Leyendo este
libro me ha parecido curioso comprobar cómo cada época histórica se ve fascinada
por el mito del Buen salvaje y queda seducida por la inocente idea de la bondad
intrínseca de la naturaleza humana; parece irresistible la tentación de
mirarnos a nosotros mismos desde los ojos del salvaje y descubrir aspectos de
la humanidad que la sociedad reprime. Durante el último siglo, en absoluto
inocente, tampoco nos hemos visto librados del influjo de la figura del salvaje
en el imaginario popular: Tarzán, KingKong, El Barón Rampante… se convierten
con su salvajismo en seres verdaderos, en estado puro, y al mirarlos nos hacen
sentir que dentro de cada uno de
nosotros aún sobrevive algo de un pasado primitivo.
“Una persona se
fija voluntariamente una difícil regla y la sigue hasta sus últimas
consecuencias, ya que sin ella no sería él mismo, ni para sí ni para los otros”
tal es el argumento que según su autor, Italo Calvino, vertebra la historia de
Cósimo Piovasco de Rondó, el barón rampante, que en 1767, a los edad de doce
años y como protesta por no querer comer un plato de caracoles se sube a una
encina y anuncia su intención de no volver a bajar de los árboles nunca más,
promesa que cumple hasta su muerte. Calvino crea así un territorio imaginario
que nace en Ombrosa, villa natal de Cósimo, situada en la región de Liguria al
norte de Italia y se extiende hasta el límite de la masa arbórea, hasta los límites
del mundo del protagonista, que quedan conformados por su postura vital de
hombre- pájaro.
A diferencia de
otros casos, Cósimo no vive apartado de sus semejantes como el Buen Salvaje de
Rousseau, ni en extrañas regiones ignotas como los indios de Bartolomé de las
Casas, sino que tras su decisión se queda a vivir entre los suyos, separado de
los acontecimientos de su antiguo hogar por la distancia que marca la altura de
un árbol, compartiendo su nueva dimensión con los que se quedaron abajo. Poco a
poco, a medida que su aspecto se torna como el de un animal, va convirtiéndose
en un héroe activo y el resto de mundo parece endurecido y osificado frente a
la ligereza y levedad que él ostenta. Preocupado por el bienestar de otros,
rodeado de contrabandistas, piratas, francmasones, se cartea con los
enciclopedistas y participa en los sucesos de la Revolución Francesa;
ante él, el propio Napoleón exclama: ¡si yo no fuera el Emperador Napoleón,
habría querido ser el ciudadano Cósimo Rondó!
Seguro que muchos
sabrán dar explicación a la atracción que la figura del salvaje lleva siglos
ejerciendo sobre nosotros, yo en esta ocasión me conformo con decir que sea
cual sea su causa, merece la pena abandonarse un momento a ella.
Excelente libro y excelente entrada. Felicidades
ResponderEliminarEste espacio me anima no sólo a orientar mis lecturas, si no a reflexionar con algo más de hondura sobre ellas. Extraño encuentro entre la anturaleza y la civilización que efectivamente se redescubre en cada nueva generación, me pregunto ahora, ¿cómo estamos planteando el debate en nuestro tiempo actual hipersofisticado? ¿acaso la "crisis" no tiene que ver con la hipercomplejidad, la hipersofisticación, y no sería conveniente replantearnos un retorno a cierta sencillez de formas y fondos? Ya sabemos lo que dice la canción: "Antes muerta que sencilla...
ResponderEliminarEsperanza Abril
muy bien, me parece un acierto haber entrado a hacer unas breves anotaciones sobre el libro en cuestion, no muy conocido, pero los que lo conocemos nos hace reflexionar en los tiempos salvajes que andamos viviendo.Saludos amigos.
ResponderEliminar¿que dia es la entrevista entre Napoleón y Cosimo?
ResponderEliminar