Traducción al
castellano por Eduardo Nabal
Cartas de los lectores
Cartas de los lectores
Beatriz
Preciado (Burgos, 1970) es una filósofa
feminista.
Se destaca por ser una de las principales referentes en España
de la Teoría Queer y la filosofía del género. Ha
sido discípula de Ágnes Heller y Jacques
Derrida. Es autora del “Manifiesto Contrasexual” y “Texto Yonqui” entre otras obras importantes dentro de la
teoría y práctica queer y la filosofía del género.
En términos biológicos afirmar que el
encuentro sexual entre un hombre y una mujer es necesario para desencadenar un
proceso de reproducción sexual es tan poco científico como lo fueron en otros
tiempos las afirmaciones según las cuales la reproducción no podía tener lugar
entre dos sujetos pertenecientes a una misma religión, con el mismo color de
piel o idéntica clase social. Si somos capaces de identificar estas
afirmaciones como prescripciones políticas ligadas a ideas religiosas, raciales
o de clase deberíamos también ser capaces de identificar hoy la ideología
heterosexista como impulsora de los argumentos que sostienen que la unión
sexopolítica entre un hombre y una mujer son las condiciones necesarias e
inmutables para la reproducción.
Detrás de la defensa de la heterosexualidad
como única forma de reproducción natural se esconde la engañosa confusión entre la práctica y reproducción
sexual. La bióloga Lynn Margulis nos avisa de que la reproducción social humana
es mayeótica: la mayor parte de nuestros cuerpos son diploides, es decir series
de 23 cromosomas. Al contrario, los espermatozoides y los óvulos son células
halópidas. Solo tienen tres cromosomas en juego. La reproducción sexual no
exige la unión erótica o política entre un hombre y una mujer: ni hetero ni
homo, es un proceso de recombinación del material genético de dos células
haploides.
Pero las células haploides no se encuentran
nunca por casualidad. Todos los animales humanos procrean de manera
políticamente asistida, la reproducción supone siempre la colectivización o
puesta en común del material genético de un cuerpo a través de una práctica
social más o menos regulada, sea mediante una técnica heterosexual (la
eyaculación del pene en el interior de la vagina) sea por un intercambio
amistoso de fluidos sea por una jeringa en una clínica o sea por una placa en
un laboratorio.
Históricamente diferentes formas de poder han
buscado controlar los procesos reproductivos. Hasta el siglo XX; cuando aún no
se podía intervenir a nivel molecular, la dominación más fuerte se ejercía
sobre el cuerpo femenino, útero en potencia para la gestación.
No importa lo que produce un útero, siempre es
considerado como propiedad del “pater familias”. Formando parte de un proyecto
biopolítico en el seno del cual la población era objeto de cálculos
economicistas y el apareamiento
heterosexual se convirtió en un dispositivo de reproducción “nacional”
Todos los cuerpos cuya
unión no daba lugar a la reproducción fueron excluidos del “contrato
heterosexual” soporte de las modernas democracias. Es el carácter asimétrico y
normativo lo que llevará a Monique Wittig a decir, en los años setenta, que la
heterosexualidad no es solo una práctica sino también “un régimen político”.
Para los gays, para
algunos transexuales, para algunos heterosexuales, para los asexuados o las
personas con alguna diversidad funcional no es posible tener un encuentro
pene-vagina con eyaculación. Pero esto no quiere decir que no seamos fértiles o
que no tengamos el derecho de transmitir nuestra información genética. Gays,
lesbianas y transexuales no somos únicamente “minorías sexuales” (yo utilizo
aquí el término minoría en el sentido deleuziano, no en términos estadísticos,
sino como en términos de un sector social políticamente oprimido, como se ha
utilizado en ocasiones con “Las mujeres”), somos también “minorías
reproductivas”
Hasta ahora, hemos
pagado nuestra “disidencia sexual” con el precio del silencio genético en torno
a nuestros cromosomas. No solo se nos ha privado de la posibilidad de la
transmisión de un patrimonio económico, también nos han confiscado nuestro “patrimonio
genético”. Gays, lesbianas, transexuales, transgéneros y los cuerpos
considerados todavía “discapacitados” hemos
sido políticamente esterilizados o bien hemos sido forzados/as a reproducirnos
mediante tecnologías heterosexistas. La actual batalla por la extensión de la
reproducción asistida a los cuerpos “no heterosexuales” es una guerra política
y económica por la total despatologización de nuestras formas de vida y por el
control de nuestros materiales reproductivos.
El rechazo de algunos gobiernos a la
reproducción asistida para personas LGTB, para las parejas “no heterosexuales”
viene a sostener las formas hegemónicas y clásicas de reproducción y algunos
gobiernos europeos, aun aprobando leyes de “matrimonio igualitario”, perpetúan una política de “Heterosexismo de
Estado”.