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Estas son maniquíes, no son mujeres |
Por Eduardo Nabal
El día de la mujer (obvio lo de trabajadora, porque casi todas lo son dentro o fuera de casa) este año va a ser especialmente crudo debido a la legislación de Gallardón que no solo devuelve a supuestos de los años 80 en la legislación sobre el derecho al aborto sino que apuntala el retroceso social en unos recortes llenos de ideología machista, homofóba, paternalista, clerical…
Pero existen más problemas con este 8 de Marzo- problemas que se evidencian en ciudades como Burgos- más que en otras capitales de mayor tamaño o diversidad de población. Es la trampa de caer en la rutina de no mirar las aspiraciones de las jóvenes, de quedarse en campañas paternalistas sobre malos tratos, sloganes de diseño que no dan armas de autoafirmación a las mujeres sino que las colocan en una inexplicable situación de víctimas. El feminismo de provincias sigue sin cuestionarse, desde su institucionalización subvencionada, cuestiones transversales como la heterosexualidad obligatoria o la realidad de las inmigrantes, trabajadoras del sexo, las seropositivas o personas con discapacidad.
Los grupos de izquierdas (que todavía no saben lo que es el 28 de junio) celebran el 8 de marzo con más complejo de culpa que ganas de transformación estructural de la sociedad. Así alguna periodista local les dedica un par de páginas, se habla de las mujeres víctimas de violencia de género y este año, esperemos, volverá una reivindicación que ya creíamos superada: la autodeterminación de las mujeres sobre sus derechos sexuales y reproductivos.
Pero poco cambiará en unas reivindicaciones legítimas pero que ya suenan a festejo sin más. Recientemente ha habido testimonios y han caído en mis manos libros como Transfeminismos: Fluctuaciones, fricciones y flujos (Txalaparta) que siguen asustando aún a un sector institucional o tradicionalista del movimiento pero que plantean (y ya no es tan nuevo) desafiar el concepto de los binarismos de género así como la interseccionalidad de la opresión de las mujeres con otras formas de discrimación más o menos visibles: la edad, la clase social, la raza, el lugar de procedencia, la heterosexualidad obligatoria.
Cuando se habla en el 8 de Marzo todo el mundo (incluido el que escribe estas páginas) parece con derecho a opinar. Pero el tema es otro. La consideración de la categoría mujeres como algo unitario o incluso como algo biológico lleva a situaciones de anquilosamiento que, sin quererlo, propician que cuando gobierna a sus anchas la derecha clerical se den pasos atrás pero no solo en cuestión del derecho al aborto libre y gratuito (un tema sangrante este año) sino también sobre la visibilidad lésbica, la reproducción asistida o las condiciones de vida de las mujeres en cárceles, psiquiátricos y hospitales. Algunos de estos temas trata con rigor y valentía Transfeminismos (Txalaparta), una impresionante recopilación de pequeños ensayos a cargo de Elena Urko y Miriam Solá.
Los varones antipatriarcales, antes llamados “machos solidarios” nos dan mucha grima a la gente LGTB porque contribuyen a afianzar la heterosexualidad como institución política así como la división hombre/mujer, con una jerarquía dualista cuestionada ya desde diversos frentes (y no precisamente académicos).
La realidad de las mujeres gordas o discapacitadas aparece también en el libro igual que en algunas publicaciones recientes se ha hablado de la visibilidad de las gitanas y del patético papel de los hombres en las organizaciones políticas y sindicales en cuestiones de género o diversidad sexual aunque en las concentraciones intenten dar una imagen que chirría por su mezcla de tufillo cristianoide y mala conciencia.
Todo esto obvia que han sido las propias mujeres (y no precisamente las de clase alta) las que han cuestionado la categoría mujer del feminismo clásico, abriéndolo a opresiones de raza, género, sexualidad y diversidad funcional además de mostrar el lado machista y heterocentrado que sigue jugando la ciencia y la tecnología en la vida de mujeres muy diferentes entre sí e incluso pertenecientes a distintas culturas que evolucionan o involucionan.
Pero la transversalidad o no digamos ya la transexualidad son temas tabúes en un 8 de marzo que es más avanzado en México que en Castilla, a pesar de la violencia y el asesinato sistemático que se practica en algunos lugares de Latinoamérica contra mujeres y niñas. Violencia que propicia esa policía que ahora intenta lavarse la cara sin saber nada de nada. Que arremete contra todos y todas. Ahora les toca el turno a las mujeres que reclaman sus derechos básicos.