Por Juan Argelina
"Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais: Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir" (Blade Runner)
"Yo... he visto cosas que vosotros no creeríais: Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán... en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir" (Blade Runner)
Busqué palabras que enmudecieran el terrible silencio de la muerte, pero no
encontré más que confusión y angustia por un vacío indefinible. Sólo una
sucesión de tiempos inconcretos empujando violentamente en la memoria, dejaba
mi cabeza como un yunque amartillado, alejado de la paz que tópicamente deja la
muerte.
Mi padre
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Los niños-duende parloteaban en torno a madres-clon mientras yo trataba
desesperadamente de encontrar el sosiego imposible en un autobús de línea que me
dejaba a toda prisa en un Madrid de resaca de fiesta. La muerte no está de
vacaciones. Los fantasmas rodean invisibles nuestras vidas de mentira mientras
sus cadáveres yacen expuestos tras las vitrinas de un tanatorio. No reconocí a
mi padre, cáscara informe metida en un féretro, envuelto en un sudario
brillante que contrastaba con su rostro inerte, amarillento, deformado por los
químicos de la higiene funeraria. El llanto se resiste y las entrañas se
remueven. Eso había sido mi padre. De pronto la sala se vuelve inmensa, solos
mi hermano y yo, bajo la asepsia del aire acondicionado. ¿Que fue de la vida?
Una sombra recorrió fugazmente el espacio del rabillo del ojo a las dos de la
madrugada, me advierte un familiar desconocido, en su casa, donde durante los
últimos años iba de visita para ver a su prima, hasta que la enfermedad le dejó
postrado para siempre.
Allí recordaba, recordaba, hablaba, hablaba, ... todo lo
que no había podido sacar de si durante tanto tiempo, todo lo que no había
podido compartir siquiera con sus hijos. Una vida perdida, recuerdos borrados,
esfuerzos, sufrimientos, alegrías engullidas por la soledad y la impotencia. Mi
padre. Muerto. "Aquí yace Juan Ramón. Tus hijos te lloran".
Tópico
lapidario. Pero no hay lágrimas. Solo el ansia de saber, de comprender por qué
fuiste así, por qué te callaste siempre, por qué ocultaste su verdadero ser.
Me
hablaste al final de gentes perdidas en la guerra, de represalias abominables
durante los años del frío, de un abuelo casi anónimo al que encarcelaron con
falsas acusaciones en Ocaña, de un tío echado al monte del que nunca se volvió
a saber nada, de hermanos linchados atrozmente en la plaza del pueblo, de una
madre infeliz que llevaba comida a un hijo preso en los sótanos del
ayuntamiento, de un mundo atroz marcado por la necesidad constante de la
supervivencia, de la ignorancia, del miedo, de la emigración, del matrimonio
obligado y de los hijos que tardaban en llegar, de una niña que no pasó del año
de vida, a la que nunca llegué a conocer, de esperanzas frustradas, y por fin,
del silencio del tiempo, o más bien, del tiempo del silencio.
La Historia de
ese tiempo muere contigo y con muchos como tú, que guardaron el silencio del
miedo, el silencio de las fosas, como las de Villacañas, sobre las que están
escritos los nombres de varios de tu sangre. Y todo eso, al final, rompe en mí,
ajeno a esos recuerdos, pero heredero de la fatalidad, condenado a seguir sin
tu carga de emociones, sin tu experiencia, sin tu memoria, como aquel
replicante de Blade Runner.
Solo queda una fotografía emocionante que llega a
mis manos tras tu muerte. Y las lágrimas quieren salir al ver a un joven
soldado sonriente que rodea con su brazo a un amigo inseparable, cuya vida
tampoco fue fácil.
Sin embargo, la magia de la imagen detenida evoca un momento
entrañable con el que me detengo a soñar, porque la felicidad, si existe, está
en un instante impreciso del que no somos conscientes mientras ocurre, y que
solo se retiene en su captura fotográfica.
Ahí sí te reconozco. Ahí eres tú. Vivo. Ahora queda el tiempo de limpiar, de desbrozar el camino que sigue a partir de aquí. Sé que el pasado se funde con el futuro, que la memoria se degradará, y que hasta el vacío más profundo acabará disolviéndose en la lógica de la interpretación. Por eso escribo esto ahora, mientras me envuelve el misterio de la muerte. Porque todo pasa, pero no el tiempo de haber amado, de seguir amando todavía, hasta ese aliento último, ya pronto, esa postrer palabra cercana y terrible.
Ahí sí te reconozco. Ahí eres tú. Vivo. Ahora queda el tiempo de limpiar, de desbrozar el camino que sigue a partir de aquí. Sé que el pasado se funde con el futuro, que la memoria se degradará, y que hasta el vacío más profundo acabará disolviéndose en la lógica de la interpretación. Por eso escribo esto ahora, mientras me envuelve el misterio de la muerte. Porque todo pasa, pero no el tiempo de haber amado, de seguir amando todavía, hasta ese aliento último, ya pronto, esa postrer palabra cercana y terrible.
Perder la cabeza, perder la
memoria, borrar el tiempo pasado, ignorar la raíz, moverse en el vacío, temer
el futuro, guardar las distancias, prohibir el paso, impedir que se investigue
el crimen, pasar página, dejar a los muertos en sus fosas, cerrar los ojos,
estar cómodo en la ignorancia, conceder impunidad al asesino, reírse de las
víctimas, engañar, ocultar, someter, someter, someter siempre al vencido hasta
su aniquilación en el tiempo y en el espacio, anulándole de la memoria
colectiva, haciéndole creer que tiene lo que se merece, que debe vivir en un
maltrato constante.
Esta es la situación de la relación de España con su
historia reciente.
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