Artículo de Luis Castro
Profesor de historia , escritor y
ex-concejal del ayuntamiento de Burgos por IU.
Los reportajes de Burgosdijital reflejan bien con sus fotos y comentarios la aberración que supone la Ciudad Deportiva Militar en términos urbanísticos y sociales: el uso privativo y acotado de amplios terrenos de ocio junto a Gamonal, barrio masificado sin apenas espacios públicos; el estrangulamiento de la comunicación de esta zona con el centro urbano y con el pulmón verde de Fuentes Blancas; la soberbia falta de respeto a los vecinos y a la más elemental racionalidad urbanística. Es cierto que, cuando se construyó, la Deportiva ocupaba una tierra de nadie alejada de la ciudad e incluso de Gamonal, que era un minúsculo arrabal en torno a la iglesia de la Antigua. Pero parece increíble que a lo largo de cincuenta años, cuando la instalación ha resultado una especie de quiste urbanístico cada vez más infecto, no se haya abordado alguna solución o paliativo, como si los asuntos que tienen que ver con el ejército siguieran siendo tabú, al igual que en tiempos de la dictadura.
Pues no se trata solo de la Deportiva, si hablamos de las instalaciones militares ubicadas en Gamonal y sus alrededores (como refleja el plano de Infoburgos). Estas campean por los cuatro costados de este atribulado barrio, ejemplo de “explotación urbanística rayana en la barbarie”, al decir del urbanista Chueca Goitia. Hay que hablar también de la cercana residencia de oficiales (“solteros”, se dijo inicialmente, pues los que tenían familia iban a la contigua barriada militar), de la Academia de Ingenieros con el anejo Parque de Intendencia, del Gobierno Militar y de la ampliación de 30 hectáreas de los aeródromos de Gamonal–Villafría, cuyas pistas fueron operativas durante la Guerra Civil gracias a la Luftwaffe y se usaron para bombardear el País Vasco y Cantabria. Sin olvidar la larga persistencia de instalaciones castrenses anteriores: el parque de automóviles de Capiscol, el cuartel de Intendencia “Capitán Mayoral” y algún almacén de pólvora. (No muy lejos estaban los campos de tiro y maniobras de Vista Alegre y de Santimia, que sirvieron como lugar de fusilamientos durante la Guerra Civil).
La mayoría de estas instalaciones fueron obras de nueva planta propiciadas por Juan Yagüe durante su largo mandato como capitán general de la VI Región Militar (1943-1952), siguiendo directrices del propio gobierno de Franco. “Hay que dotar a la ciudad –decía en 1945– de unos servicios de los que estaba necesitada en el orden castrense: residencias y viviendas, además de instalaciones deportivas que, con carácter cívico-militar estén prioritariamente al servicio de las necesidades del ejército (cuadros y unidades)”. La Ciudad Deportiva no estaba concebida para adiestramiento de tropas (y en esto corrijo un poco el reportaje de Burgosdijital ), sino para el mantenimiento físico de oficiales y suboficiales, en sintonía con la mentalidad del nazismo, para el que el soldado era o debía ser el exponente más refinado de la raza, tanto en lo físico como en lo espiritual. Yagüe, como ministro de aviación (el primero que tuvo Franco), había visitado la Alemania nazi y visto de cerca cuáles eran las pautas de la Luftwaffe y de la Wehrmacht a ese respecto.
La Deportiva se diseñaba también dentro de ese espíritu clasista y señoritil que tanto gustaba a los militares españoles de otras épocas; de ahí que inicialmente no solo se discriminaba a los civiles en ella, sino que las instalaciones de los oficiales estaban separadas de las de los suboficiales (lo mismo que las viviendas militares contiguas). De ahí también las anacrónicas competiciones hípicas, cuando los caballos hacía tiempo que habían perdido la batalla ante los carros de combate. ¿Qué importaba que la Deportiva invadiera un cauce molinar y varios caminos locales? Se trataba de lograr un ambiente ”distinguido”, cosa que sin duda se conseguía sobre un trasfondo social de muertos de hambre y rojos escarmentados.
Es necesario recordar el contexto histórico de la época para entender el trasfondo de esa militarización del territorio burgalés, que se remonta al siglo XVIII, cuando la ciudad fue “designada” como capital militar (por no recordar las fazañas y guerras civiles medievales). Conviene saber que Franco, de la misma promoción que Yagüe, había sido nombrado en Burgos, seis o siete años antes, Jefe del Gobierno y del Estado, Generalísimo de los tres ejércitos, capitán general y Jefe Nacional de FET de las JONS. Tanto Yagüe como Franco mantuvieron una especial relación con la “capital de la Cruzada”, cuyas fuerzas vivas habían acogido al llamado Movimiento Nacional con especial entusiasmo y luego albergado y sostenido la mayor parte de las altas instituciones del Nuevo Estado (todas no, pues no cabían), empezando por el Cuartel General y la residencia oficial del flamante Jefe de Estado y Caudillo.
La situación del país en 1939 hubiera exigido por parte del Nuevo Estado una atención prioritaria a la reconstrucción de las infraestructuras, a las necesidades básicas de la población civil y, en lo posible, a paliar los terribles desgarrones en la convivencia de la sociedad española. Pero en esa época la dictadura no pudo ni quiso atender como debía esas exigencias, ya que seguía en pie de guerra y vigilante frente a sus enemigos interiores y exteriores. Resulta dolorosamente significativo que el primer Desfile “de la Victoria” se celebrara el 19 de mayo de 1939, la misma fecha en que aparecía en el Boletín Oficial del Estado el decreto de racionamiento de recursos básicos, que se prolongó hasta 1952. Esa fue, en esquema, la antinomia con la que tuvo que bregar el pueblo español durante lustros: una dictadura militar “ostentórea” y opresiva, por un lado, y la penuria y el hambre, por otro. El estado de guerra siguió operativo en España hasta 1948 y buena parte de los militares profesionales de la contienda siguió en nómina (entre ellos el 90 % de los alféreces provisionales), creándose además la Policía Nacional y los Tribunales de Responsabilidades políticas y de Represión de la masonería y el comunismo.
El contexto internacional tampoco invitaba a bajar la guardia. Hacia 1943 las cosas se estaban poniendo muy difíciles para el Eje Roma-Berlín en la II Guerra mundial, y en más de una coyuntura el régimen de Franco temió que su previsible derrota les arrastrara al basurero de la historia. Sin embargo, Yagüe, que era un “echao pa’lante”, como se dice vulgarmente, no descartaba una intervención española en el conflicto. Algo de eso podemos ver en este pasaje de su discurso de toma de posesión como capitán general: “Preparaos y preparad a vuestros hombres, físicamente, técnicamente y, sobre todo, moralmente, para estar en todo momento dispuestos a lanzar si fuera preciso el Arriba España que levante nuevamente en vilo a los españoles (...) Sé también que, si sonase el clarín, formaríais en filas con el mismo entusiasmo que en el año 1936, y una vez más enseñaríais al mundo de lo que son capaces los hombres de España”.
En el plano interior, los trabajadores eran mirados aún con desconfianza (de ahí que las barriadas obreras, como Illera y Yagüe se localizaran lo más lejos posible del centro) y la actividad guerrillera, si no un peligro, fue una fuente de preocupación, al menos durante los años de la II Guerra Mundial y tras la derrota de los fascismos.
Cuando Franco se despidió de Burgos, en octubre de 1939, prometió a las autoridades locales un futuro de desarrollo industrial como premio a sus sacrificios durante la guerra. Pero no estaba el horno para demasiados bollos en ese momento y el único “premio” que hubo –así se presentó el asunto– fue la concesión de la academia de ingenieros. Aunque en la inmediata posguerra se implantaron en la ciudad empresas de cierta envergadura (la Sedera, INDUPISA, Campofrío, la FNMT, etc), pronto se decantó el crecimiento urbanístico hacia lo castrense, respondiendo a ese contexto histórico que hemos apuntado, a la vieja inercia de ciudad cuartelaria y a la concepción de las fuerzas armadas como controladoras del territorio y de la población civil, algo propio de regímenes dictatoriales. Como ocurriera en el siglo XIX, las fuerzas vivas locales consideraron que, mientras llegaba el tren de la industrialización, cabía basar la prosperidad y el prestigio de la Cabeza de Castilla en su proyección como base militar de envergadura.
El plan de ordenación urbana encargado por el ayuntamiento al ingeniero José Paz Maroto en 1943 respondía a esa idea. Identificaba la expansión de la ciudad con un ensanche moderno situado al este del casco histórico consolidado, en la zona de las Calzadas y los Vadillos. Para su plasmación eran necesarios, entre otras cosas, el encauzamiento de los ríos Pico y Vena y el traslado de los viejos cuarteles regimentales de la calle Vitoria y sus alrededores (no muy lejos estaba la casa cuartel de la Guardia Civil). Estos irían desplazados a una gigantesca área militar que se preveía al este de la ciudad, ocupando la mayor parte del término de Gamonal –entonces aún no anexionado– desde la Barriada Militar, ya parcialmente construida, hasta los aeródromos de Gamonal-Villafría, a lo largo de unos seis kilómetros longitudinales Allí había terrenos más que suficientes, cuando la palabra especulación aún no figuraba en el argot de los constructores cuatreros, tan característicos del panorama social posterior.
Es cierto que estos planes no se realizaron en su integridad (¿cuándo se han cumplido los planes urbanísticos en la ciudad del Juicio de la Construcción?), pero marcaron en buena medida ese destino castrense que hemos señalado para Gamonal (y que caracteriza también al conjunto de la ciudad hasta los años sesenta). Luego vino otro problema: al no cumplirse el plan Paz Maroto en esa zona, ni haber una orientación alternativa para el desarrollo urbanístico de Gamonal en los años decisivos de su militarización y de su industrialización (desde los años 40 a los 70), la construcción de grandes edificios residenciales respondió casi únicamente a los intereses crematísticos de propietarios de suelo y constructores, con el desastroso resultado que tenemos a la vista. En esa época está el origen del Gamonal actual: cuando se integró en Burgos (1955) y multiplicó vertiginosamente su población (de unos 2.000 habitantes a más de 30.000). Como diría el entrañable Virgilio Mazuela, “a Burgos le ha salido un bulto en un costado, a modo de tumor disforme, al convertirse un pueblo, un grupo de casitas dignas y acogedoras, en un barrio improvisado”. Con los cuarteles y la deportiva a un lado y el polígono industrial –gran dispensador de puestos de trabajo en los años del desarrollismo– al otro, Gamonal bulle como una colmena creciente “... y hoy es el día en que, –añadía Virgilio– con casi 50.000 almas, anda buscando una identidad dentro de esa cultura de aluvión, hija de distintos padres y de distintas circunstancias”. Virgilio no residía en el barrio, pero lo conocía bien, por sus amigos y sus reuniones en el Ateneo Popular; podía testificar también que, al menos, los vecinos y sus asociaciones plantaban la cara y luchaban cuando los agravios eran demasiado abusivos (av. Eladio Perlado, 6º instituto, etc).
Por lo que se refiere a las instalaciones militares de la época de Yagüe, no solo hacían falta terrenos, que el ayuntamiento era propenso a ceder gratuitamente –incluso en el caso de que hubiera que comprarlos–; había que urbanizar, dotar de accesos, construir los edificios, amueblarlos, sostener sus gastos ordinarios... En circunstancias normales, todo ello debería haber ido a cargo de las arcas del Estado, pero no fue así en este caso, algo que, por otro lado, tampoco resulta especial dentro de las ciudades sostenedoras de grandes infraestructuras militares (por ejemplo, las sedes de las capitanías generales). No podemos dar demasiados detalles, pero podemos afirmar que todo ello supuso una gravosa carga para las arcas locales, muy castigadas ya durante los años de la guerra, y debió de redundar muy negativamente en los planes de rehabilitación de la ciudad y en sus servicios asistenciales, justo en el momento en que eran más necesarios.
Sólo a título ejemplo diremos que en 1939 el presupuesto del Ayuntamiento de Burgos rondaba los 3,5 millones de pesetas, la tercera parte del cual se iba en amortizar una deuda que se había multiplicado durante la guerra. Pues bien, en esa situación los ediles se apresuran a negociar un préstamo con la Caja de Ahorros municipal de 1.100.000 pesetas para financiar la construcción de la Academia de ingenieros. Paralelamente, la asignación de casa baratas pasó de 10.000 a 50.000 pesetas, lo cual nos da una idea de cuáles eran las prioridades del momento. Es cierto que el régimen construyó barrios de casas “ultrabaratas” (así se llamaban oficialmente), como los de Yagüe e Yllera, pero muy lejos de las que se necesitaban. No llegaron a 1.000 viviendas en esas dos urbanizaciones, siendo así que hacían falta más de 2.500.
Y es que en Burgos, a pesar de haber sido “capital de la cruzada”, la cosas no iban mucho mejor que en el resto de la “España nacional”. Hacia 1940 el 60 % del parque de viviendas de la ciudad eran “sórdidas” y se hallaba en malas condiciones (falta de sanitarios, agua corriente, etc.), según el arquitecto municipal, el falangista José Luis Gutiérrez. La miseria era tal que en algunos barrios periféricos, sobre todo al sur del río y en San Pedro de la Fuente, la mortalidad infantil superaba el 150 por mil. Algunas familias vivían en cuevas y tugurios del extrarradio, periódicamente visitados por la policía. A pesar de todo, las autoridades locales se afanaban dando prioridad a las obras militares y prodigando actos y monumentos laudatorios del Nuevo Estado y de sus caudillos. La compra del Palacio de la Isla por el ayuntamiento y la diputación de Burgos para obsequiar a Franco es un ejemplo señero de esa actitud servil. Pero no podemos extrañarnos de ello, viendo la nómina de los personajes políticos locales de esa época. ¿Qué crítica o reserva ante los planes oficiales podían hacer los alcaldes Florentino Martínez Mata o Aurelio Gómez Escolar, ambos “camisas viejas” falangistas, a un Yagüe, carnicero de Asturias y de Badajoz, miembro del Consejo Nacional de Falange y uno de los pocos que alguna vez había sacado los pies del tiesto franquista sin que ello le costara la vida?, ¿qué podía decir el entonces teniente coronel Carlos Quintana –sucesor de Gómez Escolar en la alcaldía– a su capitán general cuando este le reprochaba con malos modos su poca atención a las obras militares, él, que ya había sido servidor de la dictadura de Primo de Rivera y luego juez especial en los consejos de guerra y primer gestor de las Comisiones de incautación de bienes?, ¿qué objeciones técnicas podía poner el arquitecto municipal, camarada José Luis Gutiérrez, quien había pedido días de permiso en julio del 36 para dedicarse al “Alzamiento”?, ¿qué podía alegar un Honorato Martín Cobos, presidente de la Diputación Provincial, cuya hoja de servicios al régimen comienza siendo enlace de la guarnición de Burgos con el general Mola, director de la conspiración?, ¿qué, en fin, un Alejandro Rodríguez de Valcárcel, gobernador civil y Jefe provincial del Movimiento, que inició su cursus honorum en la “batalla de Pancorbo” (en la que un grupo de falangistas y guardias civiles acorraló en la Casa consistorial a algunos vecinos armados de escopetas) y lo terminó tomando juramento a Juan Carlos I como rey, siendo él presidente de las Cortes franquistas? Todos ellos habían colaborado decisivamente en la gestación de esa criatura monstruosa que ahora les seguía exigiendo sacrificios patrióticos, siempre a la espera de algún reconocimiento más sustancial que los títulos honoríficos, los milenarios de Castilla o las periódicas estancias del Caudillo en el palacio de la Isla.
Ese es el contexto histórico de las instalaciones militares del Burgos de la posguerra. Pasan los años, y ya a finales de siglo viene el momento de la desaparición de las capitanías generales y de la desafección de muchas dependencias militares por todo el territorio nacional. Es la época de los convenios de los ayuntamientos con el Ministerio de Defensa. O, mejor dicho, con la Gerencia de Infraestructuras, que actúa con un criterio siempre –o casi– aplicado a rajatabla: las enajenaciones de terrenos militares siempre serán onerosas. Dicho en plata: que esos solares, en su mayoría cedidos al ejército en otros tiempos gratis et amore (amor a la Patria, claro), carecen de derecho de reversión, no vuelven sin cargas a la institución que los cedió, sino que son objeto de una tasación según los valores de mercado y vendidos al mejor postor. De ahí que los solares del parque de automóviles se vendieran como si hubiera petróleo debajo de ellos, de ahí la astronómica cifra que el ayuntamiento hubo de pagar (en incremento de aprovechamientos urbanísticos) por la recuperación del aeródromo de Gamonal. Sin embargo, la literatura oficial habla de la “cesión” del aeropuerto al Ayuntamiento, que luego lo transfiera al Estado (AENA).
Pero, al parecer, la Deportiva Miliar no se desafecta, sino que sigue dando un agradable servicio de esparcimiento y relax a la guarnición posmoderna y a sus amiguetes. En su momento, hace bastantes años, el que suscribe propuso obras de remodelación de la Deportiva que, al menos, paliaran esa aberrante situación que hemos descrito. Por ejemplo, la prolongación de la calle San Bruno hasta Fuentes Blancas, o la de Villafranca (calle que, por cierto, puede ser considerada como tramo del camino de Santiago entre los montes de Oca y Burgos), eliminando las caballerizas. Todo con el fin de facilitar la conexión del barrio con los paseos y frondas de Fuentes Blancas y del Arlanzón. Del mismo modo se planteaba la prolongación de la avenida de Obdulio Fernández, que viene a morir ignominiosamente ante las tapias de la Comandancia de Obras. Y tantas otras cosas. Está de más decir que estas propuestas recibieron la callada por respuesta. Pero quizá lo peor de todo es que el tema de las relaciones del ayuntamiento con el ministerio de Defensa en torno a cuestiones urbanísticas nunca fue objeto de debate público, de modo que los acuerdos y convenios solo eran conocidos por la opinión pública cuando ya se habían firmado. Eso está en el haber de los partidos mayoritarios, PP y PSOE, así como de la inefable SI, tantos años liderada por el inolvidable Peña.
No está mal que el asunto salga ahora a la calle; más vale tarde que nunca, aunque la tardanza en abordar los problemas casi siempre deriva en su agravación.
Pero ojalá me equivoque en esta ocasión.
Luis Castro