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viernes, 3 de julio de 2015

Música, política y deseo

Por Eduardo Nabal

El enfoque de género en los estudios sobre música es relativamente reciente, o menos visible, si lo comparamos, por ejemplo, con la literatura o su primo hermano el cine. Los motivos fundamentales es que la música y los músicos beben de una tradición popular y a la vez marcadamente culta, donde la separación entre los géneros ha sido de manera distinta. El mundo de la música rock o pop ha sido hasta hace poco marcadamente masculino, siendo las excepciones tan sonadas como contadas. Además la música siempre va ligada a un escenario (como el teatro) a una performance, por limitada que sea (del director de orquesta al que tira sus ropas al público o "dice lo que no debe decir") Los estudios sobre la recepción han abierto un campo que no dejar de ser especulativo deja de tener interesantes puntos donde la generalización o incluso el estereotipo funcionan hasta cierto nivel. Hace poco leí en un libro que la música rock y heavy era masculina y heterosexual y la música sentimental o disco femenina y gay. Semejante topicazo no se sostiene por ningún lado, menos en las últimas décadas. Ya desde sus orígenes el rock y el country estuvieron ligados, mas o menos, a los movimientos de liberación juvenil de los cincuenta y sesenta. Pero no parece fácil teorizar sin generalizar. Errata Naturae una de las editoriales mas interesantes actualmente en el Estado Español (aunque también de las menos baratas) acaba de publicar el ensayo "The Smiths. Música, política y deseo" una compilación de artículos realizada por Frula Fernández La música como testimonio generacional, pero a estas alturas desligar un estudio generacional al género y las sexualidades empieza a ser, cuando menos,  tendencioso.  Tampoco podemos desligarla con aspectos como la mitomanía, el acompañamiento, el público o públicos a los que se dirige y el contexto sociopolítico y económico en el que surge.


Las incómodas y estridentes declaraciones de Morrisay, saliendo a destiempo a la palestra, no impiden que el sello dejado por el grupo en toda Europa perviva y resuene no solo como ejemplo de oposición a un gobierno conservador dirigido entonces por Margaret Tatcher sino también de resistencia (entre tímida y osada) a la definición dirigiéndose de forma implícita pero no implícita a un publico no heterosexual. Morrisay siempre tuvo una relación compleja con el público y con su imagen, con sus amores y sus odios, con la fractura entre lo público y lo privado. Gente como Jimmy Somerville de "The Comunards" le reprochó su dandi y arrogante  falta de compromiso con el colectivo LGTB de los ochenta, en plena revolución conservadora. Ese colectivo que hacía cola para verlo en sus conciertos. Hace treinta años The Smith sacaron su primer disco. Estos artículos testifican que de mitología sigue viva. Su mitología unida de forma imprecisa a cosas como la ideología de izquierdas, el glam-rock y la contestación a las políticas más reaccionarias, como la política antisindical, la Ley mordaza en los colegios (con sus leyes anti-gays)  o la Guerra patriotera de las Malvinas. De diferente calidad, profundidad de análisis y connotaciones, son los capítulos que conforman "The Smiths. Música, política y deseo", pero todos o casi todos parecen tener un vinculo sentimental-generacional más o menos pronunciado -y/o posteriormente intelectualizado- con la llegada de ese grupo a sus vidas siendo jóvenes, queriendo ocupar un lugar en un espacio social cambiante y convulso que queda como telón de fondo a estas reflexiones que van desde la musicología o la sociología al psicoanálisis, la crítica cultural o la teoría queer. Sin olvidar su resonancia en un país que "a estas alturas" ve recortar sus derechos básicos de expresión y manifestación.

Como epílogo un párrafo del libro:
La amenaza de "The Queen is dead" (convertida en un video-clip por Derek Jarman)  era demasiado real para un monárquico. No por sus fantasías de una reina decapitada , un príncipe travestido o Morrisay como descendiente de una dinastía de Drag Queens que se cuela en palacio con una llave inglesa, sino por los detalles reales que la enmarcaban: ciénagas, bares agotadores, estafas de iglesia, niños que pasan droga, y esa pregunta insistente ¿Ha cambiado el mundo o he cambiado yo? 


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