Desde hace unos años, coincidiendo con el inicio
del curso académico, aparecen en la
prensa casos de alumnas de origen magrebí que son expulsadas de institutos públicos
por acudir a clase con la cabeza cubierta con un hiyab (pañuelo). Hace unos meses, en nuestra ciudad, se ha
dado uno de estos casos. La dirección
del centro justificaba esta medida argumentando que el reglamento interno prohíbe llevar la
cabeza cubierta. El hecho de que una niña use hiyab, no entorpece el aprendizaje,
ni deteriora la convivencia en los centros de estudio. Las expulsiones de alumnas de centros educativos por estas
razones, sí, y el derecho a recibir una educación es cercenado por reglamentos
de conducta tras los que se parapeta una fobia a lo magrebí y lo musulmán que no deja de crecer en
nuestro país.
El debate que genera en la sociedad el uso de
un pañuelo y su prohibición es un síntoma de las dificultades para alcanzar una
atmósfera de convivencia y cooperación en una sociedad culturalmente heterogénea
como la española. Además desvelan dos de
los problemas del sistema educativo
español para solventar y aprovechar su mestizaje: en primer lugar, el desinterés y egoísmo de
la escuela privada-subvencionada en colaborar en esta tarea; y la relación
religión-escuela pública.
Otros países de nuestro entorno también se
han enfrentado a situaciones parecidas aunque no exactamente iguales. Por ejemplo en Francia, la separación entre
la religión y la escuela es total. No
hay clases de doctrina religiosa en los centros educativos públicos, y ante el
desafío, los franceses respondieron echando mano del laicismo republicano para aprobar
una ley que prohíbe el uso de símbolos
religiosos ostentosos en centros educativos, como el velo y el kippa pero
también las grandes cruces. No podemos
descartar que la promulgación de esta ley no sea un pretexto que esconde en
realidad cierta desconfianza de los
galos hacia los magrebíes pero el argumento es
más coherente que los que se manejan al sur de los Pirineos.
España no es un estado laico, la escuela pública ni siquiera es aconfesional
y la falta de coraje o voluntad política del PSOE para sacar a la religión de
las escuelas hace que la apuesta francesa sea inviable. Los obispos siguen contratando a los
profesores de catolicismo para impartir doctrina, ¿Cómo se va a argumentar la
prohibición de vestir símbolos religiosos ostentosos? La no separación entre escuela y fe, podrían dar lugar a situaciones tan absurdas
como el que en el próximo curso se contratara a un imán para impartir clases de
fe musulmana en el mismo instituto en el que este año se ha tratado de expulsar
a una alumna por llevar hiyab.
Como hemos dicho, el hiyab también hace
aflorar el odio a lo magrebí y a lo musulmán en nuestra sociedad. Para muchos de nuestros conciudadanos lo
musulmán pertenece a lo foráneo o lo extranjero. Lo autóctono es lo católico y el estado debe
proteger sus privilegios. Europa es
cristiana, España católica, y todo aquel que venga tendrá que someterse a las
costumbres de aquí. Sin embargo, nada de
eso aparece en la constitución, y además pasan por alto que posiblemente las
niñas musulmanas de 12 años tengan nacionalidad española. Para muchas personas el hecho de que Aisha Nasri, sea
tan española como María Pilar González es una píldora difícil de tragar y a
buen seguro están tentadas en desempolvar el cristianoviejismo patanegra del
siglo de oro y degradar así a los nuevos conversos. En ese
sentido deben entenderse los animosos
intentos del PP para que la abortada
constitución europea mencionara las raíces cristianas de Europa, o de la
exitosa presión ejercida por la Iglesia Católica para que no se aprobara la Ley
de libertad religiosa.
Sin embargo, la islamofobia no es monopolio
de la derecha nacionalcatólica, la progresía, tantas veces impotente y
condescendiente ante los deseos de Rouco Varela también aplica una doble vara
de medir a la hora de juzgar a la población de origen magrebí. En este sentido es paradigmático la utilización
de algunos discursos feministas. Parten
de la base de que toda mujer que no abrace el modelo de mujer occidental, está alienada. Quizás en lo de la
alienación tengan razón, lo que parece más dudoso es que las occidentales no
estén a su vez alienadas por otras reglas sociales que también son
machistas. ¿Qué es más machista, un
velo, o un zapato de tacón? ¿Pueden las mujeres occidentales no depilarse sin sentir el rechazo de ciertos sectores de la sociedad? Muchas mujeres afirman no sentirse obligadas a llevar el hyab ¿Se pueden imponer o prohibir formas de vestir o de
pensar en nombre de la libertad? ¿Se defienden mejor los derechos de la mujer
expulsándolas de las aulas? Algo no
encaja en este discurso feminista cuando integristas católicos como Duran i
Lleida lo utilizan como una piedra arrojadiza contra los infieles.
Para que no vuelva a haber víctimas como esta
niña, solo hay que cumplir la ley. Tampoco está
de más considerar la forma de vestir como una forma de expresión que hay que respetar, aunque no nos guste. El hiyab, como una camiseta del Real Madrid o en la que ponga “I
love Jesus” permite la identificación, la comunicación, el intercambio de ideas y no es
un insulto a ningún individuo o colectivo, por consiguiente no interfiere en el
proceso educativo.
Por otro lado, para preservar el
derecho de todos los que tienen creencias religiosas y de los que no las
tienen, hay que llegar de una vez a la separación entre las confesiones religiosas y la escuela pública; y para evitar hacer de esta
un gueto, es necesario obligar a la privada-subvencionada a que participe en la tarea de hacer en nuestro país una sociedad multicultural. Respecto a la cuestión de la islamofobia,
posiblemente la cura de esa enfermedad llegará
cuando miles de españoles patanegra esperen en las playas de Barbate una
patera que les pase al otro lado del Estrecho de Gibraltar. Al paso que vamos, pronto estaremos curados.