Por Basilio el Bagauda
Dice mi suegro que “la carne en calceta pa´quien la meta”. Y quizás después de daros a conocer lo que sé de cierto personaje burgalés, no deje de tener algo de razón.
Con ello no quiero yo, ni tampoco creo que lo consiguiera, acabar con la sana costumbre de comer un buen embutido ni tampoco pretendo hacer un boicot a la empresa de la que voy a hablar. Y mucho menos acabar con la “magia” desprendida tras batir el record guiness con la mayor y ya más famosa morcilla del mundo. Que hasta en Luxemburgo, como nos informa el afamado y profesional periódico “Gente”, es ya principal tema de conversación entre sus habitantes. De verdad que cuando lo vi no cabía en sí de gozo y se me pusieron los pelos como escarpias…
Supongo que no sabréis, porque se ha ocultado hasta ahora, que el altruista artífice de la idea no fue Lacalle, que ese está para menesteres más importantes, sino un entregado y humilde emprendedor de esta ciudad llamado Roberto Da Silva, uno de los más grandes esquiadores que ha dado la historia y ahora metido a revolucionario morcillero, que como él dice y para eso se basta sólo “ha querido elevar a este humilde producto hasta la cumbre de la gastronomía”. Por ello, además de convertirse en uno de los santos y señas de la Capitalidad Cultural de la Gastronomía, sin él quererlo, ha devuelto a la ciudad todo su cariño a través de esa supermorcilla.
En cualquier caso y a pesar de querer pasar desapercibido allá por donde va, todo el mundo tiene alguna vez afán de protagonismo y nuestro querido y humilde amigo no iba a ser diferente al resto de mortales. Así que no hace demasiado tiempo recibió la tentadora oferta de Promecal (la también profesional e independiente empresa de comunicación de Méndez Pozo) a través del "exitoso" canal “La 8 de Burgos” de hablar de las excelencias de la empresa “Embutidos de Cardeña” y ya de paso, y como quien no quiere la cosa, de la violenta irrupción de una pareja de bandidos malhechores en su fábrica, los cuales querían acabar con su empresa y, de paso, con el pan de tantos y tantos trabajadores a los que da de comer dada su generosidad…
Parece ser, como él cuenta y sin que el periodista (o fontanero o lo que sea el presentador del programa) supiera nada previamente a la entrevista, que dos malvados inspectores de productos artesanos agroalimentarios de la Junta entraron a su empresa sin previo aviso (como mandan las normas no escritas en España) y se pusieron a revolver todo. Don Roberto, siempre presto a recibir con amabilidad todas las visitas que se hacen a su fábrica, no entendía esa actitud tan desagradable: quiénes eran ellos para dudar de sus productos y entrar allí como si el chiringuito fuera suyo. Un hombre como él, digno, honorable, humilde, y atacado de esa indigna manera por dos funcionarios… ¡arrastrando la cobija!
En fin; que no le quedó más remedio que sacar su mal genio, que poco le gusta, y llevarse el berrinche echándoles de sus aposentos. El presentador no salía de su asombro y amenazó a esos dos individuos con que daría sus nombres si seguían molestando a ese buen hombre que tanto había hecho por todos nosotros, mientras en la pantalla se proyectaba una imagen corporativa de la empresa de Don Roberto.
Tras observar semejantes declaraciones, uno que tiene un poquito de mala leche y desconfía de los alimentos precocinados, comencé a preguntarme algunas cositas: ¿de qué sirve una inspección de consumo, de trabajo, de sanidad, si se le avisa previamente al responsable?; antes de ponerse de un lado de la verdad, ¿un periodista no debe intentar saber la verdad de todas las partes y contrastar la información?; ¿no resulta increíble que mientras el jefe de una empresa ponga a parir a terceras personas aparezca la publicidad de sus productos, cual información patrocinada?; ¿Qué tiene que negociar con no se sabe qué responsable de la Administración para que esto no le vuelva a suceder en su feudo?
Dado que las élites y los caciques de esta ciudad ya tienen sus medios para escupir su ideología, loar a sus amigos y ofender a aquellos que suponen un obstáculo a sus intereses, justo es que otros contemos otra presumible versión de la verdad, y ésta es la mía.
El mismo día de autos al que se refiere el empresario, dos inspectores de artesanía alimentaria comenzaron su jornada de trabajo como no podía ser de otra manera: inspeccionando. Con tan mala suerte para el señor Roberto que ese día le tocó a él, y los funcionarios, que ya se sabe nunca trabajan, ese día querían hacer honor a su sueldo. A Cardeña fueron dispuestos para comprobar que el susodicho empresario hacía las morcillas como decía que las hacía, y allí llegaron. Presupongo, y sé muy bien por qué lo hago, que cuando entraron en la fábrica se identificaron ante aquellas personas que se encontraron y pasaron a inspeccionar todo el proceso de producción.
Como el Gerente de la empresa dejó entrever, se alteró al verles y, me imagino, se despachó bien a gusto entre malas formas y peores palabras con la única intención de expulsarles de allí. Como no parecía haber forma de llegar a ningún arreglo, los inspectores salieron de la fábrica dada la violencia que el insigne Don Roberto mostró a buen seguro sin tapujos.
Lo cierto es que, y así se le “escapa” en la entrevista, el esquiador y morcillero está muy bien relacionado, que para algo tiene que servir ser miembro de “Tierra de Sabor”, y comenta que él mismo va a “negociar” con algún “jefazo” de la Consejería de Agricultura para que metan en vereda a esos malvados empleados públicos y vengan con la sumisa forma que todo vasallo debe a sus señores, que para eso él es uno de los jefes del Cortijo.
Lo cierto es que mientras él va a seguir haciendo dinero, aunque saque pecho por lo bien que da de comer a todos sus trabajadores, estos funcionarios se seguirán preguntando para qué sirve su trabajo mientras se les niega cualquier tipo de defensa y se les maltrata de manera insultante en su dignidad.
Lo cierto es que Juan Vicente Herrera y Silvia Clemente quieren una administración fuerte con los débiles y débil con los fuertes, y lo digo por lo bien que saben sancionar a esos emprendedores de los que se sienten orgullosos pero no son afectos a su régimen, y lo que se despistan algunas sanciones en cajones cerrados cuando se trata de los grandes.
Lo cierto es que el Grupo Promecal no es más que un conjunto de medios de intoxicación que ensucian de censura y de mentiras los cerebros de las clases trabajadoras, mientras colocan honores y medallas permanentemente a todos los cortijeros de Castilla y de León.
Lo cierto y en última instancia, Don Roberto, es que su hostilidad ante el control obligatorio de sus productos produce tanta desconfianza como la desmesurada preocupación por el pan de sus trabajadores. Por ello le digo que “la carne en calceta pa´quien la meta”.