Desde hace varios años, poco a poco, una nueva pero imparable fisonomía se va adueñando de los cerros y cumbres de nuestras comarcas. Gigantescas aspas metálicas cosen las cordadas a lo largo y ancho de nuestra geografía, iluminando en las noches - como si de un enorme carrusel navideño se tratara- con fogonazos luminiscentes todo nuestros horizontes burgaleses.
En un análisis inicial, podría decirse que el ser humano, en su búsqueda constante de energía para cubrir su inagotable demanda de bienes de consumo asociados al bienestar, por fin utiliza la cordura. El motor de la era post industrial, "el oro negro" agoniza, calienta el planeta y general guerras por el control de sus menguados depósitos. Las centrales térmicas son tan contaminantes que no tienen sentido, y las nucleares suscitan más recelos que entusiasmos, por más que desde determinados lobbys mediáticos nos intenten convencer de lo contrario.
El nuevo paradigma energético español parece que apuesta por las energías renovables. Parece porque la surrealista realidad es que, por poner un ejemplo, Alemania genera más electricidad por energía solar que la árida, soleada y vieja hispañistan. Pero, el sentido común, la lógica del cambio climático, hace que como sociedad no nos quede otra que caminar hacia la energía limpia, las energías renovables. En este momento con la crisis parece que por la paralización de las ayudas estatales estos proyectos se han ralentizado, pero ya es imposible mirar un páramo o sierra de nuestra provincia y no ver esta tecnología modificando el relieve.
Alegría en los pueblos, el dinero llueve a raudales. A los municipios que cuentan con lomas y vientos les ha tocado la lotería. El nuevo maná viene por el aire. Ayuntamientos y particulares braman sus plegarias de pleitesías ante estas nuevas "tecnologías de desarrollo rural".
Si indagamos y vamos un poco más allá, si raspamos en estas reflexiones, vemos que empiezan a aparecer cuestiones que a priori no parecen importantes, pero sin embargo afectan notoriamente a la idiosincrasia de los pueblos. La cuestión del paisaje siempre es un tema controvertido pues al ser éste una apreciación subjetiva, aparecen visiones y sensibilidades enfrentadas. Pero independientemente de las apreciaciones de cada cual con referencia a este tema, lo que es innegable es que el paisaje es un valor que repercute indudablemente en la calidad de vida de los seres humanos. La huida ansiosa de fin de semana de los habitantes de las ciudades al campo tiene mucho que ver con esto. El paisaje aparte de solaz para el espíritu, es referente e identidad cultural. El paisaje produce sensaciones y esas sensaciones repercuten a todos los niveles humanos: mental, físico y social.
Nadie puede dudar del valor intrínseco del paisaje, pues en base a él se proyecta indudablemente la esencia y personalidad de los pueblos. Las gentes de Burgos, consciente o inconscientemente estamos vinculados a nuestro paisaje, e intentamos proyectar esta riqueza al exterior, queremos que la gente conozca nuestros bosques, nuestras montañas, nuestros ríos y prados. El turismo rural y sus variantes (senderismo, caza, artesanía, etc.) nace en gran medida al amparo del paisaje. Visto esto, es innegable que los macroparques eólicos afectan al paisaje, y no es esta cuestión menor, aunque estemos hablando a nivel de sensibilidades. Porque las sensibilidades hay que respetarlas aunque parezcan minoritarias.
Otra cuestión es la incidencia en la economía de los núcleos rurales. Muchos pueblos de nuestra comarca, por no decir todos, han pasado de ser productores de recursos a simples espacios extractivos de sus riquezas con destino a las megalópolis periféricas a cambio de unas miserables dádivas. Los parque eólicos corren el riesgo de convertirse en algo parecido. Sus ventajas de energía limpia se difuminan al mezclarse ésta en la red principal, ocupando un ínfimo espacio mezclada con las denominadas contaminantes (nuclear, térmica). Esa energía limpia generada no se nota en los pueblos. El trueque consiste en un importe económico anual (migajas para las empresas) que tristemente muchos municipios no gestionan de forma coherente. Estas cantidades se invierten inadecuadamente (hormigón, fiestas sin sentido, etc), bien por falta de participación vecinal, bien porque pasa a engordar los bolsillos de "caciquillos" locales, que aprovechando el despoblamiento y esa falta de implicación, hacen el agosto.
Los agentes del medio rural, los propios vecinos, tienen que analizar seriamente este nuevo modelo de desarrollo. Actualmente, la falta de reflexión y el vacío existente de su legislación medioambiental ha favorecido una proliferación voraz que ya ha transformado brutalmente los espacios naturales de nuestra comarca, acabando también, hay que decirlo y no se dice, la riqueza faunística alada protegida que nuestra tierra posee.
Seamos cautos con los discursos demagógicos sobre el cambio climático. Tengamos en cuenta que la solución real es el ahorro, bajar el listón de nuestro insostenible desarrollo; lo demás son parches. Desde los pueblos se debe crear debate sobre como conjugar los intereses contrapuestos: turismo, caza, eólicos... Y hablar de temas no menos importantes con respecto a esta energía, como su impacto paisajístico, las pistas de acceso y desbroces producidos, su incidencia sobre las aves, o la panacea quimérica de los sacrosantos puestos de trabajo que se van a generar.
Mi postura es de apoyo, como no; a las energías renovables. El futuro de la tierra lo exige, pero con sentido común. Buscando emplazamiento idóneos, analizando las necesidades económicas reales, basándonos en la autogestión del pueblo de sus propias riquezas. Siempre desde la participación consensuada. No abogamos por comarcas convertidas en reinos de taifas a conquistar por empresas mercenarias que luego repartan prebendas y limosnas que no van a ninguna parte. Buscamos comarcas autogestionadas que generen energías limpias que repercutan en ellos, integradas y conjugadas coherentemente en sus niveles medioambiental y social.
En un análisis inicial, podría decirse que el ser humano, en su búsqueda constante de energía para cubrir su inagotable demanda de bienes de consumo asociados al bienestar, por fin utiliza la cordura. El motor de la era post industrial, "el oro negro" agoniza, calienta el planeta y general guerras por el control de sus menguados depósitos. Las centrales térmicas son tan contaminantes que no tienen sentido, y las nucleares suscitan más recelos que entusiasmos, por más que desde determinados lobbys mediáticos nos intenten convencer de lo contrario.
El nuevo paradigma energético español parece que apuesta por las energías renovables. Parece porque la surrealista realidad es que, por poner un ejemplo, Alemania genera más electricidad por energía solar que la árida, soleada y vieja hispañistan. Pero, el sentido común, la lógica del cambio climático, hace que como sociedad no nos quede otra que caminar hacia la energía limpia, las energías renovables. En este momento con la crisis parece que por la paralización de las ayudas estatales estos proyectos se han ralentizado, pero ya es imposible mirar un páramo o sierra de nuestra provincia y no ver esta tecnología modificando el relieve.
Alegría en los pueblos, el dinero llueve a raudales. A los municipios que cuentan con lomas y vientos les ha tocado la lotería. El nuevo maná viene por el aire. Ayuntamientos y particulares braman sus plegarias de pleitesías ante estas nuevas "tecnologías de desarrollo rural".
Si indagamos y vamos un poco más allá, si raspamos en estas reflexiones, vemos que empiezan a aparecer cuestiones que a priori no parecen importantes, pero sin embargo afectan notoriamente a la idiosincrasia de los pueblos. La cuestión del paisaje siempre es un tema controvertido pues al ser éste una apreciación subjetiva, aparecen visiones y sensibilidades enfrentadas. Pero independientemente de las apreciaciones de cada cual con referencia a este tema, lo que es innegable es que el paisaje es un valor que repercute indudablemente en la calidad de vida de los seres humanos. La huida ansiosa de fin de semana de los habitantes de las ciudades al campo tiene mucho que ver con esto. El paisaje aparte de solaz para el espíritu, es referente e identidad cultural. El paisaje produce sensaciones y esas sensaciones repercuten a todos los niveles humanos: mental, físico y social.
Nadie puede dudar del valor intrínseco del paisaje, pues en base a él se proyecta indudablemente la esencia y personalidad de los pueblos. Las gentes de Burgos, consciente o inconscientemente estamos vinculados a nuestro paisaje, e intentamos proyectar esta riqueza al exterior, queremos que la gente conozca nuestros bosques, nuestras montañas, nuestros ríos y prados. El turismo rural y sus variantes (senderismo, caza, artesanía, etc.) nace en gran medida al amparo del paisaje. Visto esto, es innegable que los macroparques eólicos afectan al paisaje, y no es esta cuestión menor, aunque estemos hablando a nivel de sensibilidades. Porque las sensibilidades hay que respetarlas aunque parezcan minoritarias.
Otra cuestión es la incidencia en la economía de los núcleos rurales. Muchos pueblos de nuestra comarca, por no decir todos, han pasado de ser productores de recursos a simples espacios extractivos de sus riquezas con destino a las megalópolis periféricas a cambio de unas miserables dádivas. Los parque eólicos corren el riesgo de convertirse en algo parecido. Sus ventajas de energía limpia se difuminan al mezclarse ésta en la red principal, ocupando un ínfimo espacio mezclada con las denominadas contaminantes (nuclear, térmica). Esa energía limpia generada no se nota en los pueblos. El trueque consiste en un importe económico anual (migajas para las empresas) que tristemente muchos municipios no gestionan de forma coherente. Estas cantidades se invierten inadecuadamente (hormigón, fiestas sin sentido, etc), bien por falta de participación vecinal, bien porque pasa a engordar los bolsillos de "caciquillos" locales, que aprovechando el despoblamiento y esa falta de implicación, hacen el agosto.
Los agentes del medio rural, los propios vecinos, tienen que analizar seriamente este nuevo modelo de desarrollo. Actualmente, la falta de reflexión y el vacío existente de su legislación medioambiental ha favorecido una proliferación voraz que ya ha transformado brutalmente los espacios naturales de nuestra comarca, acabando también, hay que decirlo y no se dice, la riqueza faunística alada protegida que nuestra tierra posee.
Seamos cautos con los discursos demagógicos sobre el cambio climático. Tengamos en cuenta que la solución real es el ahorro, bajar el listón de nuestro insostenible desarrollo; lo demás son parches. Desde los pueblos se debe crear debate sobre como conjugar los intereses contrapuestos: turismo, caza, eólicos... Y hablar de temas no menos importantes con respecto a esta energía, como su impacto paisajístico, las pistas de acceso y desbroces producidos, su incidencia sobre las aves, o la panacea quimérica de los sacrosantos puestos de trabajo que se van a generar.
Mi postura es de apoyo, como no; a las energías renovables. El futuro de la tierra lo exige, pero con sentido común. Buscando emplazamiento idóneos, analizando las necesidades económicas reales, basándonos en la autogestión del pueblo de sus propias riquezas. Siempre desde la participación consensuada. No abogamos por comarcas convertidas en reinos de taifas a conquistar por empresas mercenarias que luego repartan prebendas y limosnas que no van a ninguna parte. Buscamos comarcas autogestionadas que generen energías limpias que repercutan en ellos, integradas y conjugadas coherentemente en sus niveles medioambiental y social.
Tenemos mucho que reflexionar.