Por
Basilio el Bagauda
¿Qué es la Deuda? ¿Se trata de un concepto exclusivamente económico? ¿Es una palabra con innumerables acepciones pero cuyo significado principal tiene que ver con los fundamentos de la economía? El estadounidense David Graeber, doctor y profesor de Antropología y activista del “Movimiento global por la justicia social” (el mal llamado Movimiento Antiglobalización), responde taxativamente que NO y lo demuestra con numerosas pruebas y notables evidencias a lo largo de buena parte de su ensayo.
Una de las primeras conclusiones que el lector saca mientras lee este libro es que la típica frase “Uno debe de pagar sus deudas” no es una declaración económica sino una obligación moral, pero además es la forma más antigua y
conocida para justificar relaciones humanas basadas en la violencia. Es la justicia del vencedor, pero también la mejor manera de castigar a los vencedores que nunca deberían de haberlo sido…
Graeber subraya que la deuda es un instrumento de dominio que las clases/países dominantes (acreedores) imponen sobre las clases/países dominadas (deudores) en el conflicto eterno de la lucha de clases para extraer y acumular recursos y para esclavizar, o explotar laboralmente, cuando las grandes masas de trabajadores para pagar sus “deudas” no tienen más que su existencia física y la fuerza del trabajo inherente a ella. Así desde la Antigüedad cualquier revolución debía de cumplir dos premisas básicas: la redistribución de la tierra y la cancelación de las deudas.
Por otro lado, Graeber hace una espléndida revisión sobre las teorías de la creación y aparición del dinero, contaminadas a su juicio por una serie de mantras sobre hechos no demostrados, repetidos hasta la saciedad e inoculados en nuestro acervo cultural desde “La riqueza de las naciones” de Adam Smith. Desde su punto de vista la deuda, y no el intercambio de bienes y servicios, el trueque, como afirman los economistas liberales, es el primer y principal motor de la invención del concepto “dinero” por parte de los poderes fácticos que acabarán conformando complejas entidades políticas. Ya que aquellas sociedades organizadas en torno a pequeñas entidades, como las tribus de los indios norteamericanos o los aborígenes australianos, compartían de manera comunal todos los bienes y servicios, por lo que desconocían el concepto de “dinero”.
La diferencia entre una deuda y una obligación es que la deuda es necesaria cuantificarla con precisión y para ello es necesario un valor de referencia, el dinero, aunque éste en muchos periodos de la Historia no existiera físicamente. Con él “se convierte la moralidad en un asunto de impersonal aritmética para justificar cosas que de otra manera nos parecerían un ultraje o una obscenidad”.
Además el dinero y la deuda se sacralizan a través de lo que muchos teóricos llaman “deuda primordial” que es la que debemos a nuestra creación, “la que los vivos deben a la continuidad y durabilidad de la sociedad que asegura su existencia como individuos”. Por lo que el dinero a través de impuestos es lo más apropiado para entregar a los dioses y a aquellos hombres revestidos de divinidad, para pagar la deuda que tenemos con la sociedad y con aquellos que hacen posible el orden del Universo. Es por ello que la palabra “deuda” en numerosos idiomas esté íntimamente ligada con la “culpa” o el “pecado” que debemos de redimir.
Por otro lado también desmonta de forma brillante, y es aquí dónde más necesario se hace este libro, sesgadas concepciones de las relaciones humanas por parte de los liberales basadas en el “Homo homini lupus” de Hobbes, proporcionándonos una visión de la naturaleza humana mucho más dulce y generosa: frente a las teorías sociales de los economistas liberales que consideran a los hombres como actores egoístas que calculan permanentemente cómo obtener el beneficio máximo posible en cada situación, Graeber nos abre los ojos ante la existencia de numerosas teorías de la interacción social basadas en la reciprocidad, en el sentido de equilibrio, juego limpio y simetría.
Considera así mismo que son en buena parte nuestros principios morales los que construyen las formas de relaciones sociales, entre ellas las económicas, y detalla los tres principios morales en los que se basan las mismas: el comunismo (no como sistema, sino como forma de relación cotidiana), la jerarquía y el intercambio.
El autor, por otro lado, nos abre los ojos de manera brutal a la vez que lúcida sobre la existencia de lo que denomina “economías humanas” sustentadas principalmente en “dinero primitivo” y “monedas sociales”. Se trata de sistemas económicos basados no en la acumulación de riquezas sino en la creación, redistribución y destrucción de los seres humanos (deudas de sangre, deudas por servidumbre). El inicio de este capítulo titulado “Juegos con sexo y muerte” es arrollador al contrastar la imagen de la gran mayoría de población aglutinada en las clases medias en el ordenado mundo de las tiendas y los centros comerciales, con la imagen de los extremos inferiores y superiores del sistema , encarnados en el lumpen y en los hombres de finanzas, cerrando sus tratos con sexo, drogas y violencia extrema.
Desde este punto de vista y con un inteligente grado de abstracción, Graeber afirma que “hay muchas razones para creer que la esclavitud, con su única capacidad para arrancar a seres humanos de sus contextos, para convertirlos en abstracciones, jugó un papel clave en el auge de mercados en todo el mundo”. Y sigue afirmando certeramente que “nuestros conceptos básicos de moral y libertad se formaron en instituciones (sobre todo, pero no solamente, la esclavitud) en las que pronto ni siquiera tendríamos que pensar”.
Por último el ensayista nos hace pensar que la guerra, los Estados y los mercados siempre han tendido a alimentarse unos a otros, y nos analiza con detalle como las conquistas implican impuestos, y como los impuestos generan mercados que son convenientes tanto para los soldados como para los administradores. Cuando se producen explosiones de deuda amenazan con convertir todas las relaciones humanas en potenciales mercancías, siendo esto paradigmático en el cuerpo de las mujeres.
No quiero terminar de invitaros a leer este revelador ensayo, esta maravillosa historia alternativa de la economía como lo subtitula, sin acabar con una cita tremendamente sugerente en la que compara la
Confederación Aro (una estructura jerárquica místico-religiosa creada en las zonas esclavistas africanas para dominar diferentes tribus y proporcionar esclavos a los negreros occidentales), la
Mafia y las
organizaciones fascistas afirmando que “
primero desatan una violencia criminal en un mercado sin límites, en el que todo se vende y el precio de la vida es muy barato; luego aparecen ofreciendo restaurar cierto grado de orden. La violencia se conserva dentro de la estructura de la Ley. Este tipo de mafias, invariablemente, acaban imponiendo un estricto código de honor en el que la moral se convierte, por encima de todo, en pagar las deudas”.