Por Eduardo Nabal
Más de uno y de una se salió de una conferencia escandalizada/o cuando el conferenciante preguntó ¿Si no hubiera género habría violencia? El debate sonaba demasiado filosófico. Pero también tenía un trasfondo interesante.
La violencia de género existe desde el momento en que cuando nacemos se nos asigna un sexo por un médico, se nos premia o se nos castiga por ser más viriles o más señoritas, por cómo nos vestimos o actuamos, se nos aparta por amar a otros chicos u otras chicas, se nos margina desde el primer empleo o se nos paga la mitad por trabajar lo mismo.
También dependiendo de nuestra procedencia podemos estudiar o no. Vemos ceder a nuestras madres y aprendemos lo que vemos. Vemos triunfar, o fingir que triunfan, a nuestros padres y el mimetismo también surge.
La doble jornada está al orden del día. Las campañas que existen hoy, aquí en pequeñas provincias y universidades desinformadas, no desmantelan un ápice conceptos como el género, la raza, los discursos de la clase social o la inmigración. Y no lo hacen porque es más cómodo un 8 de marzo o un 25 de mayo, floral y de postín, apuntalado por los medios de comunicación oficiales, donde bajo estrategias lampedusianas ni las mujeres pobres, ni las no heterosexuales, ni las mujeres solas o ancianas tengan gran cosa que decir. Son festejos de la familia nuclear heterosexual y del salvémosla de su autodestrucción en sus violencias que van de lo real y sangrante a lo sutil y lo psicológico.
Violencia es tener que volver a casa porque se ha perdido un trabajo, trabajar para otras, trabajar el doble, cobrar la mitad, la falta de reconocimiento dentro de partidos y sindicatos.
Violencia son los discursos de la Iglesia (mantenidos por el PP y de otra forma por el PSOE) contra la educación en la convivencia y la educación sexual, contra el derecho a la autonomía y el empoderamiento de las mujeres, contra la división en buenas y malas, santas y putas y españolas y extranjeras, payas y gitanas, y la brecha cada vez más profunda entre pobres y ricas, entre feministas de calle y feministas de despacho…
Para parar la violencia hace falta dar armas de seguridad, enseñar a pescar y no regalar peces, no victimizar sino empoderar, acabar con los esencialismos y abrir espacios de sororidad y compromiso sin matices ni exclusiones.
Estamos en ellas, las de la foto, las flores y los maridos son las de siempre.
Estamos en ellas, las de la foto, las flores y los maridos son las de siempre.
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