Los
resultados de las últimas elecciones son una pulsión de los cambios que se dan
en nuestra ciudad en los últimos años. Los sampedros, sin embargo, siguen exhalando
un cierto aroma rancio, y dan la sensación de no evolucionar al mismo ritmo que
la ciudad.
Los Sampedros del PP son más unas fiestas patronales que unas fiestas populares. Toros, peñas, y casetas
de pinchos, conforman el pivote, casi monopolio, en torno al cual se programan unas fiestas que dejan al margen a gran parte del tejido social y asociativo de la cuidad.
En los
sampedros no parecen encontrar acomodo alguno colectivos que son motores sociales de la ciudad. Que las fiestas promuevan las identidades no
problemáticas no es un fallo atribuible en exclusiva a los Lacalle’s boys and
girls, a ellos les va bien restringiendo al máximo la participación
ciudadana. Siguen controlando de este modo el guión, y la puesta en escena de la ciudad en unas fechas importantes. Dicho de otra manera, siguen controlando el imaginario colectivo del burgalesismo, en su cita anual de puesta de largo. La inevitable caspa enarbolada en nombre de la
tradición de las reinas, himnos, autoridades y vírgenes profanadas por el humo
de las farias en las corridas de
toros, no encuentra contrapunto alguno. El Burgos alternativo no se encuentra por
ningún lado, y queda claro que en esta categoría no cuento ni con los macrobotellones municipales como el Parral, ni con los espontáneos a orillas del Arlanzón, igualmente
bendecidos por Lacalle.
El caso
es que, desde el Burgos que proclama desear un cambio, del que este blog forma
parte, no se ha hecho prácticamente nada. Ni siquiera Imagina Burgos, si es que coincide
en el diagnóstico, parece haberse preocupado ni ocupado del asunto. Bastaba con aplicar los principios del buen
funcionamiento de la política que en teoría rigen en IB, como el de la
participación ciudadana a algo, en el
fondo tan político, como las fiestas de la ciudad.
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