Por Eduardo Nabal
“Tamman
Miyiz” de realizador Çagan Imark es la
gran sorpresa del cine turco LGTB de este año. Dirigida con solidez,
inteligencia y lirismo nos acerca a una
singular historia de amor/amistad entre un joven escultor de emocionalmente inestable y un
chico con discapacidad. Humor y drama, angustia y pasión en una sociedad
todavía marcada por el machismo y formas más o menos sutiles de fanatismo.
El encuentro entre Temmuz (Aras Bulut Iynemliun joven escultor abiertamente gay pero de existencia frustrante y algo errática e Isham (Deniz Celiloglu), un joven con diversidad funcional, atado a su silla de ruedas- y con un autoimagen bastante dañada- está dado por el director y guionista con desarmante naturalidad, economía expresiva, delicadeza y valentía y aborda un tema que muchas cinematografías de países legislativamente “mas avanzados ” no se han atrevido a tocar: la diversidad sexual unida a la diversidad funcional.
La propuesta desde el comienzo es interesante porque la parte mas frágil de esa pareja que se va ir formando es precisamente, al menos al principio el cuidador, alcoholizado y abandonado por su amante, algo alocado pero en el fondo temeroso a encarar las situaciones.
El amor homosexual (o la amistad íntima, al director le gusta jugar con esa ambigüedad) entre un muchacho discapacitado y su cuidador obsesionado con el joven desde el comienzo del filme está tratado con sensibilidad y una extraña mezcla de realismo social y poesía, eludiendo el morbo y la tragedia y acercándose con fuerza y cierta ironía a los dos personajes principales y sus sentimientos. Solo algunos secundarios algo gruesos, definidos con apresuramiento, empañan la belleza de un filme que acaba resultando una pequeña obra maestra y un alegato intemporal contra la desconfianza a todo lo “diferente”. “Tamman Miyiz” sin grandes discursos y huyendo de cualquier tipo de moralina llega al espectador desde el comienzo.
La vulgaridad de algunas secuencias oníricas- asociadas en cierto modo al alcoholismo del protagonista- no logran empañar la belleza de muchas de las imágenes que mezclan la música y el movimiento de forma asombrosa, además de ir, en algunos casos, acompañados de diálogos inteligentes que no temen incomodar al espectador como la petición de asistencia al suicidio de Isham o la incapacidad de Tammar por hacer valer su arte escultórica y su propia personalidad ante la arrogancia del mundo en el que se desenvuelve. Es curioso como la relación, a pesar de su fisicidad no es “del alma”, predestinados a encontrase.
En las respectivas familias hay con cierta tensión pero si la relación entre Tammar y su madre está marcada por el afecto y pequeño desgarros la de Isham es mucho más violenta debido que frente al cariño y el apoyo de su madre se encuentra el desprecio de su padre, al no adecuarse, a su modo, a un modelo convencional de masculinidad, al que tampoco se acomoda Tammar recibiendo, de forma algo menos brutal, el desprecio patriarcal y el olvido de su familia. Tammar es descrito, incluso por el mismo, como un soñador –casi un esteta- mientras Ishrin es más práctico aunque también capaz de tener ensoñaciones y momentos de ilusión o desperación. La relación es progresiva y el pasado de ambos está dado con breves pero inteligentes pinceladas en forma de flash-backs.
El momento en que Tammar recupera la inspiración tallando en esa estatua a la que antes le hablaba solo el rostro de su nuevo no compañero de casa es uno de los momentos más hermosos del cine reciente venido de Turquía con una mezcla de imágenes y sonido que superan lo mejor del cine de Ozpetek y con mayor intimismo y menos superficialidad disfrazada de profundidad de algunos momentos y filmes del, por otro lado, estupendo Faith Akim (Al otro lado) . Al director no le interesan las imágenes turísticas de Estambul sino como contar con palabras pero, sobre todo, on imágenes una “historia casi divertida”.
Çagan Imark con muy pocas pinceladas – y sin muchos aspavientos ni ningún alarde tremendista- sabe abordar temas tan diversos como las dos sociedades turcas, las diferencias de clase, el estigma de los discapacitados, la estructura patriarcal de la familia y la tolerancia represiva hacia los gays y algunas mujeres, como la madre de Ishan que sufre en sus carnes la violencia machista de su marido.
En la parte final el realizador (uno de los nombres nuevos más importantes del cine de su país) incluye un momento de suspense y chantaje que propicia que el filme se desboque en un final desgarrado, tal vez demasiado cercano a la metáfora y al melodrama clásico pero rodado con el mismo pulso a la vez delicado y firme con el que el director se acerca y aleja a los personajes principales. El final del filme puede abrumar a algunos espectadores que lo encontrarán algo afectado y/o cursi pero el pulso narrativo del realizador y la interpretación de los dos jóvenes lo dotan de una fuerza muy personal, esa fuerza que atraviesa esta apuesta aparentemente modesta.
El encuentro entre Temmuz (Aras Bulut Iynemliun joven escultor abiertamente gay pero de existencia frustrante y algo errática e Isham (Deniz Celiloglu), un joven con diversidad funcional, atado a su silla de ruedas- y con un autoimagen bastante dañada- está dado por el director y guionista con desarmante naturalidad, economía expresiva, delicadeza y valentía y aborda un tema que muchas cinematografías de países legislativamente “mas avanzados ” no se han atrevido a tocar: la diversidad sexual unida a la diversidad funcional.
La propuesta desde el comienzo es interesante porque la parte mas frágil de esa pareja que se va ir formando es precisamente, al menos al principio el cuidador, alcoholizado y abandonado por su amante, algo alocado pero en el fondo temeroso a encarar las situaciones.
El amor homosexual (o la amistad íntima, al director le gusta jugar con esa ambigüedad) entre un muchacho discapacitado y su cuidador obsesionado con el joven desde el comienzo del filme está tratado con sensibilidad y una extraña mezcla de realismo social y poesía, eludiendo el morbo y la tragedia y acercándose con fuerza y cierta ironía a los dos personajes principales y sus sentimientos. Solo algunos secundarios algo gruesos, definidos con apresuramiento, empañan la belleza de un filme que acaba resultando una pequeña obra maestra y un alegato intemporal contra la desconfianza a todo lo “diferente”. “Tamman Miyiz” sin grandes discursos y huyendo de cualquier tipo de moralina llega al espectador desde el comienzo.
La vulgaridad de algunas secuencias oníricas- asociadas en cierto modo al alcoholismo del protagonista- no logran empañar la belleza de muchas de las imágenes que mezclan la música y el movimiento de forma asombrosa, además de ir, en algunos casos, acompañados de diálogos inteligentes que no temen incomodar al espectador como la petición de asistencia al suicidio de Isham o la incapacidad de Tammar por hacer valer su arte escultórica y su propia personalidad ante la arrogancia del mundo en el que se desenvuelve. Es curioso como la relación, a pesar de su fisicidad no es “del alma”, predestinados a encontrase.
En las respectivas familias hay con cierta tensión pero si la relación entre Tammar y su madre está marcada por el afecto y pequeño desgarros la de Isham es mucho más violenta debido que frente al cariño y el apoyo de su madre se encuentra el desprecio de su padre, al no adecuarse, a su modo, a un modelo convencional de masculinidad, al que tampoco se acomoda Tammar recibiendo, de forma algo menos brutal, el desprecio patriarcal y el olvido de su familia. Tammar es descrito, incluso por el mismo, como un soñador –casi un esteta- mientras Ishrin es más práctico aunque también capaz de tener ensoñaciones y momentos de ilusión o desperación. La relación es progresiva y el pasado de ambos está dado con breves pero inteligentes pinceladas en forma de flash-backs.
El momento en que Tammar recupera la inspiración tallando en esa estatua a la que antes le hablaba solo el rostro de su nuevo no compañero de casa es uno de los momentos más hermosos del cine reciente venido de Turquía con una mezcla de imágenes y sonido que superan lo mejor del cine de Ozpetek y con mayor intimismo y menos superficialidad disfrazada de profundidad de algunos momentos y filmes del, por otro lado, estupendo Faith Akim (Al otro lado) . Al director no le interesan las imágenes turísticas de Estambul sino como contar con palabras pero, sobre todo, on imágenes una “historia casi divertida”.
Çagan Imark con muy pocas pinceladas – y sin muchos aspavientos ni ningún alarde tremendista- sabe abordar temas tan diversos como las dos sociedades turcas, las diferencias de clase, el estigma de los discapacitados, la estructura patriarcal de la familia y la tolerancia represiva hacia los gays y algunas mujeres, como la madre de Ishan que sufre en sus carnes la violencia machista de su marido.
En la parte final el realizador (uno de los nombres nuevos más importantes del cine de su país) incluye un momento de suspense y chantaje que propicia que el filme se desboque en un final desgarrado, tal vez demasiado cercano a la metáfora y al melodrama clásico pero rodado con el mismo pulso a la vez delicado y firme con el que el director se acerca y aleja a los personajes principales. El final del filme puede abrumar a algunos espectadores que lo encontrarán algo afectado y/o cursi pero el pulso narrativo del realizador y la interpretación de los dos jóvenes lo dotan de una fuerza muy personal, esa fuerza que atraviesa esta apuesta aparentemente modesta.
La
relación entre estos dos “marginados” de la sociedad patriarcal turca esta dada
con humor, ironía y ráfagas de poesía que aligeran los aspectos más oscuros y espinosos
de un relato lleno de humanidad pero
también con zonas oscuras como la pasividad inicial del joven Temmuz o la inicial desconfianza de Ishan ante su nuevo
cuidador. Llena de apuntes sociales que dejan ver un transfondo marcado por la
intolerancia “Tamman Miyiz” es un hermoso filme que elude la
tragedia sin caer nunca en el ternurismo.
Países como Turquía, Venezuela o Canadá nos sorprenden con la audacia
temática y formal de sus propuestas frente a cierta parálisis creativa en el cine europeo LGTB en general, y el
español en particular.
“Tamman Miyiz?”
muestra dos protagonistas imperfectos pero llenos de vida interior cuyo
encuentro parece dar sentido a una situación personal difícil para ambos.
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