Soy un cyborg, lo parezco, no se
lo que es eso o me resisto a usar tal
aparato o a que enseguida me quieran vender el otro, el siguiente modelo, son
palabras bastante oídas en nuestros días.
Me quede en la escritura a mano o hay
que estar al día. Renovarse o morir. Yo
ya miro internet solo en el IPhone. Necesito un cargador. Agujeros que entran información. La
información se parece al deseo y a la vez se contrapone.
La
comunicación/incomunicación puede tener mucho que ver con objetos que casi
están incorporados a nuestros cuerpos o forman parte de nuestras vidas, bien
diversas a pesar de la uniformidad de ciertos dispositivos, de ciertos mandatos
no escritos.
Braidotti, una de las mujeres académicas a la par que activistas
más en contacto con la sociedad de nuestro tiempo y cercana al mundo crispado
en que vivimos, se sitúa en un campo inseguro pero altamente preciado y en boga
como es el del cuerpo-órganos-mentes-máquinas-plataformas-discursos-fronteras-chismes-sentimientos
y las formas de entender o no el fin del humanismo y el antropocentrismo, el
capitalismo deshumanizado y el tercer mundo como basurero planetario.
Como el
cementerio de coches de "La jauría humana" solo que poblando Kenia y
otros países. Yo tuve ocasión de verla (a Braidotti) hace bastantes años en
una breve intervención en la escalera Karakola de Madrid, donde hablaba de la
diáspora y el género.
Sé que algunos militantes muy activos de la Radical Gay o
LSD fueron alumnos o amigas suyos y la conocieron mucho más de cerca. Eran
otros tiempos, siempre son otros tiempos. Braidotti, de otra forma que Butler o
Sedwigk, se ha situado en una línea de fuego algo más europea pero igualmente
preocupada por conjugar las brillantes teorías sobre el género y la performatividad
(herederas de Foucault, el post-feminismo y la teoría pos-colonialista y
anti-racista) con la realidad social
cambiante, quebrada, geográficamente dispersa y humanamente en crisis del nuevo
milenio.
Resistiendo a la obsolescencia
programada y el consumo fetichista pero sin
una mirada pesimista a los avances positivos de la ciencia en el campo
de la cultura y las subculturas de resistencia a la desinformación
generalizada, herramientas que ya no son del amo.
También, en esta ocasión, de los matices con los que se puede abordar el
post-humanismo e incluso el anti-humanismo, por la voluntad reguladora del
humanismo clásico y sus pretensiones hegemónicas y como forma, más o menos solapada, de
organización social y centralidad del sujeto hombre blanco, poderososo,
heterosexual, productivo, que engloba y excluye muchos matices y sujetos,
dispositivos de comunicación.
El humanismo clásico igual que el comunismo de
los pioneros no tiene nada de malo ni está obsoleto solo que no es una
herramienta suficiente para entender los desplazamientos del saber/poder de
esas formas de producir la vida, dar sentido al sexo, regular la muerte y el
encierro (cárcel o manicomio), de las que hablaban, en un principio, Foucault o
Deleuze, de los que la autora se confiesa discípula algo desconfiada.
El feminismo, la sociopolítica, la filosofía
postcolonial, la descolonización, los estudios LGTB, la militancia antisida, el
antirracismo, las nuevas tecnologías al servicio de las personas con diversidad
funcional o alguna dificultad, las nuevas corrientes de reivindicación de
subjetividades negadas o despojadas que nacen de los cuerpos y sus suplementos
maquínicos, las prótesis, los implantes médicos, los dispositivos de interconexión así como
los grandes nombres del pensamiento de varias épocas o la más reciente “teoría
queer” se dan cita en este análisis lúcido de nuestra condición humana y post-humana
de la mano de la autora del ya imprescindible
“Sujetos nómadas” ( Argentina, Paidos).
El libro es menos literario y
ameno que “Ceros y unos”, la joya de
Sadie Plant sobre el nacimiento de la informática de la mano de Ada Lovelace y
Alan Turing (una mujer y un hombre gay represaliado por la Inglaterra de los
años cincuenta) hasta nuestros días de jóvenes y pedantes emprendedores con acné y cara de empollones y se aparta del
tono de socialismo utópico del zoo particular o el laboratorio bienintencionado
de Donna Haraway (“Ciencia, cyborgs
mujeres”) o Sandra Harding, toda una pionera, centrándose más en la forma de
vernos, repensarnos y ser vistos como
seres cuya vida personal y social e incluso sus subjetividades se ven
mediatizadas por las nuevas tecnologías, las comunicaciones renovadas, las nuevas formas de entender las relaciones
humanas y laborales, sus extrañas y renovadas jerarquías, el poder adquirido o perdido de quienes las aplican,
cómo y cuando las aplican, como podemos hacernos con las resistencias y las herramientas de la más invisible de las
tiranías, catódicas o no.
Sin un optimismo ciego ni una ingenuidad de ciencia-ficción
pero teniendo en cuenta en las
posibilidades de resistencia, reapropiación a un futuro de control social,
Braidotti pone muchos ejemplos en los que la transformación social es una posibilidad
emanada de entender el mundo mas allá de lo humano como totalidad y también de falso recambio, de maquillaje, ejemplos de documentada ironía
y sabio escalpelo sobre fronteras que no son repensadas mas allá de la teoría y
ritos que se transforman pero permanecen, de dualismos que se disfrazan.
Una
transformación en la que la autora en su libro
adopta una posición de
observadora de giros importantes en uno
u otro sentido, huyendo de la distopía y el pesimismo catastrofista. Cambios
que ella reclama para la mejora social, laboral, el apoyo comunitario, los
tejidos solidarios, las redes de
concurrencia, la reivindicación de nuevos sujetos y su empoderamiento, la denuncia de malos tratos y las políticas
individuales de la ubicación en espacios de trans-sición y contestación. Esto
lleva implícito la puesta en cuestión definitiva de los todavía llamados
“valores universales” y lleva parejo el
reconocimiento de las todavía llamadas minorías y una visión positiva del
desmantelamiento, que tenemos ante nuestros ojos, de los postulados mas
clásicos e inamovibles del humanismo tradicional de occidente y sus
pretensiones mas uniformizadoras del comunismo, a, sobre todo, el capitalismo y
la globalización pero también a las supremacías raciales y religiosas, la
heterosexualidad obligatoria o la concepción tradicionalista del trabajo
productivo.
Braidotti como yo no solo desconfía de las ciudades inteligentes
gobernadas por gentes que no lo son sino del mismo concepto de Smart city con sus resabios de control social orwelliano
o panóptico foucualtiano. Lejos de Blade Runner y más aún El club de la lucha y
sus regímenes tanatoc su espiral de
pensamientovas y revitalizadas porque no necesitan la legitimaciisap pad didsmo
por el mismo ttencia, las luchas ráticos , Braidotti nos abre su espiral
de pensamiento una multitud disapórica de subjetividades nuevas y revitalizadas
porque no necesitan la legitimación del humanismo clásico.
El liberalismo
asustado de nuestra década es el nido de muchos microfascismos
(gubernamentales, policiales, académicos, económicos, socioculturales) aunque también de muchas formas renovadas de
repensar lo social y lo político desde posiciones no reguladas y con una alta
capacidad de renovación de esquemas que han demostrado su ineficacia así como
su perpetuación a través de la violencia o la guerra.
Todo más allá de las
fronteras y dualismos blanco/negro, naturaleza/cultura, humano/maquinico,
homo/hetero, funcional/disfuncional, rico/pobre, móvil/inmóvil.
En muchas ocasiones esas gentes que vienen a
estas u otras costas, sorteando peligros y mares, lo primero que buscan al
llegar son esos dispositivos que les permiten estar en contacto con la gente o
gentes que dejaron en sus lugares de partida, para ellos es fundamental el mundo
de las comunicaciones a larga distancia.
Braidotti se muestra fina y
documentada en sus análisis y en sus ejemplos logra todo un ensayo denso y
potente y sincero que, a pesar de su tono filosófico, no deja de tener su
utilidad y versatilidad como reflexión urgente sobre el papel que ya están
tomando los elementos considerados “no humanos” o “menos humanos” como elementos enriquecedores, paradójicos,
limitadores o regidores de nuestro acceso a la subjetividad, a la
supervivencia, al cuestionamiento del presente y la creatividad, a repensar la forma urgente de mejora de las condiciones
de vida, a la ecología como nueva lucha
y compañera de viaje a recuperar y a la diversidad social o una visión mas
inclusiva de lo humano que rompa con esa misma categoría como un universal
antropocéntrico, heterosexista, masculino, colonial y occidentalista.