: una Marilyn Monroe, que en Río sin Retorno, era una heroína ante toda adversidad, ahora en un increíble monólogo, narra la realidad de una vida marcada por la pérdida de su condición humana.
Convertidos en fantasmas, los protagonistas entran en su verdadero ser, en una dimensión donde no existe la vergüenza y en la que el corazón se libera. En el reflejo de esa liberación las palabras de Marilyn, o de Norma Jean Baker, son inductoras de un mensaje políticamente perturbador, en lo que al origen de todo conflicto se refiere: "Soy humana. Extraterrestre. Estoy en todas partes y en ninguna. Soy hombre. Mujer. Ni lo uno ni lo otro. Más allá de todas las fronteras. De todas las lenguas. ¿Veis? Soy como vosotros. En la desdicha y en el poder. Divina y huérfana. Estoy hecha de la misma pasta que vosotros. Estoy en vosotros. En cada cuerpo. Cada noche. En cada sueño".
El texto de Abdelá Taia refleja amargura y una profunda reflexión sobre la condición humana, más allá de su religión y su identidad. La fuerza para resistir la negación de nuestras raíces, que son ante todo afectivas y comprensivas hacia el desarrollo de nuestro cuerpo y la forma de entender las relaciones humanas, marca el sentido de una historia que va más allá del Islam o de la situación del Marruecos actual. Es, sobre todo, una reivindicación de lo humano en toda su diversidad, incluso más allá de la homosexualidad de su autor, que se encargó de expresar en múltiples ocasiones durante la conferencia.
Sin duda, Marruecos necesita esta valiente posición, en unas circunstancias difíciles por culpa de la represión oficial. El mismo Taia se encargó de confirmarlo: "Soy un escritor tolerado por ser un autor publicado y vivir en Francia. El francés me protege. He dado conferencias en diversos lugares de Marruecos, y aún me siento cohibido. En una ocasión, una psiquiatra me interrumpió, y me preguntó: "¿Por qué no deja ya de hablar de homosexualidad? ¿No cree que ya es suficiente? Hable de otros temas". Ante lo cual me quedé sin palabras. Regresaron a mi mente todos los insultos, vejaciones, humillaciones y malos tratos recibidos por mi condición homosexual, y me quedé en blanco. No pude responder". Es como si enfrentásemos a la víctima con su torturador, y, acto seguido, esperásemos que nada de aquello hubiera tenido importancia, ya que no entraba dentro de lo raro o extraño. La sociedad ha normalizado histórica y culturalmente la represión sexual con tal fuerza que hemos internalizado la sumisión y el miedo, y de pronto se exige a las víctimas que se integren sin conflicto en el engranaje cotidiano, olvidando el pasado. Pero, por desgracia, esto no es posible. El artículo 489 del Código Penal marroquí prevé penas de seis meses a tres años de cárcel y multas de 11 a 110 euros para los homosexuales.
La policía efectúa redadas: una de las más sonadas ocurrió en junio de 2004, en Tetuán, donde fueron detenidas 43 personas que celebraban un cumpleaños. Y en 2006, unos 400 islamistas irrumpieron en la Universidad de Fez, donde secuestraron a un estudiante que se declaraba abiertamente homosexual, y le sometieron a un juicio vejatorio, condenándole a abandonar la residencia universitaria en la que se alojaba y entrar a la Universidad únicamente por una puerta trasera y permanecer escoltado en su más profundo interior, sin los habituales tapujos.
Taia fue el primer escritor marroquí en reconocerse abiertamente gay. La prensa francófona, independiente u oficialista, menciona su orientación sexual de forma aséptica, y los órganos islamistas la ignoran. "Incluso he sido invitado a la televisión, aunque no me han preguntado por el tema. En Europa es más fácil. En Marruecos se nos inculca el temor a ser mal visto, a tener vergüenza. Todo se hace a escondidas. Estamos cansados de disimular"
EPILOGO por Eduardo Nabal
“Casa Árabe” es un admirable ejemplo de difusión de las culturas de la zona que alcanza desde Marruecos a otros lugares de África o el sur de la Europa mediterránea, lugares que han sido definidos dentro un espectro cultural a la vez variado e interconectado, de dificil desarrollo y por unos rasgos comunes, además de constituir un privilegiado lugar de encuentro internacional sin parangón en el estado español.. Países de África y el Magreb tienen su lugar y su vehículo de expresión en este edificio situado en Madrid y dotado de diversas salas, filmoteca y biblioteca, lugares que peligran por los recortes del partido popular y esperemos que pronto se vean subsanados o revitalizados.
“Casa Árabe” estrenó el primer filme de Abdelá Taia “L’armée su salut” una personal adaptación de su propia novela en la que el autor, con claves autobiográficas, despoja a la historia de gran parte de las palabras del libro en favor de un estilo cinematográfico mus puro y cristalino, áspero y compacto si se quiere, hecho de imágenes sugerentes, encuentros fortuitos y enfrentamientos del joven Abdelá con su madre y su padre. Es la historia de la ruptura con un mundo patriarcal para dedicarse, una vez instalado en Francia, a la literatura y el cine, así como a la defensa del colectivo LGTB magrebí del que forma parte. También lucha porque la cultura se aleje de los mercaderes y recupere su conexión con el pueblo, ese pueblo al que mira con nostalgia y desconfianza.
Sus encuentros sexuales con su tío, su soledad, lo explícito y lo elíptico, está filmados con un admirable uso del silencio y el fuera de campo y su mirada privilegia el drama interior, el exilio que se está gestando en un ser que descubre su diferencia íntima y a la vez su posición en el clan en el que ha nacido. Con una admirable paleta cromática de Agnes Varda (que cuida la sobria paleta cromática que recorre el periplo del protagonista de niño a joven) “L’armée du salut” es un impresionante debut en la gran pantalla de un escritor siempre sugerente pero, en algunas ocasiones, nada accesible debido a sus atrevidas construcciones lingüísticas que reflejan novelas de la talla de “Infieles” o “Una melancolía árabe”.
La editorial Cabaret Voltaire nos trae la obra de este joven iconoclasta admirador de Gómez Arcos, Cervantes, Almodóvar y Mohamed Chukri.
Todo esto constituyó el río del discurso de Abdelá Taia sobre su literatura en la presentación de la edición en español de su libro "Infieles" en la Casa Árabe de Madrid, a la espera de su última obra, "Un Pays pour mourir" (ed. du Seuil):
"En Marruecos no necesitamos matar al padre, porque ya está muerto. La dictadura de Hassán II se encargó de anular todo tipo de disidencia. Ahora, cada gesto cotidiano de las mujeres es un pequeño acto revolucionario. Porque son ellas las que lo sostienen todo, las que discuten, las que se enfrentan, las que dirigen la vida diaria, las únicas que gritan..." Por eso, tanto "Infieles", como "Mi Marruecos" (2009) están dedicados a su madre, esa mujer transmisora de ternura, en un país en el que, como el propio autor afirma, "se tiene miedo al amor", un país anclado en una sempiterna necesidad de supervivencia:
"Mi madre temía por mi cuerpo y por mi alma, por mi salvación: "Te parí, te eduqué, te hice crecer, te alimenté, te amé a mi manera, te enseñé a andar, a hablar, a comer: cuando caíste enfermo, siempre estuve a tu lado, te lo di todo... Y así es como me lo pagas... mi niño se va lejos de mí, sin compadecerse de su queridísima madre, sin contemplaciones, sin respeto, y ¿adónde?, con los infieles, a las tierras de esos que no creen en nada... es duro, es durísimo... ¡Oh, Dios mío!"
Lo confieso: a veces, escuchando sus argumentos, estuve a punto de dejarlo todo y aceptar el destino que me reservaba, a punto de caer en sus redes. En ciertas cosas, tenía toda la razón. Lo que se le olvidaba es que me había llevado ella a la escuela, me había empujado a estudiar, me había abierto los ojos al mundo de la cultura, un mundo que ella no conocía y que la superaba, un mundo que fascinaba a su hijo, que pesaba más en su corazón que ella misma. La lucha era desigual..." (Mi Marruecos)
La madre es el vínculo con la tradición, el primer contacto físico del cariño, la protección frente al desorden exterior. Un aprendizaje en el afecto, al tiempo que una cadena que hay que romper. Taia comprende y expresa el dolor que supone la metáfora de todo su Marruecos despidiéndose de él en un viaje destino a Europa. Una Europa querida y odiada a partes iguales. Una antigua metrópoli aún poderosa que maneja los hilos de la cultura dominante expresada en una lengua extraña: "Odio el francés. Estoy obligado a expresarme en él, pero pienso en árabe". La atracción por la libertad de pensamiento y la literatura occidental no hacen olvidar al joven marroquí sus orígenes, la esencia de una cultura soterrada por décadas de colonialismo; y regresa, una y otra vez, a esa madre, no castradora, no represiva, como podríamos pensar desde nuestra óptica europea (hace falta hacer un fuerte ejercicio de empatía para reconocer este hecho), sino transmisora de una cultura no escrita, de un valor y una resistencia, que el padre ha sido incapaz de comunicar, para, años más tarde, reflejar la tristeza y el dolor de su soledad en "Infieles". Porque esa madre es todas las mujeres, y ese hijo representa la continuación de su lucha. La madre, convertida en prostituta, sufre en sus carnes la incomprensión del mundo, cargando con su insatisfacción perpetua. El hijo quiere convertirse en su compañero, en su hermano. El baño del hammam le convertirá en hombre y los papeles se invertirán:
"A lo mejor tenía que ir yo solo esta vez al hamman. Solo y por última vez.
Soy mayor.
Diez años, es mayor, ¿no?
¿Qué opinas?
¿Quieres saber lo que sucedía dentro, con esos hombres, antes de llegar a casa a comer el cuscús?
¿Quieres entrar conmigo esta vez?
¿Te lo cuento todo?
¿Lo sabes ya todo de los hombres?
Lo dudo, mamá, lo dudo.
Déjame. Déjame ir solo. Todos los hombres se han ido. Han desaparecido de este mundo, de esta noche sin fronteras. Han dejado de existir aquí, para tí, para mí. Tiro la toalla, mamá.
Venga, vete, vuelve a casa. Duérmete. Olvídate. Y espérame. Volveré pronto, más fuerte, más listo. Dejaré de ser tu hijo. Seré tu hermano, tu hermano pequeño...
... Voy a entrar solo a ese Haman. Por primera vez. Voy a desnudarme. A quitármelo todo. Estaré desnudo. Desnudo. DESNUDO. Estaré solo y desnudo. En la sala de en medio me rascaré solo la espalda. Me ennegreceré solo el cuerpo con el jabón tradicional. Y esperaré que el Ángel sin religión venga a limpiarme, a insuflarme un nuevo soplo. A rebautizarme. Por última vez me quitaré la suciedad del cuerpo. La piel muerta. Los olores que te ponen mala desde hace un año. Las uñas me crecen demasiado deprisa. Sin champú me echaré agua muy caliente una y otra vez por la cabeza. No tendré miedo. Esconderé en lo más profundo de mí mismo los temblores. Los ahogaré. A partir de ahora resultaría indecente dejarme llevar por mis temores, por esas imágenes horribles que me vienen a la mente. Pronto me saldrán pelos en el cuerpo. Cortos. Y enseguida largos. Conozco el proceso. Sé lo rápido que va a ir todo. Los pelos nos adentrarán en una nueva etapa, una nueva era, mamá...
... Se acabó.
Tengo edad de ser un hombre.
Debo hablar. Negociar. Trapichear. Enredarlos. Engañarlos. Desviar su atención. Robarles. Mamársela, si llega el caso. O proponerles mi culo si hace falta. Esconder mi pureza, Dios mío. Callar nuestros lazos secretos. Quién eres, quién soy. Nuestro camino en la sombra. Nuestro proyecto. El viaje nocturno.
Voy a hacer todo eso, mamá.
A partir de ahora yo soy el hombre.
Tengo un sexo de hombre. Se revela. Avanza. Ya no tiene miedo."
Y el hijo toma conciencia de sí mismo a través de la experiencia de la madre, a su vez transmitida por la suya, en un acto casi religioso, cuya grandiosidad radica en ese secreto fundamental: la sexualidad como instrumento de autoconocimiento y llave de libertad. Las palabras de la abuela a la madre son reveladoras: "Las mujeres son crueles. Lo sé. Demasiado bien lo sé. Nunca les he gustado. Les he ayudado tantas y tantas veces. Siempre me han dado la espalda, me han ninguneado, hasta me han insultado. No tiene importancia. Es así. Tú, tú serás libre. Estarás por encima de ellas. Serás como yo. Yo. Introductora. La Introductora. Maldita. Y siempre solicitada." Y esa libertad, unida a la reivindicación de sí mismo, se traduce en conciencia política a su vez.
El poder castrador, aquí, se concentra en el Gran Padre de la patria, Hassan II, que conduce a la muerte a los hombres en la empresa de ocupación del Sahara occidental, y que desgarra la esperanza en construir una sociedad más justa, más humana. Nuestro protagonista entiende la relación política entre la liberación por los afectos y su propio sacrificio. El amor del soldado que marcha hacia la muerte contra el Polisario y traiciona al Gran Padre, así como la tortura a que se ve sometida su propia madre, se relacionan con modelos cinematográficos, que potencian la carga surrealista a la vez que emotiva de una realidad salvaje, que al final desemboca en un mágico encuentro con la imagen icónica que el niño siempre asoció con su madre: una Marilyn Monroe, que en Río sin Retorno, era una heroína ante toda adversidad, ahora en un increíble monólogo, narra la realidad de una vida marcada por la pérdida de su condición humana.
Convertidos en fantasmas, los protagonistas entran en su verdadero ser, en una dimensión donde no existe la vergüenza y en la que el corazón se libera. En el reflejo de esa liberación las palabras de Marilyn, o de Norma Jean Baker, son inductoras de un mensaje políticamente perturbador, en lo que al origen de todo conflicto se refiere: "Soy humana. Extraterrestre. Estoy en todas partes y en ninguna. Soy hombre. Mujer. Ni lo uno ni lo otro. Más allá de todas las fronteras. De todas las lenguas. ¿Veis? Soy como vosotros. En la desdicha y en el poder. Divina y huérfana. Estoy hecha de la misma pasta que vosotros. Estoy en vosotros. En cada cuerpo. Cada noche. En cada sueño".
El texto de Abdelá Taia refleja amargura y una profunda reflexión sobre la condición humana, más allá de su religión y su identidad. La fuerza para resistir la negación de nuestras raíces, que son ante todo afectivas y comprensivas hacia el desarrollo de nuestro cuerpo y la forma de entender las relaciones humanas, marca el sentido de una historia que va más allá del Islam o de la situación del Marruecos actual. Es, sobre todo, una reivindicación de lo humano en toda su diversidad, incluso más allá de la homosexualidad de su autor, que se encargó de expresar en múltiples ocasiones durante la conferencia.
Sin duda, Marruecos necesita esta valiente posición, en unas circunstancias difíciles por culpa de la represión oficial. El mismo Taia se encargó de confirmarlo: "Soy un escritor tolerado por ser un autor publicado y vivir en Francia. El francés me protege. He dado conferencias en diversos lugares de Marruecos, y aún me siento cohibido. En una ocasión, una psiquiatra me interrumpió, y me preguntó: "¿Por qué no deja ya de hablar de homosexualidad? ¿No cree que ya es suficiente? Hable de otros temas". Ante lo cual me quedé sin palabras. Regresaron a mi mente todos los insultos, vejaciones, humillaciones y malos tratos recibidos por mi condición homosexual, y me quedé en blanco. No pude responder". Es como si enfrentásemos a la víctima con su torturador, y, acto seguido, esperásemos que nada de aquello hubiera tenido importancia, ya que no entraba dentro de lo raro o extraño. La sociedad ha normalizado histórica y culturalmente la represión sexual con tal fuerza que hemos internalizado la sumisión y el miedo, y de pronto se exige a las víctimas que se integren sin conflicto en el engranaje cotidiano, olvidando el pasado. Pero, por desgracia, esto no es posible. El artículo 489 del Código Penal marroquí prevé penas de seis meses a tres años de cárcel y multas de 11 a 110 euros para los homosexuales.
La policía efectúa redadas: una de las más sonadas ocurrió en junio de 2004, en Tetuán, donde fueron detenidas 43 personas que celebraban un cumpleaños. Y en 2006, unos 400 islamistas irrumpieron en la Universidad de Fez, donde secuestraron a un estudiante que se declaraba abiertamente homosexual, y le sometieron a un juicio vejatorio, condenándole a abandonar la residencia universitaria en la que se alojaba y entrar a la Universidad únicamente por una puerta trasera y permanecer escoltado en su más profundo interior, sin los habituales tapujos.
Taia fue el primer escritor marroquí en reconocerse abiertamente gay. La prensa francófona, independiente u oficialista, menciona su orientación sexual de forma aséptica, y los órganos islamistas la ignoran. "Incluso he sido invitado a la televisión, aunque no me han preguntado por el tema. En Europa es más fácil. En Marruecos se nos inculca el temor a ser mal visto, a tener vergüenza. Todo se hace a escondidas. Estamos cansados de disimular"
EPILOGO por Eduardo Nabal
“Casa Árabe” es un admirable ejemplo de difusión de las culturas de la zona que alcanza desde Marruecos a otros lugares de África o el sur de la Europa mediterránea, lugares que han sido definidos dentro un espectro cultural a la vez variado e interconectado, de dificil desarrollo y por unos rasgos comunes, además de constituir un privilegiado lugar de encuentro internacional sin parangón en el estado español.. Países de África y el Magreb tienen su lugar y su vehículo de expresión en este edificio situado en Madrid y dotado de diversas salas, filmoteca y biblioteca, lugares que peligran por los recortes del partido popular y esperemos que pronto se vean subsanados o revitalizados.
“Casa Árabe” estrenó el primer filme de Abdelá Taia “L’armée su salut” una personal adaptación de su propia novela en la que el autor, con claves autobiográficas, despoja a la historia de gran parte de las palabras del libro en favor de un estilo cinematográfico mus puro y cristalino, áspero y compacto si se quiere, hecho de imágenes sugerentes, encuentros fortuitos y enfrentamientos del joven Abdelá con su madre y su padre. Es la historia de la ruptura con un mundo patriarcal para dedicarse, una vez instalado en Francia, a la literatura y el cine, así como a la defensa del colectivo LGTB magrebí del que forma parte. También lucha porque la cultura se aleje de los mercaderes y recupere su conexión con el pueblo, ese pueblo al que mira con nostalgia y desconfianza.
Sus encuentros sexuales con su tío, su soledad, lo explícito y lo elíptico, está filmados con un admirable uso del silencio y el fuera de campo y su mirada privilegia el drama interior, el exilio que se está gestando en un ser que descubre su diferencia íntima y a la vez su posición en el clan en el que ha nacido. Con una admirable paleta cromática de Agnes Varda (que cuida la sobria paleta cromática que recorre el periplo del protagonista de niño a joven) “L’armée du salut” es un impresionante debut en la gran pantalla de un escritor siempre sugerente pero, en algunas ocasiones, nada accesible debido a sus atrevidas construcciones lingüísticas que reflejan novelas de la talla de “Infieles” o “Una melancolía árabe”.
La editorial Cabaret Voltaire nos trae la obra de este joven iconoclasta admirador de Gómez Arcos, Cervantes, Almodóvar y Mohamed Chukri.
El pasado jueves se pudo ver la película L´armee du salut de Abdelá Taia y tengo que decir que me pareció magnífica, aunque si es verdad que no es un cine fácil.
ResponderEliminarEs una pena la desinformación de los programadores
ResponderEliminarMientras la cultura de la Uni esté en manos de mediocres incultos solo podemos esperar circo o programaciones ajustadas con reseñas de copy y paste.
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