Cuando a partir de hoy, 30 de
noviembre, François Hollande opere como anfitrión en Paris de la Cumbre sobre Cambio Climático -COP 21- … el diablo
estallará en carcajadas.
Hollande y su primer ministro
Valls, representantes de la muy colonialista República Francesa, enmascaran con
los históricos ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad, una nueva irrupción belicista en el gran Oriente
Medio mediante el bombardeo masivo de territorios supuestamente controlados por
el “Estado Islámico” (“ni estado, ni islámico”, apostillaba recientemente un
experto arabista, profesor en la Complutense madrileña).
La Marsellesa en las
escuelas, el trimestre de estado de excepción, las banderas en las ventanas y
la declaración de suspensión de derechos humanos son pretexto de la guerra,
acompañan la gira internacional con que Hollande incita a sus aliados a la gran
coalición. Parece esperar que la
iniciativa le instituya como el gran hombre de estado que nunca esperó ser.
De momento, monsieur le Président, sube en apreciación
ciudadana según las encuestas en la barahúnda de ardor guerrero en que también
compiten sus oponentes a las futuras elecciones presidenciales.
Todo vale de nuevo, en la
guerra contra un terrorismo de origen tan dudoso y cobertura tan mercantilista
como el que simbolizó el desaparecido Bin Laden. Un terrorismo cuyo objetivo en
Paris ha sido la población civil y por tanto similar, en sus criminales
resultados, a los efectos colaterales de las operaciones bélicas democrático-occidentales, el terrorismo de los
Estados que arrasan amplias zonas de
África, como ayer Afganistán, Iraq, permanentemente Palestina y ahora,
territorios históricos de la Gran-Siria.
Y por desgracia todo es
más fácil ya para quienes aprendieron la lección en la vieja indochina y su
aplicación a fondo en las guerras contra Iraq: guerra sin imágenes, destrucción
esencialmente desde el aire, soldados profesionales, magnificación del enemigo
e intoxicación patriótica.
Además ¿A quien se le ocurriría,
entre los casi 200 participantes en la COP 21, denunciar la guerra y la
industria armamentista como aceleradores del Cambio Climático? Nada que temer.
La voraz “cultura” armamentista.
Ningún negocio más seguro
que el de la industria bélica, dirigida a clientes que siempre pagan (los
Estados, con dinero público). Ninguna trama más firme que la constituida por el
complejo militar-industrial-ideológico.
Ningún sector productivo-destructivo
más opaco y especializado en ingeniería financiera y estadística, experto en la ocultación por “razones de estado”.
Redondo.
El ariete militar, que
disuade contestaciones y allana el camino al expolio de materias primas, la
desestructuración de mercados regionales y la implantación de transnacionales
con apoyo o no de poderes títeres locales. Aún más sencillo resulta cuando se
cuenta con la complicidad activa o pasiva de una ONU que, en lugar de arbitrar
medidas de pacificación, encubre todo aquello que conviene aunque contravenga los principios de su carta
fundacional.
Desconfiando de cifras
oficiales (pero sin posibilidad de obtener otras) el gasto mundial anual en
guerras o en la preparación de conflictos parece situarse en torno a los 2
billones de dólares. Se trata pues de un gasto enorme que distrae recursos al
desarrollo de países discriminados por el modelo civilizatorio, países
condenados a los furgones de cola (¿de ganado?) del llamado tren del progreso.
¿Para cuando nuevas “filtraciones” que
ilustren sobre lo que supondrá el TTIP en el libre comercio transatlántico de
armas?
Y recordemos, como un
contrapunto brutal, el dato con que UNICEF solicita apoyos económicos: “Cada 20
segundos muere un niño por falta de vacunas”.
Ese “sector” destructivo,
enmascarado tras el eufemismo de la defensa y seguridad, absorbe lo esencial de
las inteligencias y recursos dedicados a la investigación científica, de modo
que solo resta el triste consuelo de que las migajas sobrantes de la
investigación bélica encuentren modestos usos en la investigación con fines
civiles.
Hace ya un par de décadas
que el informe de La Commision Mondiale
sur l’environement en su apartado
sobre Paz y Seguridad señalaba que la fabricación de armamento (nuclear,
clásico, químico, biológico…) y las modificaciones que su producción introduce
en los procesos económicos y la organización social, habían sido históricamente
detectados como causas que agravan el cambio climático.
Y efectivamente, los recursos
materiales-naturales usados en la producción armamentista son tan excesivos
como imposibles de regenerar, son finitos en el planeta y su despilfarro va en detrimento de su uso en otras tecnologías
conectadas al desarrollo mientras se despliegan tecnologías alternativas
realmente sostenibles.
Los procesos de fabricación,
de transporte y extracción masiva de
minerales, los recursos hídricos y los combustibles necesarios en la producción
de armamentos, suponen enormes consumos energéticos, degradación del entorno y
contaminación creciente.
Baste decir,
simplificando, que herramientas bélicas “sencillas” como los aviones caza F-18,
queman entre los 2000 y los 6.800 litros
de combustible a la hora y que su
mantenimiento y supervisión en tierra- fuera de operaciones- supone costes
mínimos de 8.000 euros hora.
¿Qué costes en recursos no renovables y combustible
supondrán los nuevos ingenios de bombardeo
de una República Francesa que ocupa en el sexto puesto mundial en gasto
militar?
¿Cuál es el impacto del dióxido de carbono-bélico en el efecto
invernadero?
Nos gustaría conocer al respecto estudios de expertos
independientes y con libre acceso a datos reales.
Algo más.
Siria y su entorno próximo
ha venido siendo región privilegiada en
cuanto a cultivos agrícolas a los que logra dedicar más del 35% de su suelo.
País tradicional productor de trigo, algodón, hortalizas, legumbres y
aceitunas, destaca desde inicios de los años setenta del pasado siglo como
exportador de trigo, algodón y… ¡petróleo! (ese regalo envenenado de la
naturaleza tan codiciado por los expropiadores).
Hace ya dos años que el ecologismo social denunciaba que la sequía sufrida en Siria entre 2006 y 2011 (muy probablemente
causada por el cambio climático) había desempeñado
un papel muy importante en la inestabilidad previa al estallido de la guerra. Las
consecuencias de la sequía fueron brutales, dado que un 75% del campesinado
perdió las cosechas y murió el 85% de la cabaña ganadera. La transformación
social fue también enorme.
A la catástrofe agro-ganadera y ruina de muchísimas familias, sucedió la
necesidad de pasar por vez primera a importar petróleo, la agudización de
tensiones y demandas políticas populares. En ese contexto, el intervencionismo
militar externo, la venta de armas a los bandos en pugna y la nula mediación de
la ONU para proponer salidas políticas y pacíficas al conflicto hizo el resto,
configurando el caos social, el éxodo de refugiados y la sangrienta militarización
de la política.
Hoy, la nefasta
intervención francesa desde el aire acompaña a la desplegada por la Rusia de
Putin y a la de las nuevas “alianzas internacionales” en ampliación.
Es claro que la
desestructuración a bombazos de regiones enteras no generará otra cosa que
gente sin casa ni posibilidades de éxodo, además de desertización y
envenenamiento de suelos, destrozo de acuíferos y siembra masiva de residuos
bélicos en los territorios atacados.
A los muertos durante los próximos meses
se sumará así la liquidación de recursos propios de una agricultura tradicional
que son defendidos por Vía Campesina
ante la COP 21 como el más eficaz antídoto al Cambio Climático en un contexto
estratégico de Soberanía Alimentaria.
Sin embargo, ni Hollande,
ni Obama, ni Putin, ni Merkel, ni… -cada
cual con su batido mental de Jekyll y
Hyde- dejará de expresar su honda preocupación ante el problema. Respecto a
Rajoy, dudamos ¿volverá a citar a su
primo el meteorólogo que negaba el Cambio Climático porque ya amenazaba temps fresc y lluvia?
Lágrimas de
cocodrilo en París, acariciando la idea de superar “flexiblemente” los
objetivos de cumbres anteriores… y quizá añadiendo que el futuro augura novedades “ecológicas”, dado que el armamento sobre
el que ya se investiga será capaz de
eliminar seres humanos…pero sin dañar el medio ambiente. En definitiva, el
asesinato global pero sostenible.
Quizá así pretendan
eliminar el problema de los actuales 60
millones de refugiados en éxodo a causa de las guerras. El grave problema
humanitario que se pospone (ya lo anuncia Merkel), ante la prioridad de la
guerra contra el terrorismo.
-Sobre la lucha contra el
terrorismo no añadiremos ni una línea. Los medios afines al poder ya se han
encargado de la plena saturación patriotera del pensamiento cívico y la
instrumentación canalla de nuestras víctimas- .